las canciones vacuna

Por Patriciaderosas @derosasybaobabs

Las canciones llegan a nuestras vidas como los anuncios de las vacunas: para darnos algo de consuelo, esperanza y un ratito de amnesia selectiva. Esperamos de ellas una eficacia del 100% o más, puestos a pedir, pero en un momento de debilidad, estamos dispuestos a asumir temporalmente un porcentaje menor. Una canción tendrá mayor eficacia que otra según lo que busquemos en cada momento. Básicamente se trata de esperar a que llegue la tuya.

Pero sin duda, la música es medicina y es vacuna. Cubre el antes, el durante y el después.

En mi casa se ha escuchado mucha música desde que nací. Toda mi infancia estuvo vinculada por distintas razones a este mundo. Prueba de ello es un vinilo que guardamos, en el que sale mi cara de bebé feliz. No preguntéis más, es información irrelevante, creedme.

Yo crecí escuchando a Serrat, Aute, Los Bee Gees, Manhattan Transfer, Silvio Rodriguez, La Creedence o Elvis. Muy variado, como procede cuando estás entrenando el oído.

Siendo muy pequeña mi padre me enseñó el Quodlibet de Willy Geisler y practicábamos cada “bella melodía”: El clarinete, dulcemente, toca dua dua clarinete. Son canciones que no olvidas jamás.

Recuerdo que en algún curso, en el colegio nos dieron unas nociones básicas de guitarra y que con ella aprendí “el lobito bueno” de Goytisolo que por entonces interpretaba Paco Ibañez. Es posible que comenzase a ser rarita en ese momento de la infancia en que era perfectamente capaz de compatibilizar las canciones de Paco Ibañez con las de Parchís.La primera vez que escuché “La mala reputación” fue a Paco, no a Loquillo. Qué temazo, por cierto.

En una ocasión, tendría yo unos siete años, estuve en un estudio de grabación metiendo la voz de una niña en una canción solidaria para una campaña de Navidad. Con unos auriculares que no podía sostener en la cabeza y con una voz en off que me decía que tenía que doblar mi propia voz. ¿qué significaba eso? Yo me veía en ese estudio y os aseguro que tenía el mismo porte, alegría y confianza que todo el equipo que acompañó a Michael Jackson con el “We are the world”, así que salí de allí ansiosa de escuchar mi dulce y melódica voz por las emisoras de radio. En un acto de sucia traición me dieron el cambiazo y metieron a una niña-cantante de verdad que sí sabía doblar su voz al parecer. Qué poca vergüenza, qué manera de frustrar mi carrera a tan corta edad.

Unos años más tarde, a mi padre se le ocurrió la brillante idea de grabarnos a mi hermana y a mí interpretando algunos clásicos como “Up where we belong”, “Down Town”, “Piensa en mí” o “Qué será, será”. A día de hoy, estas grabaciones siguen siendo un arma arrojadiza y el método de chantaje más efectivo que existe entre nosotras. Solo la sutil amenaza de hacer pública una de ellas es una razón más que suficiente para dar un paso atrás y recular en lo que haga falta.

Nunca aprendí a tocar la guitarra, probablemente por mi más que conocida falta de paciencia. Y es algo de lo que siempre me arrepentiré, porque me pasé los años universitarios arrimándome sin ningún tipo de pudor a cualquier grupo de personas que no entendían reunión sin guitarra. Si sabías tocarla, ya tenías una amiga incondicional.

Porque a pesar del frustrado intento por apagar mi vocación artística, yo he seguido apostando por cantar. Por eso no bailo. Hay que centrarse en una única cosa para hacerla bien. Solo que cualquier oído no está preparado para entender mi voz. Así que, por prescripción sanitaria, condeno a escucharla a un grupo muy reducido de personas, normalmente con oídos bien adoctrinados.

Y sigo escuchando muchas canciones cada día, a la espera de aquella con eficacia 100% que todo lo cure.

Mientras tanto, practico como Aute: Entre la fe y la felonía, la herencia y la herejía, la jaula y la jauría. Entre morir o matar, prefiero amor, amar. Prefiero amar, prefiero amar. Prefiero amor, amar.