Las mujeres italianas se han echado a las calles para recordar una obviedad: que no son ni quieren que se les considere "o mammas o puttanas". Y es que el país sobre el que se cisca y al que roba Berlusconi (Berluskistán, como denunciaba con gracejo el cartel que portaba una manifestante), se está convirtiendo en el agujero más casposo, cutre y revenido del sexismo machista.
El patético anciano acosado por sus propios errores en el que se ha convertido Il Berlusca (el ladrón) no debe hacernos olvidar que este tipo, cuyos vínculos con la Mafia y los sectores más negros de la sociedad italiana -incluido el Vaticano, que ahora le ha abandonado pero al que tanto debe Berlusconi-, no es solamente un pobre diablo entontecido por su pasión por las chavalas y las fiestas salvajes sino un peligroso delincuente de primer orden. Por retomar el inicio de este post, esa concepción de la mujer limitada a las dos posibilidades denunciadas por las italianas y exhibida sin pudor y de manera machacona por los medios audiovisuales controlados por Berlusconi (que son casi todos los italianos), responde a un preciso y planificado cálculo político, social y cultural de gran calado estratégico y no a las alucinaciones particulares de un pobre idiota dominado por el sexo y la cocaína.
El embrutecimiento de la sociedad italiana a través del monopolio de la televisión, usada como transmisor de modelos de pensamiento y comportamiento social favorables a la ideología e intereses de los sectores dominantes italianos más crudamente reaccionarios y opresores, responde pues a necesidades de control social modernas cuyos antecedentes hay que buscar en la manipulación de masas en tiempos del fascismo y el nazismo y que ahora utilizan como canales tecnologías entonces desconocidas. Tradicionalmente Italia ha sido un país en el que la mujer urbana, fuera trabajadora o de clase media, ha jugado un papel puntero en la lucha por la igualdad no solo entre sexos, sino sobre todo por la transformación de una sociedad capitalista de corte ideológicamente muy conservador (a causa del protagonismo histórico de la Iglesia católica y sus tentáculos, como la DC, en ella), en otra en la que los valores democráticos y verdaderamente progresistas -es decir, de izquierdas- tuvieran primacía. Desgraciadamente hoy la izquierda italiana se halla en plena fragmentación y repliegue, y al socaire de esta indefensión la dignidad de las mujeres está siendo atropellada por quienes pretenden mantener a todo costa las relaciones de poder más ultrareaccionarias en los ámbitos laborales y educativos, sí, solo por poner sólo dos ejemplos sangrantes, pero también y quizá especialmente en la pareja y en general en el terreno de las relaciones entre hombres y mujeres y en sus roles sociales respectivos.
Es la dignidad de las mujeres italianas la que está en juego, y por ello hay que saludar este nuevo frente de lucha que se abre en Berluskistán. En la imagen que ilustra el post, mujeres manifestantes exhiben un cartel con la leyenda: "Italia no es un burdel".