Cada ser humano es un entero ecosistema, donde convivimos en simbiosis con billones de bacterias de miles de especies diferentes.
Sorprendentemente, estas bacterias han sido las grandes olvidadas (aparte de intentar suprimirlas o eliminarlas), a pesar de constituir hasta un 90 % de nuestro cuerpo, quedando tan solo el 10 % restante a las células humanas. Se ha calculado que cada tres células de nuestro cuerpo, dos son bacterias y una es humana, aunque otros trabajos hablan de un ratio que se acerca a 1:1.
Hasta tenemos su peso, en nuestro cuerpo se estima que tenemos alrededor de 200 g de bacterias. No obstante, no se sabe todavía con certeza los números exactos, por lo que existen grandes controversias entre los científicos; de todos modos, todas las cifras propuestas son sorprendentes .
Las bacterias que habitan nuestro sistema digestivo, esta comunidad bacteriana denominada microbiota, interactúan con el sistema endocrino, inmune y nervioso, afectando a nuestro estado físico como mental, o influenciando en el desarrollo de muchas enfermedades.
Desde el mismo momento de la gestación, la microbiota de la madre empieza a cambiar para favorecer el proceso. Todo lo que la madre come, determinará en cierta media los cambios de la microbiota en el recién nacido. Si el parto es vaginal o por cesárea, o la lactancia materna, serán determinantes para adquirir un tipo de poblaciones bacterianas u otras. Estos habitantes microbianos son vitales para el desarrollo del sistema digestivo, metabólico o inmunitario del bebé.
Gran parte de estas investigaciones han sido conducidas por María Domínguez-Bello, microbióloga de la Universidad de Nueva York, que en un estudio publicado en la revista Nature Medicine, destaca la importancia de la microbiota en el momento del nacimiento, apostando que las futuras prácticas médicas lo tendrán más en consideración.
La microbiota o la flora intestinal a medida que crecemos se ve influenciada por la dieta, el entorno, el uso de medicamentos o antibióticos, lo que llamamos hábitos de vida. No se sabe qué especies o qué combinación de especies de bacterias pueden favorecer algunos procesos vitales que pueden verse alterados conduciendo así al desarrollo de enfermedades.
Pero el efecto de la microbiota en nuestra salud va más allá. A pesar de décadas estudiando el cerebro como una identidad independiente, existe una evidente comunicación con el resto del cuerpo, y cómo no, también con el sistema gastrointestinal.
¿Quién media en esta comunicación? Se ha demostrado que la microbiota libera metabolitos que pueden llegar al cerebro, afectando a muchas de sus funciones. Enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer, la enfermedad de Parkinson o la esclerosis lateral amiotrófica, cuyo origen genético representa un pequeño porcentaje, y se desconoce la causa que las provoca en un 90 % de los pacientes.
Se ha descubierto que los procesos que desencadenan estas enfermedades podrían también estar dirigidos por proteínas producidas por nuestra microbiota, como la proteína amiloide.
En el laboratorio del profesor Robert Friedland de la Universidad de Louisville, en Kentucky (EE.UU.) han descubierto cómo la exposición a proteínas bacterianas llamadas amiloides, que tienen una estructura similar a las proteínas del cerebro iniciadoras de muchas enfermedades neurodegenerativas, permiten la formación de agregados en el cerebro de otra proteína, la alfa-sinucleína.
Esta proteína alfa-sinucleína es producida por las neuronas, causándole daños irreparables o incluso muerte neuronal, asociada a la patología de enfermedades neurodegenerativas. Pero cómo estas proteínas producidas por las bacterias en el intestino pueden ser el origen de enfermedades neurodegenerativas sigue siendo una incógnita por resolver.
Friedland tiene la convincente hipótesis de que estas proteínas bacterianas que se producen en nuestro intestino causan agregación de proteínas en el cerebro por medio de un mecanismo llamado “cross-seeding”, que permite empaquetar proteínas elásticas formando acumulaciones de proteínas que no se eliminan y aumentan en número, constituyendo el origen de la enfermedad.
Pero va más allá, él propone que estas proteínas bacterianas causan una bajada de las defensas inmunitarias en el sistema gastrointestinal lo que repercute aumentando la inflamación en el cerebro.
Los estudios del laboratorio de Friedland fueron publicados este mes en la revista del grupo de Nature, Scientific Reports y demostraron que ratones expuestos al amiloide bacteriano desarrollaron alfa-sinucleína agregados en el cerebro, mientras que ratones no expuestos no desarrollaron la enfermedad ni ninguna inflamación en el cerebro.
Sus investigaciones han sido financiadas por la Fundación de Michael J. Fox, dirigida por el mítico actor hollywoodiense protagonista de Regreso al futuro, y afectado por la enfermedad de Parkinson.
Aunque la conexión “cerebro-intestino” se extiende a otras enfermedades. Neurocientíficos han sugerido que existen relaciones con los cambios en la microbiota y patologías neurológicas, como ansiedad, depresión, autismo, o incluso esquizofrenia.
También se ha visto cómo ratones con lesiones cerebrales o medulares se recuperan antes cuando se altera su microbiota, o cómo se produce una recuperación motora y neuropatológica. Uno de los más relevantes científicos en la actualidad que estudian daños cerebrales o medulares es Phillip G. Popovich del Centro de Recuperación de daños cerebrales y medulares en la Universidad del Estado de Ohio (EE.UU.).
Su laboratorio publicó un interesante estudio en la Revista de Medicina Experimental, donde relaciona las alteraciones en el microhábitat de las bacterias que habitan en el tracto gastrointestinal, llamado también disbiosis, con empeoramiento de las lesiones medulares, y por lo tanto con la recuperación motora.
Estas alteraciones pueden estar causadas o bien por el ritmo de vida, el estrés, problemas gastrointestinales o incluso el uso descontrolado de antibióticos. Realizaron un experimento muy curioso: Administraron antibióticos potentes a ratones antes de inducirles una lesión medular, y posteriormente a un grupo de ratones se le administró una dieta rica en probióticos enriquecidos con ácido láctico y a otros ratones no.
Curiosamente los ratones alimentados con probióticos respondieron mucho mejor a la fase de recuperación después de la lesión medular y su habilidad motora mejoró considerablemente, y por otra parte esto no ocurrió con los ratones con una dieta normal.
Estos estudios sugieren que la alimentación con probióticos favorece la rápida recuperación después de lesiones medulares, reduciendo los procesos inflamatorios en el sistema nervioso y facilitando la función motora.
Los nuevos tratamientos dirigidos a recuperar daños del sistema nervioso, deberían mirar fuera de él. La microbiota que se aloja en nuestro intestino se comunica con el sistema nervioso directamente interaccionando con el sistema inmunitario o a través de fibras nerviosas, o indirectamente liberando metabolitos que pueden atravesar la barrera hematoencefálica.
El carismático neurocientífico John Cryan de la Universidad de Cork, en Irlanda, demostró en su laboratorio que los ratones aislados de patógenos y con una dieta esterilizada, tenían más neuronas en regiones que controlaban la memoria que los ratones convencionales, sugiriendo el papel de la microbiota en la inducción de la neurogénesis en el estado adulto.
Fuente: investigacionyciencia.es