Tres pisos es un relato en toda la extensión del término: reúne acontecimientos que, por separado y en diferentes ámbitos, podrían formar parte de unas cuantas páginas de sucesos, pero que, convenientemente rebajados, dosificados y elaborados, producen una historia interesante y que intenta transmitir un deseo reflexivo en quienes la vean (claramente el objetivo número uno de Moretti). Un relato que mezcla tres historias en las que confluyen conflictos, sorpresas, balances vitales y, como siempre, el mero paso del tiempo. La película arranca con una escena impactante que sirve para involucrar a los habitantes de tres familias de una misma finca; un suceso que, además de dejar secuelas, actúa como un bisturí sobre sus vidas, exponiendo toda clase de luces y sombras (personales y colectivas). A partir de esa singularidad argumental, el filme se desarrolla con una coherencia y una previsibilidad abrumadoras, sin dejar que el drama lo inunde todo; al contrario, haciendo que las reacciones de los personajes --los auténticos reyes de la historia-- sirvan para completar el retrato que nos hacemos de ellos (y, por extensión, del mundo que nos toca vivir), con sus dilemas y contradicciones.
Y aunque el final podría haber quedado redondo (con una situación imprevista y de efectos inexplicables que quiebra una dinámica tóxica que adquieren los acontecimientos), Moretti prefiere rematar la historia con una última escena que busca remachar un futuro esperanzador. Da igual, es un detalle menor; la película de Moretti rebosa personajes creíbles y entrañables y situaciones que desbordan narración, esa inefable abstracción cinematográfica acerca de la vida y el amor también.