Los referentes cinematográficos más evidentes de Jay Kelly son Fellini 8½ (1963) y Recuerdos de una estrella (1980), no sólo por la ambientación en el mundillo del cine, sino por las coincidencias en el tratamiento de bloqueo sentimental, la náusea existencial y en corrosivo efecto que provoca el contacto directo con los admiradores. También encontramos mucha variedad entre los filmes no ambientados en el gremio cinematográfico: Lost in translation (2003), La gran belleza (2013), Sundown (2021)… El caso es que Baumbach acierta con el tono y la selección de temas y escenas: conflicto de autenticidad por su carrera artística, distanciamiento buscado y nunca admitido con sus hijas, egoísmo incorregible con su equipo de asesores y asistentes, anhelo constante de admiración, pero no a la manera de siempre, sino de otra que se ve incapaz de concretar. Jay --impecable George Clooney-- es un actor que ha cimentado su carrera en su atractivo y una serie de películas elegidas por los beneficios que le aportaban a su personaje y a su bolsillo, no a su crecimiento profesional y personal. Hasta que de pronto, una escena anodina de una película aún más anodina, le arroja a un torbellino de situaciones contradictorias, absurdas, dolorosas y chuscas a partes iguales de las que, estamos convencidos, su protagonista y las audiencias extraeremos un significado trascendente y sanador.
Una historia así pide a gritos humor, diálogos chispeantes, pasar de la euforia a la bajona en segundos, incluso pequeñas dosis de nostalgia sin caer en lo empalagoso... Una combinación ciertamente difícil, y aunque Baumbach es un maestro para combinar el drama y la causticidad sin perder de vista la autenticidad, hay determinadas escenas e hitos en este tipo de relatos que exigen superficialidad y sentimentalismo, y es justo ahí donde se le ven las costuras al director y coguionista (junto con Emily Mortimer); da la sensación de que no ha acabado de encontrar la fórmula que combine todo eso con su mirada distante y su narración cartesiana. Aun así, demuestra que es perfectamente consciente del material que maneja: en la última frase de la última escena deja caer por fin su carga de profundidad, repleta de cinismo y lucidez. Lástima que el viaje no haya estado a la altura en intensidad y diversión...