Su director, Éric Lavaine, es un experto en este tipo de comedias superficiales: debutó en la dirección con un reverso prometedor de Poltergeist (1982) --Poltergay (2006)-- y a partir de ahí sus historias han tratado de sacar provecho a argumentos de género potencialmente cómicos (los cruceros, los buddy movies). Esta vez le ha tocado el turno a un tema recurrente de determinado cine con pretensiones de reflexión trascendente: los retos y cambios en un momento de la vida en que la estabilidad amenaza con mutar en aburrimiento. Barbacoa de amigos aprovecha el verano de un grupo de cincuentones que se enfrenta a muchos y simultáneos cambios para ridiculizar determinadas obsesiones, no ya del hombre maduro, sino del arquetipo cinematográfico a que ha dado lugar. Creo que la única manera de salir airoso de un reto así es desbordar la historia y los gags por el lado de la incorrección política y el exceso, dos recursos que el filme de Lavaine no da la sensación de intentar siquiera.
Y con poco más, Barbacoa de amigos trata de hacer pasar un buen rato, buscando el lado divertido que pueda haber en nuestras miserias domésticas, sueños truncados, deseos caducados y opiniones largamente silenciadas. Y así vamos pasando la vida, señor juez...