Lady Macbeth, a su vez, es también una propuesta trasgresora que se replantea más allá de los sentimientos de su actriz protagonista, pues de una forma más que arriesgada —quizá no tanto para la sociedad actual— nos muestra la confrontación de este drama ubicado en 1865 en la sociedad rural inglesa con actores y actrices negros que desempeñan los papeles conductores, y a la vez transgresores, de una historia que desenvuelve muy bien en su afán de mostrarnos las cualidades de la venganza más allá del cliché de la sociedad victoriana a la que nos tienen acostumbrados los diferentes films británicos de época. Esa explosión cinematográfica tan reivindicativa a la hora de rasgarnos nuestros particulares estereotipos, es sin embargo, más academicista en cuanto a la puesta en escena, siempre sobria e iluminada con la precisión de aquel que nos muestra el corazón de las tinieblas con una absoluta devoción estética por el juego del contraluz y la elección de unos colores intensos y demoledores como el espíritu libérrimo de su protagonista. Magníficas son las secuencias en las que Florence Pugh posa con su vertiginoso vestido color azul, al que le proporciona las dotes de la verdad y la venganza con una mirada punzante.
Lady Macbeth es un cine de autor con amplias reminiscencias teatrales en cuanto a su concepción en la puesta en escena, pero también es una magnífica y transgresora propuesta que nos hace saltar todos aquellos clichés de nuestro imaginario victoriano, pues su director, William Oldroyd, no se pone límites cuando nos quiere remover nuestras conciencias a la hora de plantearnos el ansia de libertad engendrada por el deseo.
Ángel Silvelo Gabriel.