La TRE de la guerre

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Jun 19, 2015 in Autores

Dada la situación de descenso energético a la que inevitablemente nos vemos abocados como sociedad, un aspecto antipático aunque necesario de analizar es el de la rentabilidad, no ya económica sino energética, de la guerra. Pues ciertamente la guerra es una manera de obtener recursos y en particular los energéticos, que son los que en última instancia mueven toda la economía. Es importante analizar lo que representa la guerra desde este punto de vista, además, porque sin un cambio de rumbo decidido de la política internacional (poco probable ahora mismo) el futuro nos depara una retahíla de guerras que se irán encadenando sin solución de continuidad, y sin que nuestros más avezados expertos comprendan cuál es el hilo conductor de todas ellas (justo al contrario: en este momento hay una auténtica ofensiva mediática para negar que se esté llegando al peak oil, justo este año que parece que se dará el peak oil en volumen – en energía fue en 2010).

Delante de la multitud de conflictos armados que surgirán del colapso de los países productores de petróleo (hoy Egipto, Libia, Siria o Yemen, mañana Nigeria, Venezuela o Argelia), y dando por hecho la tergiversación mediática que habrá sobre todas estas guerras hasta que el estallido de algún gran productor (e.g., revueltas en Arabia Saudita en la próxima década) nos ponga a los orgullosos países occidentales de rodillas, creo que es importante analizar qué significan las guerras como instrumento para garantizar que los recursos continúen llegando a las naciones más ricas, y en última instancia analizar su Tasa de Retorno Energético (TRE), entendida en este contexto como la ganancia de energía que consigue un país que va a la guerra comparada con la energía que consume en esa misma guerra. Y es que, de manera análoga a lo que sucede con las fuentes de energía, hay ciertos modos de guerra, los más sencillos, que tienen altas TRE, mientras que en escenarios geopolíticos más maduros la TRE de las guerras es cada vez más baja hasta llegar al punto en el que la guerra no es una fuente sino un sumidero de recursos.

Desde un punto de vista ético hablar del rendimiento o beneficio de la guerra parece de un cinismo insoportable, pues por encima de todo la guerra es muerte, heridos, destrucción, epidemias, hambre, familias deshechas, ilusiones perdidas, caos, pérdida de civilización… No hay nada heroico en la guerra por más que la propaganda la glorifique, y pensar en la guerra en términos del propio beneficio es deplorable. Y sin embargo, las guerras se hacen siempre para ganar algo, y la mayoría de las veces (si no son todas) el beneficio pretendido es bastante tangible y material, incluso prosaico. Por otro lado, discutir sobre el beneficio material de la guerra puede ser útil si se puede mostrar que tal beneficio material no se realizará, porque no es alcanzable o porque simplemente no existe. De hecho, a medida que nuestra civilización vaya consumando su previsible tránsito de descenso energético, las sucesivas guerras serán cada vez menos interesantes desde el punto de vista del benefico. Incluso, pasado un cierto punto (el de los rendimientos decrecientes) ir a la guerra acelerará nuestro camino hacia el colapso, en vez de retardarlo. La Historia muestra y demuestra, sin embargo, que reconocer que se está en un punto de retorno negativo (en cualquier actividad, no solamente en la guerra) es muy difícil y generalmente se continúa haciendo lo mismo que se hacía, “siempre hemos hecho esto”, por inercia, hasta que esa misma inercia es la que precipita nuestra caída. ¿Cuántos imperios agresivamente expansionistas en la Historia colapsaron aún más rápido de lo que fue su expansión, justamente porque las nuevas guerras acabaron suponiendo una carga mayor que los beneficios que reportaban? El fenómeno se repite una y otra vez en la Historia, desde los mayas hasta los hunos, desde Alejandro Magno hasta Aníbal, desde el Imperio Romano hasta el Imperio Otomano, desde el Imperio Austro-Húngaro hasta el Tercer Reich. Comprender y explicar por qué la guerra es materialmente onerosa puede ser útil para hacer reflexionar a aquéllos a los cuales los argumentos éticos no les hacen mella pero sí son sensibles a las variaciones de su cartera.

Distinguiré tres tipos de guerra, según su rentabilidad energética: las guerras de saqueo, las de dominio y las de hegemonía. No es una clasificación muy exhaustiva ni posiblemente la única posible, pero personalmente me cuadra bastante con los grandes trazos de las guerras.

Guerras de saqueo: Es el tipo más sencillo y básico de acción bélica, y también el que tiene la TRE más elevada. El atacante asalta un determinado territorio con la intención más o menos declarada de pillar todo lo que pueda. No se trata de mantener una posición, sino de coger el botín y salir corriendo. Este tipo de conflictos suelen tener tamaños limitados, no siendo propio de estados-nación sino de bandas mercenarias, piratas y similares. Ejemplos históricos de este tipo de guerras serían, a pequeña escala, las que emprendieron los vikingos sobre toda la costa norte de Europa o la de los piratas en los siete mares, pero naciones mayores lo han mantenido como modo de financiación; por ejemplo, la España de los siglos XVI y XVII financiaba sus tercios, prácticamente mercenarios, con el pillaje y saqueo de las poblaciones conquistadas (en ciertas partes de Europa son muy recordados algunos “sacos” históricos).

El coste de este tipo guerra es muy limitado: un hombre, un arma y un saco donde meter todo lo que se pueda pillar; por el contrario, el rendimiento es muy elevado, sobre todo en regiones donde hace tiempo que no se ha experimentado pillaje. Podemos hacer una estimación de la rentabilidad del saqueo en función del tiempo de recurrencia: cuanto más tiempo pase entre saco y saco, mayor fue el rendimiento del saco anterior.

La TRE es seguramente alta, aunque la cantidad total de energía conseguida relativamente pequeña (y por tanto satisface a una población pequeña de saqueadores). Las poblaciones de saqueadores no pueden crecer de manera ilimitada, ya que hay varios factores que limitan su expansión: la disponibilidad de objetivos lo suficientemente ricos como para garantizar la supervivencia del grupo como tal hasta el siguiente saco, la necesidad de dejar pasar cierto tiempo antes de volver a saquear un mismo lugar para que se puedan reparar los daños y vuelva a generar suficiente riqueza digna de ser saqueada, la dificultad creciente de saquear si la presencia de los saqueadores es muy notoria ya que las ciudades refuerzan sus defensas, etc. Las poblaciones saqueadoras pueden funcionar a diversas escalas: si el negocio prospera, más saqueadores se unen y se pueden abordar objetivos más peligrosos pero de mayor recompensa; si las circunstancias empeoran, el grupo saqueador puede ser diezmado pero la parte sobreviviente podrá subsistir de saquear poblaciones más pequeñas e indefensas. Esencialmente, los grupos saqueadores desempeñan el papel de depredador en los modelos depredador-presa, con poblaciones mucho menores que la de las presas y gobernados por la dinámica de estas últimas, incluyendo la lucha entre depredadores como mecanismo de ajuste de su población si las presas comienzan a escasear.

Este modelo de guerra guarda cierta analogía con las sociedades de cazadores-recolectores (con la diferencia de que éstas no se dedicaban a matar a nadie), puesto que se especializan en tomar sus recursos del medio sin alterarlo, dejándolo evolucionar libremente. Pero al contrario que los cazadores-recolectores, es muy difícil que los saqueadores lleguen a un equilibrio con su ecosistema, y los más probable es que al final los saqueados se organicen y acaben destruyéndolos, persiguiéndoles hasta sus propias casas si es preciso.

Guerras de conquista: Este tipo de guerra es el preferido por los estados-nación. El objetivo de la guerra de conquista es mantener permanentemente el control de un territorio y por ende de sus recursos. No basta, pues, con entrar en un territorio: hay que ocuparlo. Implica, por tanto, desplazar un contingente militar bien entrenado y mantenerlo indefinidamente en un territorio para garantizar el flujo de recursos. Antiguamente, los Estados ocupantes se mantenían físicamente al mando de los países ocupados; hoy en día, aprovechándose de que todo el mundo está organizado en Estados-nación, los Estados ocupantes colocan una administración local favorable a sus intereses y recurren al propio ejército local como garante de la paz y el orden en favor de sus intereses; lo único que desplaza el ocupante sobre el terreno, en el largo plazo, son las empresas dedicadas a la explotación de los recursos de la nación subyugada. Gracias a este subterfugio de externalizar la ocupación con “subcontratas locales” se ha conseguido disminuir mucho los costes de este tipo de guerra, que en el pasado fue muy onerosa (en el pasado más de un imperio sucumbió por los altos costes de una sola campaña militar fallida). Por ese motivo, las guerras de ocupación del pasado tenían TREs más bien bajas y sólo se ocupaban países ricos en los recursos codiciados (un buen ejemplo de esto fue el reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1884). El actual sistema de externalización redujo los costes para el país ocupante a los de la primera campaña destinada a aniquilar la resistencia local e instalar el Gobierno amigo, lo cual es mucho más barato que incurrir en unos costes constantes a lo largo de años, incluyendo el de una opinión pública que generalmente acaba siendo contraria, sobre todo cuando se organiza una resistencia en el país ocupado que conlleva bajas humanas en el ocupante que se van acumulando (y eso sin contar con quintas y levas forzosas).

La externalización ha funcionado muy bien durante todo el siglo XX, permitiendo disimular la razón de nuestra riqueza; cuando decimos que la TRE del petróleo es de 20 no solemos tener en cuenta de que este alto valor energético para nosotros es fruto de que en origen seguramente es incluso mayor (30 o más) pero que allí no se explota sino que se nos exporta por un precio monetario que no se corresponde con la ganancia energética que nos reporta. Sin embargo, con la caída natural, por razones físicas y geológicas, de la TRE de los yacimientos de materias primas energéticas, las compañías occidentales se ven en situación comprometida: para mantener el alto rendimiento energético de sus fuentes para Occidente tienen que reducir el beneficio neto a la población local. Surgen así atropellos ambientales y de derechos como los del delta del Níger o de las arenas bituminosas del Canadá, llegando incluso a guerras con algunos productores importantes con tal de garantizar que el flujo de petróleo barato siga llegando. El problema es que la guerra es un mal método para lidiar con la geología. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en Libia; fíjense en cómo ha evolucionado la producción de petróleo en ese país durante los últimos años:

Se puede dar muchas interpretaciones a lo que ha pasado en Libia, pero la gráfica de arriba nos muestra algunos datos curiosos. Por ejemplo, que aparentemente llegó a su peak oil en Enero de 2009 y que en los años posteriores, a pesar de los altos precios del petróleo y de sus esfuerzos, Libia no pudo recuperar los casi 1,8 millones de barriles diarios de entonces. En Enero de 2011 comienza la ofensiva que prácticamente para la producción del país y, una vez “liberado”, se retoman unos niveles ligeramente inferiores a los de 2011 durante poco más de un año, para después caer y vivir continuos altibajos. La situación de Libia es tan inestable que las diversas facciones luchan entre sí, deteriorando el flujo de su principal fuente de ingresos, y sin un ejército ocupante poderoso que imponga su ley la situación no se va a estabilizar. Pero los países occidentales se han especializado en ejércitos de acción rápida y fulminante, que causa un gran daño inicial con poco riesgo para las propias tropas, y no en ocupaciones a largo plazo. Por eso las ocupaciones a largo plazo, como la de Afganistán, son tan calamitosas: porque necesitan un enfoque militar diferente que implica un coste más alto que, simplemente, no se quiere ni puede pagar. Por tanto, la TRE de las modernas guerras de conquista está bajando en perfecto paralelo con la TRE de las fuentes energéticas que se pretenden controlar. Por esa razón, embarcarse en guerras en países que ya han pasado su peak oil local no sólo es éticamente deleznable; es que es económica y energéticamente ruinoso. Por eso invadir Irán no sólo es un error por ser un país densamente poblado, con una orografía que dificulta las acciones militares sobre el terreno y una población y un ejército fuertemente concienciados; es que además el premio por el que se lucha es un petróleo de cada vez peor calidad, más pesado, de menor TRE y encima la producción de petróleo en Irán está en declive.

Semejantes razonamientos se podrían aplicar, por ejemplo, a Venezuela, y a otros países que también están en el punto de mira de algunas grandes potencias.

Las guerras de conquista tienen ciertas analogías con las sociedades agrícolas: se pretende ganar el control permanente de un recurso, incluso modificando el entorno para mejorar el rendimiento. El problema de las guerras de conquista actuales es que los recursos codiciados no son renovables y por tanto el rendimiento está obligado a caer, hasta hacer este tipo de guerras un sumidero, antes que una fuente, de recursos.

Guerras de hegemonía: Este tipo de guerra es el propio de un imperio o, en terminología más moderna, una superpotencia. El objetivo de la guerra de hegemonía es mantener el status quo de la metrópoli. Estas guerras no tienen por objetivo generalmente ganar el control de un recurso, sino mantener un control que ya se tiene, y a veces ni siquiera es sobre el país que posee el recurso sino sobre uno de los países satélite, también controlados, que dan soporte logístico a las operaciones. Este tipo de guerra, siempre, es un sumidero de recursos. Ejemplos éste es el tipo de guerra que ha vivido Afganistán, tanto con la Unión Soviética primero como con los EE.UU. después. También aquí la tendencia es a la externalización: son las guerras de prestado o proxy wars, guerras ejecutadas por peones apoyados por las superpotencias que se disputan la hegemonía del territorio. Ejemplo de este tipo sería, por ejemplo, la guerra civil que se está disputando en Ucrania, con el trasfondo del control del flujo del gas natural ruso a Europa.

Las guerras por la hegemonía, como decimos, tienen por definición TRE por debajo de 1 (es decir, que se gana menos que lo que se consume), cuando no directamente igual a 0 (no se gana nada), porque el objetivo muchas veces no es tanto no ganar como no perder. A medida que una superpotencia es más global y controla más territorios tiene que disputar, directa e indirectamente, cada vez más guerras para mantener lo que ya tiene. Esencialmente son guerras completamente territoriales, típicas de macho alfa, que sólo tienen sentido cuando otros territorios están aportando los recursos necesarios para mantenerlas. También, por su baja a nula TRE, son el principal sumidero de recursos de muchos imperios; como también suelen ser recurrentes en las fases decadentes de los imperios, suelen ser la causa de su perdición.

Aunque estas guerras son propias de imperios, a medida que éstos se descomponen surgen países que se disputan el espacio entonces vacante, incluso aspirando a ser un imperio en lugar el imperio. Pero como para entonces son muchos los países los que se disputan ese lugar, a escala cada vez más regional, estas guerras son cada vez más complicadas y en realidad nunca se pueden ganar de manera definitiva; simplemente, sirven para disipar recursos más rápidamente, en un proceso fractal que recuerda a la disipación de energía en un fluido turbulento. Un político con visión estratégica podría comprender, según la fase de declive en la que se encuentre su país, qué guerras no le interesa librar y cuáles son vitales para retener la parte salvable hasta ese momento de su poder. Sin embargo, ese tipo de líder suele ser escaso, con lo cual algunos pocos países pueden conseguir medrar a costa de los demás, simplemente manteniéndose al margen y sin llamar la atención ni despertar la codicia de los nuevos litigantes.

Como veis, ningún tipo de guerra sale a cuenta en el largo plazo, y en realidad la más rentable es la más banal, el saqueo. Si nuestra sociedad tienen que confiar en la guerra como manera de mantener su supervivencia (aunque cínicamente nos negaremos a aceptar que es por eso que se libran estas, nuestras, guerras), entonces seguramente no merece la pena que nuestro modelo social sobreviva. Piense en esto, querido lector, cuando los tambores de la guerra empiecen a sonar, alegres, cerca de su casa.

AMT