Muchas veces, de nuevo por la rutina, nos dejamos llevar y no pensamos que a los que estamos hablando, dando órdenes y tratando son niños. Nos costaría mucho ver de nuevo las cosas a su manera, hemos perdido la capacidad de sorprendernos, ya apenas sabemos, pero deberíamos intentarlo, deberíamos ponernos en su piel y, entonces, lo entenderíamos todo. Sabríamos qué les inquieta, por qué reaccionan así con esa pataleta, por qué ese día están más rebeldes o más sensibles.
Me ha encantado saber que un niño de 4 años vive en el mundo de los cuentos. Que es en ese momento cuando está empezando a distinguir la realidad de la fantasía y que es ahora cuando están aprendiendo a leer entre líneas.
Está mucho mejor explicado aquí:
"El niño es un primitivo animista que distingue ojos en los árboles y caras en las rocas y que se rinde al hechizo de una voz, un presocrático que imagina explicaciones insensatas, aunque no milagrosas, para los fenómenos naturales, lo mismo la aparición nocturna de la luna que el soplido del viento o el brillo del relámpago. Su sentido todavía literal del idioma le puebla el mundo de posibilidades asombrosas y hasta aterradoras cuando escucha las metáforas implícitas en las expresiones de los adultos."
No deberíamos alejarnos de esa manera de pensar, de esa forma de sentir y de ese modo de sorprendernos.
Creo que nos iría mejor, que las emociones más puras y primitivas (a las buenas y sencillas me refiero) nos alejarían de tantos quebraderos y dolores de cabeza.
Es un post un tanto sensiblón y tontaino pero es la reflexión que después de comer y que desde hace un par de días se me repite en la cabeza. Yo esta misma tarde trataré de ver las cosas "desde sus zapatos". Seguramente incluso llegue a volar....