La yegua de majdanek

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Aug 9, 2012 in Autores

Hace unas semanas aparecieron en la red unas fotografías que mostraban a guardianes de los campos de exterminio nazis en su tiempo libre. El mensaje de aquellos documentos parecía ser que los más horribles crímenes habían sido cometidos por gente corriente, como cualquiera de nosotros. Personalmente, las fotos de esas alegres muchachas sonriendo y jugando mientras uno de sus camaradas toca el acordeón me recordaron otra fotografía que había visto hace años. La foto, que encabeza esta entrada del blog, mostraba a Hermine Braunsteiner, más conocida entre las reclusas del campo de exterminio de Majdanek como “la yegua”, porque solía ensañarse, a veces mortalmente, con ellas a patadas. Para la gente de Queens (Nueva York), donde residió en los años sesenta, había sido la señora Ryan, esa vecina perfecta que te cuida a tus hijos cuando tienes que salir una noche, y que recibe a los nuevos residentes del barrio con una tarta de manzana y una sonrisa.
Hermine Braunsteiner nació en Viena en 1919 en el seno de una rígida familia católica. Aunque su sueño era ser enfermera parece que no dio la talla, y acabó trabajando de sirvienta y posteriormente en la fábrica de aviones Heinkel, donde se afilió al partido nazi. En 1939 comenzó su carrera como guardiana en la prisión de Ravensbrück, cerca de Berlín, donde enseguida sobresalió por su crueldad y sadismo. En octubre de 1942 la trasladaron al campo de Majdanek, en Polonia, por diferencias con sus jefas. En Majdanek tardó poco en ascender, y pasó a ocuparse de las selecciones de prisioneros para las cámaras de gas. En 1964 varias supervivientes del campo relataban a Simon Wiesenthal como había matado de un tiro entre los ojos a un niño que su padre pretendía ocultar, o como parecía disfrutar especialmente con los latigazos que propinaba a las reclusas en el rostro. Su “afición” por las palizas a patadas no hizo sino incrementarse, y las presas sabían que ser seleccionadas para vivir por el médico del campo no significaba nada, porque era la yegua la que solía decir la última palabra. Wiesenthal dice que durante el Holocausto la mayoría de los guardianes eran gente corriente que, abrumados por lo que les había tocado vivir, simplemente se dejaban llevar. Braunsteiner no pertenecía a esa mayoría, era de los que disfrutaban con el trabajo que les había proporcionado el nuevo orden nazi.
En 1944, cuando Majdanek fue evacuado ante la llegada del Ejército Rojo, Braunsteiner volvió a Ravensbrück, de donde escapó en 1945 cuando estaban a punto de entrar los rusos. En 1946 fue encarcelada por los aliados, que la liberaron al año siguiente. En 1948 fue el nuevo estado austriaco el que la condenó por los crímenes cometidos en Ravensbrück. Apenas estuvo un año en la cárcel. En 1949 fue amnistiada por el gobierno y parece que los crímenes cometidos en Polonia no fueron nunca tenidos en cuenta hasta ese momento.
Desde su liberación trabajó en el mundo de la hostelería hasta que se casó en 1959 con Russell Ryan, un electricista americano con el que se fue a vivir primero a Halifax (Canadá) y finalmente a Nueva York. La nueva señora Ryan consiguió la nacionalidad norteamericana en 1963.

Y probablemente en Nueva York habría vivido feliz hasta el fin de sus días de no ser por una conversación casual que Simón Wiesenthal tuvo con varias supervivientes de Majdanek que le hablaron de la yegua en Tel Aviv en enero de 1964. Wiesenthal consiguió localizarla en poco tiempo gracias a un colaborador, y ese mismo año informaba al servicio americano de inmigración de que Baraunsteiner había mentido en sus antecedentes para la naturalización. A sabiendas de que deportar a una ciudadana americana sería cuando menos difícil, Wiesenthal informó también a la prensa que inmediatamente se interesó por el caso. En julio Joseph Lelyveld, un joven reportero del New York Times, fue a visitarla a su casa en Queens y escribió un artículo que dio a conocer el caso a la opinión pública. Pese a todo a Braunsteiner no le fue retirada la nacionalidad hasta 1971, tras años de lucha en la que tuvo la inestimable ayuda de sus vecinos, incapaces de creer las acusaciones, que declararon a su favor, así como de varios grupos neonazis americanos que organizaron una campaña de recogida de fondos mediante publicaciones como la revista Liberty Bell; fondos que sirvieron luego para pagar la defensa y mantener a la familia durante el juicio.
Una vez retirada la nacionalidad tanto Polonia como la República Federal de Alemania pidieron su extradición. Asustada por lo que le podría pasar al otro lado del telón de acero, Braunsteiner accedió a ser juzgada por los alemanes. Fue extraditada en 1973 y el juicio duró desde 1975 hasta 1981, en parte por la cantidad de testigos (se juzgaba colectivamente a varios guardianes de Majdanek) y en parte por las tácticas dilatorias de la defensa que llegó a recusar a todo el tribunal.
El 30 de mayo de 1981 fue sentenciada a cadena perpetua. Permaneció en la cárcel hasta 1996, cuando fue liberada por razones de salud. Sufría una diabetes severa que se había complicado, por lo que le tuvieron que amputar una pierna. Hasta su muerte en 1999 vivió en Bochum, cerca de Dortmund, con su marido que la había esperado en Alemania todo lo que duró su encarcelamiento y gracias a las ayudas de los neonazis americanos y de organizaciones de socorro a los criminales nazis como la Stille Hilfe que dirigía la hija de Himmler.

José Antonio del Valle