En 1910 Inés Rosales tenía 18 años y un destino, pasar penurias toda la vida. Solo una opción para escapar del hambre, marcharse de su pueblo en lo alto del Aljarafe sevillano, Castilleja de la Cuesta, para bajar a la cercana capital a servir en alguna casa. No había más esperanzas en una Andalucía rural y sin industria. Y, sin embargo, ella quiso cambiarlo. Para ganarse el jornal rescató una receta heredada de su abuela y de su madre: las tortas de aceite. Las mismas que hoy triunfan en EE UU y se venden en 30 países.
Harina de trigo de Alcalá de los Panaderos (nombre con el que se conocía a Alcalá de Guadaíra), aceite virgen extra de Dos Hermanas, azúcar, ajonjolí y matalahúva eran los ingredientes básicos de este nostálgico dulce que entierra sus raíces en la Andalucía mestiza de árabes, judíos y cristianos. Los mismos componentes de la receta actual.
Cronología
Una vez por semana, de mañanita y al atardecer, con la fresquita del verano o las nieblas heladas del invierno, con los azahares de la primavera o los dorados del otoño, pregonaban las tortas de aceite en los patios de vecinos de Triana, en las casas burguesas y en los palacetes aristocráticos del centro. También las ofrecían en la antigua estación de Córdoba –hoy convertida en el centro comercial Plaza de Armas–, donde viajeros, viajantes, trabajadores y personajes varios se deleitaban con ellas.Por los raíles del tren viajó la fama de las tortas. Se hizo necesario aumentar la producción y levantar, por lo tanto, una fábrica como tal. En la calle de García Junco, en la casa chica,ahí estuvo la primera Casa Inés Rosales, en la que trabajaban 10 personas a sueldo en turnos intensivos. Trece mil reales costó la primera inversión en activos. A los pocos años se trasladaban a la calle Real.En 1934, durante la Segunda República, muere Inés. Fallece joven, con 42 años. Detrás dejaba una pequeña industria de dulces envueltos en su característico papel parafinado, con la inscripción que aún mantiene: Las legítimas y acreditadas tortas de aceite de Inés Rosales. Marca registrada. Calle Real, 102. Castilleja de la Cuesta.Al cargo de la misma, que ya repartía por otros pueblos de la provincia sevillana, se pone su hermano Esteban, el Tito. A él le tocará lidiar con la escasez de materias primas y el estraperlo de posguerra. Los paupérrimos años cuarenta afianzarían, sin embargo, la marca. A una perra gorda se vendía el manjar, que, de vez cuando, endulzaba los desayunos y meriendas de pan frito con azúcar o gachas, comidas de pobre. Una perra gorda, un dispendio que los bolsillos podían permitirse de tiempo en tiempo.En los cincuenta, se incorpora al negocio el hijo de Inés, Francisco Adorna Rosales. Las tortas empiezan a expandirse por España. Su sabor y recuerdo viajaban en las maletas de los inmigrantes andaluces con destino a regiones más industrializadas. También acompañaban a algunos exiliados. En esa época se introducen otros dulces: la torta de polvorón, la de almendra, la bizcochada.Llegan los setenta y el declive. La conflictividad laboral, la crisis del petróleo, el descenso de las ventas... llevan a vender la compañía a extraños que fracasan. En 1985 entran nuevos propietarios, los que han llevado a las tortas de Inés Rosales a venderse por el mundo. El 80% de su cuota de mercado está en España y el 20% restante en el extranjero. Los que han logrado abrir hace apenas una semana la primera delegación en el extranjero, en la capital de EE UU, país en el que sus ventas ascienden a los dos millones de paquetes anuales.