He tenido una vida muy intensa en la que he ido atesorando experiencias que fueron calando tan hondo en mi existencia que los recuerdos me trasladan hasta ésos mismos instantes vividos.
Miro atrás pero sin nostalgia, sin acritud, recordando aquella persona que fui y observando al mismo tiempo quien soy hoy. Me asomo a la pequeña ventana de la recepción, desde ella contemplo aquella pequeña habitación iluminada por dos pequeños tubos fluorescentes en el techo que aportaban una luz blanquecina, una ventana dejaba que entrara un poco de aire desde aquel grisáceo “ojo de patio” que no permitía dejar entrar ni un pequeño rayo de sol. De ella colgaba una vieja persiana de madera, de la que se descascarillaba la pintura verde con el vaivén del viento. Tres mesas metálicas, grises, cuyo cristal cada mañana teníamos que limpiar escrupulosamente con cristasol, soportaba el peso de nuestras máquinas de escribir Hispano Olivetti Lexicon 80, cuyo color verde militar hacía presagiar la rigidez con la que debíamos teclear horas tras horas, resonando el sonido como si de tambores se tratara haciendo vibrar cualquier objeto a nuestro alrededor.Cuatro sillas, tres papeleras de metal y un archivador complementaban la diminuta oficina que compartíamos con el Gerente, el Sr. Sh.R, quien cada mañana, nada más entrar rezaba mirando hacia el pequeño altar lleno de Dioses que tenía detrás de su mesa, colgado en la pared. Encendía las varitas de sándalo, mientras dirigía sus plegarias, se impregnaba toda la estancia con un especial aroma, una fragancia que aún hoy en día al respirar profundamente la huelo y me inunda una gran sensación de armonía,paz y tranquilidad.
Allí pasamos los días, las semanas, los meses y hasta años, facturando, haciendo letras de cambio, rellenando fichas de clientes, de stocks de representantes, archivando, escribiendo cartas, atendiendo las llamadas de clientes, repasandonos el trabajomutuamente para que los posibles fallos no salieran de ésas cuatro paredes y apoyándonos mutuamente en las larguísimas jornadas de arduo trabajo. Sólo con la atenta mirada del responsable del departamento, cuya dulce mirada y aquella sonrisa dejaba entrever sus blancos dientes que iluminaba su piel de color canela. Nunca, nunca, se enfadó con nosotras, jamás un descontento, ni una mala cara, ni enfadarse tan siquiera: no le dimos jamás el más mínimo motivo. Todo hay que decirlo: éramos muy buenas trabajadoras, a pesar de que aún éramos unas niñas.
Y aún, aquella música del teclado, los aromas, los recuerdos, las vivencias, incluso la familia, los ratos que disfrutamos de la cocina de nuestras queridas madres nos mantiene unidas.
Hace unos días me llamó, charlamos una vez más y me dijo: He leído tu última entrada del blog, me has hecho llorar, me has recordado a quienes ya no están, a mis padres, a los tuyos….no escribas con tanta tristeza.Le contesté que mi añoranza no es triste, aunque afloren las lágrimas y le aseguré que a las entradas de mis recetas próximas les daría más alegría, sólo que a veces también afloran lágrimas por rememorar los momentos más inesperados que florecen en mi mente, una serie de recuerdos que se almacenan en mi memoria y necesito compartir. Revivir maravillosos momentos, experiencias y etapas de mi vida que dejaron una marca indeleble, que me acompañan casi permanentemente algunos y otros me llegan esporádicamente, sin pedirme permiso y sin saber bien por qué su presencia me refrescan la memoria reconfortadomela. Los duros momentos vividos, los difíciles, los dolorosos, los malos…que hubo de todo, los dejo atrás, corro un tupido velo y procuro encerrar cada detalle en una botella y dejarlos navegando en la mar de mi memoria.Por aquellos días, por aquella amistad y compañerismo, va la receta de hoy, fácil, vistosa, resultona, con un sabor lleno de matices y sobre todo llena de alegría.6 langostinos grandes, 1 puerro (la parte verde), dos rodajas de cebolleta (igualmente la parte verde), medio limón, 100 grms. de mantequilla sin sal, seis cucharadas soperas de agua, pimienta negra, una cucharada de ajonjolí negro (sésamo) y sal.
Los pasos a seguir:
Pelar los langostinos reservar piel y cabezas. Hacerles un corte por el lomo, sin llegar a la cola, abrirlos por la mitad sin separarlos, sacar el intestino y lavar bajo el grifo.
Reservar.
En la misma olla echar las pieles y las cabezas friéndolas hasta que queden bien doradas, removiendo y presionando sobre todo las cabezas para que suelten su jugo.
Una vez fritas, echar un chorreón de agua y llevar a ebullición durante un minuto.
Colar el caldo, reservarlo y desechar el resto.
Cortar el puerro en rombos, al igual que los dos trozos de cebolleta y en un recipiente saltearlos en 50 grms. de mantequilla unos 30 segundos aproximadamente. Salpimentar.
Añadir una cucharada sopera del caldo de la cocción de la piel y cabezas de los langostinos dejándolo reducir un minuto. Dejar estofar unos tres minutos más. Reservar caliente.Llevar a ebullición y dejar reducir.
Colocar el puerro en el plato, poner encima los langostinos
y cubrir con la salsa de mantequilla y sésamo. Servir caliente.