Las criaturas de la noche

Por Jimalegrias

Hay hombres que aman a la humanidad, pero son incapaces de amar a su mujer. Hay también torturadores y mutiladores de seres humanos que después de lavarse tranquilamente con jabón de esencias frutales las manos llenas de sangre escriben poesía, bella, sublime, trascendente, mientras le acarician la cabeza, dulce y cariñosamente, a su perro. La humanidad está llena de supuestos Santos revelados, de hombres de fe adornados de nobles principios morales que te hablan a la luz de las vidrieras de colores de la bondad de Dios y del perdón de los pecados para después, en la impenetrable oscuridad de sus flaquezas y contradicciones íntimas, sentar sobre sus agitadas piernas a los pequeños e inocentes instigadores de sus desvelos y calenturas más obscenas y febriles.
Y también hay vilipendiados villanos y traidores públicos que han salvado al mundo varias veces y nadie, nunca, los redimirá de sus primeros pecados veniales.
En demasiadas ocasiones acabamos siendo lo que no queríamos o pretendíamos ser, y lo que mejor nos define y radiografía es lo que ocultamos y callamos, a veces incluso a nosotros mismos.
El alma humana es una gruta oscura atravesada y carcomida por recovecos, anfractuosidades, soledades, extrañezas y laberintos. No hay una lógica coherente estipulada ni racional a seguir en este dualismo simbólico-moralista Bondad-Maldad, y el dominio de los claroscuros es el arbitrario patriarca de cada una de las almas humanas.
La habilidad del gran fotógrafo japonés Daido Moriyama tiene que ver precisamente con la fuerza atroz del arte para simbolizar esta extrañeza, pero también con cierta incapacidad de la figuración artística para representar en toda su desoladora dimensión la compleja y fiel panorámica de nuestro mundo interior, del discordante contenido del alma humana.

Las criaturas de la noche que pululan delante del ojo-objetivo de Daido son reales y extrañas a la vez, reflejos y sombras, luz y tinieblas. Esa cara B que se ilumina con el flash durante un instante. La eufonía chirriante y disonante de lo que somos y aparentamos.
Daido Moriyama, en definitiva, lo arriesga casi todo con su cámara y su intuición para dejarnos justo delante de esa puerta trascendente donde comienzan los laberintos, donde se mezclan en la paleta del gris todos los tonos y colores, donde el ser humano es más ser humano que nunca, con todos sus brillantes reflejos y contradictorias sombras a la intemperie.

En la noche bailan su macabra y sórdida danza criaturas que asustarían al sol.
Y es entonces cuando Daido Moriyama hace click para intentar atrapar durante un interminable instante toda la extrañeza de pertenecer a la raza humana.

Y es que hay algo inquietante y maravilloso en esas criaturas salidas directamente del impenetrable corazón de la noche, de la maleza de la oscuridad y sus pecados.













Saludos de Jim.