–Hola de nuevo a todos nuestros seguidores, despues de un periodo largo de ausencia en el blog; tengo que compartirles que he pasado por muchas cosas buenas y malas las cuales me han proporcionado perspicacia y discernimiento ante la vida pero nada mejor que compartirla con uds. mediante pequeñas reflexiones que posiblemente no les proporcione la misma perspectiva que a mí, porque cada quién sigue su propio proceso de vida, pero por lo menos quizá los acerque a esa búsqueda personal, no solo como personas, sino tambien como padres de familia– Psic. Hugo Herci.
Dos hombres, seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación en el hospital. A uno de ellos se le permitía estar sentado una hora todas las tardes para que los pulmones drenaran sus fluidos. Su cama daba a la única ventana de la habitación.
El otro hombre tenía que estar tumbado todo el tiempo, los dos se hablaban mucho, de sus mujeres y familiares, de sus casas, trabajos, el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones.
Y todas las tardes el hombre que se podía sentar frente a la ventana, se pasaba el tiempo describiendo a su compañero lo qué veía por la ventana. Éste, solamente vivía para esos momentos donde su mundo se expandía por toda la actividad y color del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un bonito lago –patos y cisnes jugaban en el agua mientras los niños capitaneaban sus barcos teledirigidos. Jóvenes amantes andaban cogidos de la mano entre flores de cada color del arco iris. Grandes y ancestros árboles embellecían el paisaje, y una fina línea del cielo sobre la ciudad se podía ver en la lejanía–mientras el hombre de la ventana describía todo esto con exquisito detalle, el hombre al otro lado de la habitación cerraba sus ojos e imaginaba la hermosa escena; una cálida tarde el hombre de la ventana describió un desfile en la calle –aunque el otro hombre no podía oír la banda de música– se la imaginaba conforme el otro le iba narrando todo con pelos y señales.
Los días y las semanas pasaron, una mañana la enfermera entró para encontrase el cuerpo sin vida del hombre al lado de la ventana, el cual había muerto tranquilamente mientras dormía; se puso muy triste y llamó al doctor para que se llevaran el cuerpo.
Tan pronto como consideró apropiado, el otro hombre preguntó si se podía trasladar al lado de la ventana; La enfermera aceptó gustosamente, y después de asegurarse de que el hombre estaba cómodo, le dejó solo. Lenta y dolorosamente se apoyó sobre un codo para echar su primer vistazo fuera de la ventana; finalmente tendría la posibilidad de verlo todo con sus propios ojos, se retorció lentamente para mirar fuera de la ventana que estaba al lado de la cama. sin embargo cual fue su sorpresa, la ventana daba a un enorme muro blanco. El hombre preguntó a la enfermera qué había pretendido el difunto compañero contándole aquel maravilloso mundo exterior. Y ella dijo: Quizás sólo quería animarle.
Te has puesto a pensar todas las veces que Dios se ha sentado al lado de esa ventana de tu vida para darte ánimos, para decirte que no te des por vencido en esta vida, que Dios tiene para ti una vida llena en abundancia–Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10)–.