Este periodo durante el cual tratamos de terminar con algo es en sí mismo un error porque hay demasiada concentración en uno mismo en vez de trabajar hacia fuera. Aquí hay que abandonar esas prisas y esa agresividad y desarrollar cierta compasión hacia uno mismo; entonces comienza la vía abierta. Aquí la compasión es una especie de claridad que contiene un calor fundamental. Aquí la práctica de zazen consiste en confiar en uno mismo y curiosamente entonces, surge la compasión también hacia los demás.
Zazen es el acto de hacernos amigos de nosotros mismos, un acto que automáticamente sale hacia fuera, hacia el mundo, no hace falta premeditarlo ni buscarlo, sale solo. Si carecemos de esta inspiración, convertimos zazen en una vía más de deseo, de samsara, permanecemos en el deseo de mejorarnos a nosotros mismos, de lograr metas. Si llegamos a sentir que no podemos alcanzar eso, sufriremos la tortura de la frustración de la ambición y nos desesperamos. Y si sentimos que tenemos éxito nos volvemos presumidos y agresivos y nos hinchamos como pavos reales. Pudiera ser que tuviéramos éxito en algún tipo de práctica de concentración dualista y que experimentáramos algún tipo de estado mísitico, seríamos tranquilos y religiosos en el sentido convencional, pero esos estados requieren recargarlos trabajosa y constantemente. Esto es lo típico del hinayanna, de la meditación autónoma y la iluminación individual: no hay ningún elemento de compasión porquer uno se fija sólo en su propia experiencia.
La compasión no tiene nada que ver con los logros, es generosa. Cuando uno se vuelve compasivo no está muy seguro de si es compasivo para los demás o para uno mismo porque lacompasión es una generosidad que no tiene direcciones y está llena de alegría y confianza, es una guerra en contra de la necesidad. Es la actitud de que uno ha nacido verdaderamente rico, no de que uno tiene que hacerse rico. Sin este tipo de confianza, la meditación no puede transformarse en actos.
La compasión nos invita automáticamente a relacionarnos con nuestros semejantes porque ya no son una carga que nos consume las energías. Ellos nos dan nuevas fuerzas. La compasión posibilita los actos del bodhisattva, el cual comienza con la generosidad y la apertura que consiste en renunciar a nuestras exigencias y a los supuestos fundamentales de ellas. Consiste en aprender a confiar en el hecho de que no tenemos necesidad de asegurar nuestro fundamento, ni de temer nada. Entonces la salud básica empieza a crecer y nos lleva al siguiente paso del bodhisattva: la perfección de la moral o de la disciplina.
Después de abandonar todo, sin pensar en el punto de referencia de nosotros mismos: yo hago esto, yo hago aquello... entonces pierden importancia otras situaciones que contribuyen a mantener el ego o nuestro hábito de guardar y coleccionar.
Esta transformación es la moral suprema y contribuye a intensificar la apertura: ya no tememos herirnos o herir a los demás porque estamos abiertos. Las situaciones ya no nos parecen poco inspiradoras o aburridas y surge la paciencia, la cual nos lleva a la cualidad del gozo, que también llamamos energía y que es alegría, que conduce a la visión panorámica y oceánica de la meditación abierta, la experiencia de la apertura, que también llamamos iluminación. Ya no consideramos la situación externa como algo separado de nosotros porque estamos inmersos en la danza y el juego de la vida. No hay nada que uno acepte o rechace, uno está en armonía con cada situación. No hay esperanzas o temores y así nace prajna, el conocimiento trascendental, la habilidad de ver las cosas tal cual son.
Hay que abandonar la lucha que mantiene el ego, hay que aceptar la sombra. El amor también se asocia con la fealdad, el dolor y la agresión. No consiste en crear un segundo cielo. Se asocia con lo que es, aceptar la situación vital en su realidad tal cual se nos presenta. Si estamos empeñados en diseminar el amor con el mismo empuje y agresividad que tiene el odio de los demás, algo anda mal, debajo subyace agresividad, no amor. El amor sería entonces odio al odio y ambición de estar en el lado de los buenos. Debemos abrirnos de igual modo a los aspectos positivos y negativos del mundo. Como ver el mundo desde una vista aérea: hay luz y tinieblas y ambas se aceptan.
La luna no tiene intención de reflejarse en cien tazas, es sólo que por alguna razón eso sucede así. No hay un intento premeditado. El problema fundamental parece que es que estamos demasiado preocupados con tratar de probar algo y esto se relaciona con la paranoia y el sentimiento de pobreza. Cuando uno trata de probar o de alcanzar algo, ya no está abierto. Hay que ordenarlo todo correctamente. El bodhisattva no trata de probar nada ni de que le den o no una medalla. No hay ninguna lucha, ninguna intención en sus actos. Significa que uno está libre para hacer lo que la situación requiera porque no se espera nada de ella. Si hay tazas sobre las que reflejarse, la luna lo hará, pero no es cosa suya, ella sólo tiene que estar ahí, ni le importa ni le deja de importar. Ella es lo que es. Cuando no hay deseo que satisfacer, no hay agresividad ni lucha, tratamos con la vida tal cual es y uno puede descansar tranquilamente. “Es”, “está”. Es necesario confiar en uno mismo en vez de fiscalizarse continuamente, porque esta actitud frena el movimiento y el crecimiento naturales. Uno no se preocupa por las bobadas que pueda hacer, hace lo que sea que tien que hacer y ya está, pero no “hay que sentir compasión”, no siempre se siente. Uno es compasión. Si uno está abierto la compasión aparece porque uno ya no está preocupado en gratificarse de una u otra forma.
Nuestro temor a otras personas parece generar inseguridad con respecto a lo que somos. El temor nace de la incertidumbre, no sabemos cómo manejar la situación. Esa incertidumbre está vinculada a la desconfianza en nosotros mismos, cosa que no sucede si tenemos una relación compasiva con nosotros mismos. Cuando sentimos tal incertidumbre, el mundo nos devuelve la incertidumbre, reflejándose como en un espejo y ella comienza a perseguirnos, pero no es más que un reflejo en un espejo.
Si yo fuera amigo de mí mismo y tuviera una actitud más bondadosa hacia mí no tendría miedo de equivocarme todo el rato.
Ay que no me acuerdo cómo se llama el autor pero es el de "El Materialismo Espiritual"!. Y encima no es literal sino que lo cambié para mi propio entendimiento, cosa que no se debe hacer, no se debe hacer :(