...Sin movernos de donde estábamos, asistimos al gran cara a cara de la noche, con un Salón de Columnas abarrotado de personas, tanto sentadas como de pie, que irrumpieron en un largo y caluroso aplauso cuando la gran dama de las letras españolas, Ana María Matute, se sentó sobre la silla del estrado que, a modo de trono, ocupó por espacio de algo más de una hora. Y enfrente, Juana Salabert, profunda conocedora de la obra de Matute y de su persona, pero a la que le faltó esa amenidad y soltura que toda charla, que no llega a ser entrevista, debe tener. En ese medio camino de tiras y aflojas, volvimos a descubrir el gran genio e ingenio de la Matute, que curtida en mil y una batallas, repasó su infancia entre Madrid y Barcelona, la guerra, el miedo a los bombardeos que luego se trasladó a los ruidos de las verbenas, y esa sensación que tuvo desde el principio de ser una niña rara. Y por encima de todo eso, la espontaneidad y la sinceridad de las grandes, porque así se comportó, sin más galones que los de su propia obra; una obra cargada de anécdotas, como la de Delibes, cuando ella quedó finalista del Nadal y le dijo una y otra vez que no dejara de escribir. Una perseverancia que se convierte en pura sencillez cuando le preguntaron qué le aconsejaría a un escritor novel, y ella, muy directa, dijo que lo que nunca debe hacer alguien que empieza a escribir, es distraerse, porque el verdadero escritor, no es aquel que escribe para ganar dinero, sino el que una novela tras otra busca su propia voz. Pues como muy bien dijo casi al principio de su intervención, en su casa siempre se ha vivido en una perpetua crisis, porque la literatura es el camino equivocado para ganar dinero. Y bajo la lluvia de aplausos que despidieron a Ana María Matute, abandonamos un poco maltrechos en lo físico y repuestos en lo espiritual, las bellas e incómodas instalaciones del Círculo de Bellas Artes, esperando nada más salir de ellas la edición del Festival Eñe del año que viene.
Ángel Silvelo Gabriel