Las cosas del espiritu no se aprenden, se saben

Por Zidika
“Un día comprendí que no había nada que aprender, solo había que recordar. Porque las cosas del espíritu no se aprenden, se saben.”
 Es evidente que el ser humano vive una especial confrontación consigo mismo. Un enfrentamiento que agudiza la profunda crisis en que vive la humanidad. Una crisis principalmente de “identidad”, y es precisamente en estos tiempos de caos y confusión, cuando surge todo un sistema de mercadeo espiritual. Un comercio que ofrece productos, servicios y soluciones “espirituales” de todo tipo y para todas las necesidades. Como toda buena campaña publicitaria, ésta atrae a muchos “consumidores”, y todo lo que hace es generar más conflicto y más confusión. Porque ante una crisis es fácil tomar cualquier cosa, tanto si es positivo como si es negativo, pues es precisamente la imperiosa necesidad de “encontrar” la que nos hace tomar como “nuestras” las verdades de los demás.
Es increíble la facilidad con que los comerciantes del espíritu nos subyugan al sistema y, cuando menos pensamos, estamos inmersos en creencias, doctrinas e ideologías, que no tienen nada que ver con nosotros. Es claro que este extenso mercado espiritual aprovecha nuestras crisis individuales originadas en la profunda necesidad humana de entender y comprender, nuestro paso por esto que llamamos “vida”, descubrir el sentido de nuestra existencia o encontrar el rumbo que hemos de seguir para alcanzar la llamada “iluminación”.
No obstante, debemos ser muy cuidadosos y hacer una minuciosa selección de la propaganda que recibimos, pues son tantos los proveedores que se ha generado una feroz guerra de “precios”. Esta desmesurada competencia trae como consecuencia el inevitable aumento de “ofertas espirituales” de dudosa calidad. Tal y como sucede en cualquier tipo de mercado, el espiritual, ofrece rebajas con tanta benevolencia que se puede conseguir el perdón divino e infinidad de gracias, indulgencias o iniciaciones, sólo con cumplir algunos sencillos requisitos y a un bajo precio.
Incluso, hay maestros o gurús que ofrecen alcanzar la iluminación en tres horas, aunque ¡claro!, ya sabemos que el alimento “fast food”, no nutre, sólo nos llena temporalmente y al final, nos deja una sensación de vacío. Porque he de decir que hay grandes almacenes de productos y servicios espirituales, que para no perder su nivel competitivo, están empezando a rebajar los precios y a simplificar los tiempos y los procedimientos. Sin embargo, es peligroso tomar estas ofertas espirituales tipo fast food, porque son simplemente un producto de mercado que nos distrae, pero no nos nutren realmente. Son sencillamente el resultado de un estudio previo donde se investiga cuales son las carencias de las personas, qué les hace falta y entonces se crean los productos, servicios o soluciones a la medida. Así es como la espiritualidad se convierte en un producto más que se ofrece al mejor postor.
Evidentemente, algo estamos haciendo mal, porque a pesar de la oferta y la demanda que conforma el comercio del espíritu, el caos sigue, la crisis sigue. Quizás lo que sucede es que estamos buscando en el sitio equivocado. Tal vez es tiempo de mirar más allá de lo tangible, porque muchos asumimos la actitud de que si no lo podemos ver, no existe. Pese a todo, cada vez toma más valor e importancia lo invisible, lo intangible, inclusive para los hombres de ciencia, siempre obcecados en explicar lo inexplicable.
Es por eso que en estos tiempos de tan tremenda confusión, debemos mirar dentro de nosotros mismos, porque ahí están las respuestas y estas, son tan simples como las preguntas: ¿Qué soy? ¿Qué hago aquí? ¿A dónde voy? ¿Para qué fui creado? ¿Quién puede saber sobre nosotros, más que nosotros mismos? ¿Quién será capaz de de decirnos claramente y con exactitud qué somos, qué hacemos aquí o hacia dónde vamos?
Es tiempo de volver a nuestra esencia, y comprender lo que realmente somos: UN ESPIRITU VIVIENDO UNA EXPERIENCIA HUMANA. Con libre albedrío para pensar, creer y decidir. Porque ahí, en nuestra esencia, todos somos iguales. Todos somos hijos del mismo Creador, hechos a su imagen y semejanza. Porque sin importar cual sea la religión que practicamos e incluso, si no practicamos ninguna. Sin importar si somos ateos y no creemos en ningún “Dios”. Sin importar cuales sean nuestras ideologías, filosofías, creencias o elecciones de vida, todos, absolutamente todos, somos espíritu antes que humanos.
Ahí, en nuestra esencia (espíritu) no hay color de piel ni de ojos. No hay idiomas ni gramática. No hay tonos de voz. No hay ciencia o ignorancia. No hay una preparación académica deficiente o sobresaliente. Ahí no existen las “clases sociales”, ni los grupos intelectuales, ni los diplomas o “status” que presumir. Ahí no existen los “títulos nobiliarios”, y mucho menos títulos propiedad. Porque el espíritu no es propiedad de ninguna religión, ni privilegio de algún grupo étnico y mucho menos, de una raza o doctrina elitista. Porque al ser creados, a todos nos fue otorgada nuestra espiritualidad. Es decir, nuestra esencia. Lo que verdaderamente somos, sólo sucede que lo hemos olvidado. Al nacer, ya somos espirituales. Es entonces cuando empieza nuestro camino espiritual con forma humana. Aún así, crecer físicamente no es crecer espiritualmente. Crecemos espiritualmente cuando comprendemos que somos un espíritu en esencia y cuando accedemos a nuestra verdadera esencia, es cuando se genera un real cambio que nos hace sentir diferentes en nuestro interior; porque al volver a nuestra esencia recordamos nuestra identidad Divina y entonces, sabemos lo que realmente somos y cuál es nuestra misión en este camino llamado “vida”.
Sucede que en la lucha por la “supervivencia” en este nuestro Planeta, la raza humana se ha perdido a sí misma y al hacerlo, se ha separado de identidad y de sus valores más elementales: la compasión, la tolerancia y el respeto. Estos “valores humanos” son los que dan como resultado el AMOR INCONDICIONAL, porque al aceptar a los demás sin condiciones y amarlos como a nosotros mismos, se crea una convivencia armónica y amorosa. Nada más lejos de la realidad que vivimos en estos tiempos. Porque en nuestro afán por demostrar a los demás lo que somos y cuanto valemos (en el “mundo material”) nos hemos olvidado de lo que realmente somos. Hemos asumido como “valores” las cosas materiales cuando éstas, son solamente un medio o instrumento para vivir nuestra experiencia humana, jamás un fin que hemos de perseguir porque somos perecederos. Tenemos fecha de caducidad como “humanos” más no como espíritus, porque el espíritu es energía y esta, no desaparece, solo se transforma. Por tanto, el espíritu no es cuestión de religión o creencias esotéricas. Espíritu es lo que somos, lo que verdaderamente somos. La compasión tampoco es un asunto de religión. Es un asunto humano. No es un lujo, es esencial para la supervivencia de todos y todo lo que habita abajo, encima y arriba de nuestra casa, la Tierra. Porque la compasión es la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas. Es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. La compasión no es lo mismo que lástima, viene del alma y nos hace sensibles al mal que padecen otros seres, por tanto, evitamos causarles males de cualquier tipo.
Ahora bien, la mayor fuerza de la humanidad no consiste en los puños ni en poderosas armas de fuego, tampoco en un poderío militar, sino en la capacidad de tolerancia y ésta, es la aceptación de la diversidad de opinión tanto social y étnica, como cultural y religiosa. Al mismo tiempo, es la capacidad de aceptar a los demás valorando las distintas formas de pensamiento y elecciones en la vida. Es la consideración hacia la diferencia. Es admitir en los demás una manera de ser y de actuar distinta a la nuestra. Es también una forma de aceptación del legítimo pluralismo. Porque desde que existe, la humanidad sueña con la tolerancia, quizá porque se trata de una conquista que brilla simultáneamente por su presencia y por su ausencia.
Sin duda, la tolerancia y el respeto son muy parecidos, porque el respeto es aceptar y comprender a los demás tal y como son. Aceptar su forma de pensar aunque no sea igual que la nuestra. Porque podemos creer que están equivocados, pero ¿quién puede asegurarlo? ¿Quién puede asegurar que nosotros somos los portadores de la verdad? Por lo tanto, hay que aprender a respetar y aceptar la forma de ser y pensar de los demás. No obstante, no sólo debemos respetar a las personas sino a todo aquello que nos rodea: a las plantas y animales, desde el más diminuto insecto hasta la gran ballena. Desde la más diminuta flor del campo hasta el enorme árbol de la selva. A los ríos, lagos y mares. Todo lo que forma parte de la creación merece nuestro respeto, porque todos dependemos de todos. Todo y todos fuimos creados con el mismo amor y con una misión específica en una coexistencia que nos obliga a amarnos y respetarnos sin condiciones, porque la supervivencia de unos, depende de la de los otros. Comprender esto es lo que nos devuelve nuestra esencia, nuestra espiritualidad, que hemos extraviado en algún punto del camino.
En el extenso comercio espiritual donde hay “mercaderes” para todas las “necesidades humanas”, es fácil perderse y confundirnos sobre lo que es auténtico y lo que no. Sin duda, hay “ofertas espirituales” valiosas y realmente gratificantes, sin embargo, al final nada funciona por sí solo, es nuestro “espíritu” el que hace el trabajo. Porque al utilizar recursos externos llámese tarot, péndulo, agua diamantina, libros de auto ayuda, cursos, talleres, etc., estamos poniendo nuestra fe en ellos, por eso nos funcionan. Entonces, somos nosotros quienes hacemos el trabajo, es el poder de nuestro espíritu el que actúa. Por eso no debemos olvidar nuestro verdadero poder, el que nos fue otorgado junto con nuestro libre albedrio para decidir por nosotros mismos.
Lo que sucede es que andamos perdidos o estamos distraídos con el mercado espiritual que nos inunda de opciones y olvidamos nuestra verdadera esencia. Al hacerlo, permitimos que otros decidan por nosotros lo que hemos de creer y lo que no, cuando dentro de nosotros están todas las respuestas. Aunque nos es más fácil dudarlo, porque de esa manera eludimos nuestra responsabilidad y es más fácil vivir esperando que alguien o algo más, nos de las respuestas y nos guíe en el camino, cuando definitivamente el camino espiritual es individual.
Muchas veces, podemos pensar que seguir un camino espiritual nos convierte en personas muy especiales, superiores de algún modo a los demás. Cuando en realidad todos estamos andando ese mismo camino, sólo que cada quien tiene su tiempo y su manera para andarlo. Cuando algunos han avanzado, otros han retrocedido, pero invariablemente y sin ninguna excepción, todos llegaremos a Casa cuando sea nuestro tiempo. VOLVER a nuestra esencia. CONFIAR en nuestro propio poder. RECORDAR, ese es el secreto.
Seremos capaces de “recordar” cuando tomemos como opción buscar en nuestro interior haciendo uso de nuestro libre albedrio y así, definir nuestra propia verdad. Porque aún en estos tiempos de grandes descubrimientos científicos, sorprendentes conquistas espaciales e impactantes avances tecnológicos, el ser humano sigue buscando el significado de la vida, cuando el significado de la vida es el mismo ser humano. Las respuestas suelen ser más simples de lo que parecen y, definitivamente, nuestros cuestionamientos personales tienen también respuestas personales. Fuimos creados como “individuos” parte de un “todo” y precisamente esa individualidad, nos exige respuestas “individuales”. Cuando comprendamos nuestra individualidad, habremos descubierto cual es nuestro punto de unión con el resto de nuestros hermanos. Quizás entonces y sólo entonces, tendremos las respuestas y viviremos en la Unidad, porque habremos comprendido que todos somos iguales, con las mismas necesidades y el mismo potencial para avanzar en el camino, a pesar de haber sido creados como seres únicos e irrepetibles.
Hoy, quiero decirles que todos estamos experimentando cambios. Cada quien a su manera y a su propio tiempo, de acuerdo a quienes somos y en concordancia con el pacto divino que todos y cada uno de nosotros hicimos en el momento de nacer y que tiene un objetivo único e intransferible para conseguir evolucionar y estoy consciente de ello, por eso les digo que no tomen mi verdad como suya. Sólo quise compartir con ustedes mi verdad, la mía propia, la que he descubierto en mis andanzas hasta hoy, en este escenario que llamamos “vida”, en el que cada cual hemos de desempeñar un papel estelar a veces y otras como simples espectadores. No mejores ni peores que los demás, simplemente diferentes.
He descubierto que la verdad llega cuando escuchamos, analizamos y desmenuzamos todo cuanto recibimos a través de los cinco sentidos y después, discernimos en lo que sí es nuestro y lo que no. Es cuando nos conectamos con nosotros mismos desde adentro, como un saber intuitivo que ve el trasfondo de todo. Cuando los bloqueos y las barreras desaparecen o son más débiles que la voz de nuestro interior, de nuestra intuición. Es entonces cuando pensamos por nosotros mismos. Porque tanto la verdad como la sabiduría es alcanzable para todos, igual para el rico como para el pobre. Pero solo puede acceder a aquella, aquél que no la busca, quien solo sigue su propio camino de verdad, donde cada antigua verdad es reemplazada por una nueva, mas pulida, mas sintonizada con la única verdad, pero al mismo tiempo más alejada de nuestra actual realidad.
Es difícil que exista una sola pregunta, un solo cuestionamiento en nuestra existencia. Es el “buscador” el que se pregunta, el que indaga y no está satisfecho con la verdad que ha recibido. Sólo se puede llegar y avanzar a través de la búsqueda, de la insatisfacción. Toda nueva pregunta, genera más preguntas. Porque verdad solo hay una y es la nuestra. La de cada ser que habita este Planeta. La que sí nos pertenece, porque la verdad no se encuentra adoptando creencias religiosas o condicionamientos sociales. La verdad es la voz de nuestra propia consciencia que se basa en el reconocimiento de que el amor es nuestra realidad esencial. Que fuimos creados por y para el amor incondicional y este, es la fuente de la paz interior, por tanto, es la fuente de nuestra espiritualidad, de nuestra esencia del SER. Porque la verdad es la voz silenciosa del corazón que responde claramente cuando somos capaces de escuchar nuestra voz interior, que es la voz de nuestro YO SUPERIOR INTERNO.
Es un hecho que necesitamos un mundo completamente distinto, con un enfoque diferente. Yo me pregunto y les pregunto: ¿Qué estamos esperando? ¿Por qué no empezar a crearlo ya? Desde adentro. Desde nuestra esencia. Armonizando nuestras energías con el amor, el amor incondicional. Con tolerancia y respeto a la diversidad de creencias, opiniones e ideologías, porque cada ser que habita este Planeta tiene su propia verdad y una misma esencia “espiritual”.
Aquí, precisamente aquí, quiero compartir mi verdad sin mayor pretensión que expresarme como hice siempre, con todo mi respeto y amor incondicional por cada verdad y cada una de las más de cuarenta y cinco mil ochocientas almas que habitan en el Portal Dimensional. Porque hace tiempo, en una imperceptible búsqueda llegué “causalmente” a este sitio donde aprendí de cada post, de cada ser, de cada concepto, de cada doctrina, de cada ideología, de cada opción de vida y descubrí que en la diversidad está la mayor oportunidad de crecer y avanzar en el camino.
Una vez más agradezco a Therex por el Portal Dimensional y por permitirme comunicar un poco de los descubrimientos de mi andar como espíritu, en esta experiencia humana. Porque tomando un poco de aquí y de allá; escuchando, leyendo, compartiendo, meditando, aprendiendo de cada ser, de cada experiencia, de cada encuentro, de cada sitio, de cada espacio, de cada tiempo, de cada silencio y sobre todo, escuchando atentamente mi voz interna, pude definir mi propia verdad, que siendo “mi verdad” me pertenece, por lo tanto, no intento imponerla, simplemente compartirla.

Traido de portal dimensional