Las musas inspiradoras de un encanto, de algo más oculto aún detrás de una belleza diferente.

Por Artepoesia

Cuando la Revolución mexicana comenzaba imparable su andadura, durante 1911, las huestes de Emiliano Zapata tomaron entonces la ciudad de Cuernavaca, allí, un oficial simpatizante de las tendencias revolucionarias, Manuel Dolores Asúnsolo, le entregó satisfecho la ciudad al mítico guerrillero mexicano. Este militar y heredero terrateniente, oriúndo del norte del país, se había educado en los Estados Unidos, en donde acabó en 1903 uniéndose ya en matrimonio con la canadiense Marie Morand. Un año después, nació la hija de ambos, María Asúnsolo Morand. Esta bella, sorprendente, misteriosa, aguda, libre y talentosa mujer acabó siendo años después una de las musas y modelos más retratadas por los artistas mexicanos de entreguerras.
Pertenecía a la enriquecida familia Asúnsolo, cuya prima Dolores llegó a ser la famosa actriz Dolores del Río. Y es que, a diferencia de los directores de cine, los pintores escudriñan en sus musas algo mucho menos visible o impactante que un hermoso y bello rostro, que una capacidad artística expresiva o un especial talento interpretativo. Lo que los artistas plasman en sus lienzos, provocados por una especial inspiración, es el encantamiento que estos seres ya destilan por su personalidad desdeñosa, auténtica, por su desinterés interesado, por su fuerza desgarradora de emociones, por su belleza permanente, que no tiene nada que ver con la que vemos sino que traspasa las satisfechas apetencias descosidas, al final de un solo momento, para alumbrar, así, eternas, las oscuras y veleidosas rémoras de una vida.
En los años treinta casi todos los pintores mexicanos retrataron a María Asúnsolo, posiblemente en toda la Historia del Arte del siglo XX ninguna mujer fue más retratada y esculpida que ésta. Pero, es que además de poseer una personalidad atronadora, fue una bellísima mujer. Nada libertina al pronto de sus deseos, porque más que pudor, lo que poseía era una maliciosa forma de enseñar su cuerpo. El destello de su pasión duraba el tiempo justo, para que así, luego, ésta no sustituyese nunca su misterio. Fue descrita una vez como La dama inmarcesible, afortunado adjetivo -poco usado además- que indica así lo inmarchitable, lo que, al fin, retrata el gesto perdurable de su modelaje; de aquella inspiración que, como musa destacada, oficiaba ya en los buscadores estéticos de lo indefinible.
Cuando Eugenia Huici (Chile, 1860-1951), al año después de casarse con el potentado Tomás Errázuriz, decidió residir ya en París en 1880 conoció entonces al pintor John Singer Sargent en un alquilado palacio veneciano, y, allí mismo, el creador norteamericano la retrató encantado ya por su ungida y serena belleza. A pesar de poder haber poseído las más ostentosas cosas que la hubieran rodeado, siempre prefirió la simplicidad frente al exceso. Revolucionó de este modo su entorno, su imagen, su persona y a los que la conocieron. Esto la hacía atrayente de por sí, y aquellos moradores de su vida y su atractivo sintieron una especial inspiración, además, para crear así el Arte que la poseería.
Aunque de origen polaco, María Olga Godebsca (1872-1950), había nacido en San Petersburgo en una familia artística ya por ambos progenitores. La música fue su talento manifiesto, sin embargo su pasión por el Arte, y los artistas, la llevó así a París, a dedicar su vida a enaltecerlos. Fue la musa por excelencia en el París de principios del siglo XX. Renoir, Bonnard y Picasso padecieron su influencia encantadora. También escritores y músicos. Todos terminaron fascinados por su personalidad, hasta el desconocido pintor español José María Sert, del que tomó finalmente su apellido en un tercer matrimonio. ¿Qué tenían estas mujeres, estos seres especiales, para que creadores requiriesen su presencia hasta dejar ésta plasmada en sus propias creaciones? Por que no acabaron siendo famosas, ni conocidas, ni envanecidas por la historia. Tan sólo provocaron algo imprescindible en los deseos creativos más inevitables: la inspiración motivadora, la representación más indeleble de la belleza trascendente, de una rara belleza, a un tiempo invisible y sugestionante.
(Lienzo del pintor mexicano Federico Cantú, Retrato de María Asúnsolo, 1946; Óleo Misia Sert, 1908, del pintor Pierre Bonnard; Cuadro Retrato de María Asúnsolo, del pintor mexicano Carlos Orozco Romero; Retrato de Misia Sert, 1944, del pintor catalán Pere Pruna; Óleo de John Singer Sargent, Retrato de Eugenia de Errázuriz, 1880; Fotografía de Eugenia Huici de Errázuriz; Imagen de Misia Sert, años veinte; Óleo del pintor francés Renoir, Retrato de Misia Sert, 1904; Fotografía de la actriz mexicana Dolores del Río, prima de María Asúnsolo; Fotografía de María Asúnsolo.)