Las poesía de José Iniesta: llegar a casa

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

He llegado a la poesía de José Iniesta a través de las tan denostadas redes sociales. De repente, entre la sobreabundancia de poetas y poetillas, me encontré con sus poemas, que va publicando asiduamente para deleitarnos a sus seguidores.

Después, he leído algunos de sus libros. No los ocho que ya lleva publicados -de momento-, pero sí los dos últimos. El anterior tiene el significativo título de El eje de la luz.

Hasta el momento, su último libro (y casi reciente) era Llegar a casa, publicado en 2019 y cuya promoción debió interrumpirse (como hizo el resto del mundo) con la irrupción de la COVID-19. He visto (de nuevo, a través de Facebook, pues algo tendrá de positivo) que ha retomado las lecturas del poemario en diferentes espacios.

También a través de la red social me he enterado de que anuncia la publicación no de un libro, sino de dos. El primero, La plenitud descalza, es una colección de haikus. Algunos de ellos siguen los rasgos de su poesía anterior, como veremos en estas líneas: la amada como iluminación del mundo y de la vida.

Mi mano, siempre,

acaricia en tu rostro

la luz del tiempo.

Cuando se lea este artículo probablemente esté recién publicado el otro libro, Cantar la vida, en Calle del Aire-Renacimiento, su editorial habitual. Sirva este artículo como preparación para enfrentarnos a la lectura de estas dos nuevas entregas.

A pesar de su presencia en las redes sociales, las referencias biográficas de Iniesta son escasas: nacido en Valencia, en 1962, estudió Filología Hispánica en su ciudad natal. En 1985 publicó su primer libro de poemas, Del tiempo y sus castigos, y ha ganado dos premios: el Ciudad de Valencia Vicente Gaos con Arder en el cántico en 2008 y el Ciudad de Badajoz en 2010 con Bajo el sol de mis días.

Se ha dicho que su obra presenta la influencia de otros poetas valencianos, especialmente la de Francisco Brines, recientemente fallecido, Vicente Gallego o Antonio Moreno.

La sola lectura de los títulos citados ya nos da una primera aproximación al poeta: la importancia de la luz en su obra lo aproxima a autores como Juan Ramón Jiménez o, sobre todo, a Jorge Guillén. Pero sin lugar a dudas, como ha reconocido el propio Iniesta, el poeta omnipresente es san Juan de la Cruz, del que asegura que aparece en toda su obra.

Como gran parte de su poesía, los poemas de Llegar a casa (título, por cierto, tomado de un poema suyo anterior) están escritos mayoritariamente en endecasílabos blancos, lo que les confiere un sabor clásico que convive perfectamente con un tono de íntima sinceridad y alejados de todo tipo de retoricismos:

Puedes entrar aquí, hasta la alcoba

que sabe del silencio de mis noches,

las sábanas dormidas del desvelo,

cubriendo la materia del cansancio,

las cortinas abiertas...

A veces, y con tino acertado, gusta de romper el verso en hemistiquios (dos, tres), que resultan especialmente significativos:

¿...la piedra del amor lanzada al aire

cayendo,

irremediable,

en el vacío?

En ocasiones, se combinan con heptasílabos, siguiendo en esto la tradición clásica: ambos son los versos de la poesía áurea desde Boscán, y son los metros, precisamente, usados por San Juan en su Cántico. Destaca, empero, el pentasílabo en el delicioso poema El sueño de las certezas, con cierto aire de sensual anacreóntica:

Porque tu cuerpo

así desnudo

en la mañana,

en este lecho

de donde el sol

niega las fechas...

La disposición de los poemas no es ni mucho menos aleatoria: a pesar de que el libro no presenta divisiones internas, no se trata de una sucesión acumulativa de poemas, sino que parecen poseer una estructura bastante bien definida, aunque no rígida.

Los primeros poseen un carácter meditativo que introduce los temas y motivos que desarrolla el poemario: el paso del tiempo, la muerte, especialmente a través del recuerdo de la madre (como en el pequeño poema bergsoniano Arropado) y, sobre todo, uno de los motivos principales del libro y capital en la obra de Iniesta: el canto a la plenitud de la vida, nacido de la contemplación y meditación de la realidad inmediata, a menudo a partir de motivos sencillos que evocan una simplicidad de la vida casi adánica:

En torno de la mesa qué aventura

servir a mi familia el pan reciente,

repartirlo en la cena con mis manos.

Una vez introducido el motivo, el poeta lo trasciende: "De golpe todo significa más", añade, de manera que se convierte en símbolo que ayuda a comprender que en la realidad inmediata el yo alcanza la plenitud como estado de comunión panteísta con la naturaleza, que lo aproxima a Jorge Guillén (aunque estilísticamente estén muy alejados el uno del otro):

Hoy nada soy,

ni sombra,

al alumbrarme

aquí con el amor de vuestros rostros ,

y se abre al alborozo mi existencia

como un árbol creciendo desde dentro

para ser en el aire las ramas de la luz.

Se introducen, además, los motivos básicos: la luz, como imagen de la plenitud y de la perfección del mundo, así como la noche, que, aparte de ser el momento de la unión de los amantes, posee otras connotaciones negativas, junto con la confusión del yo, como veremos: "ya llegó la noche y mi ceguera", confiesa en un poema.

El paso del tiempo cobra un especial protagonismo, pero no entendido de modo tradicional, pues no aflora la angustia por la cercanía de la muerte o la extinción del tiempo pasado, sino que se ve como el único modo de sentir la vida plenamente:

...el fluir del tiempo se derrama

inundando desiertos de pobreza,

y todo es la consciencia de estar vivo

con daño y alegría a cada instante.

Frente a estas notas positivas y de celebración, tendrá una mayor importancia a lo largo del libro la desorientación existencial del yo protagonista del poema. En un poema confiesa:

No sé qué significo frente al cielo.

Esta confusión la desarrolla en otro lugar

¿Quiénes somos en la noche?

¿A qué vamos perdidos,

a qué encuentro

sin final ni principio, por qué selvas?

Esta sensación de perdición existencial nace de la ausencia de sentido en la vida y en el presente:

¿Y qué sentido tiene estar aquí,

ahora,

haber caído en las profundidades

del tiempo y despegar sin hacer nada...

Se genera así el sentimiento de angustia, que resume en la magnífica imagen de los caballos salvajes:

Andando por la arena de tus pasos

hoy regreso al final

al lugar del origen,

y escucho cómo corre n a lo lejos

los caballos salvajes de la vida. .

Pasa rápido el tiempo, lentamente,

por la vasta llanura despoblada.

El origen de este estado, la falta de sentido de la vida, nace, probablemente, con la muerte de la madre y la soledad del yo ante el mundo, desprovisto de su amparo protector frente al mundo:

Ahora que no estás en la mañana

soy del río del mundo, me abandono

al arrastre, no sé,

mi desembocadura,

y el mundo se hace río y confusión...

Sin embargo, el libro (y la poesía de Iniesta en general) es una celebración de la vida, hasta el punto de que podría adoptar el subtítulo que Jorge Guillén le puso a su Cántico: Fe de vida. Por ello, sabe que hay algo que lo arranca de este estado (en realidad, la oscuridad de la noche) y lo conduce hacia la luz, imagen de todos los elementos positivos del existir:

En la noche sin luna que nos une,

¿dónde tiene su origen tanta luz,

y tanta cuerda amada que se anuda

por unir lo invisible a lo real,

la materia cansada a su ilusión?

Esta cuerda no es otra cosa que el amor, la presencia de la amada, que se hace constante en la segunda parte del poemario:

No sé qué significo frente al cielo.

Detrás de todo existe tu presencia

encendiendo una vela que resiste

a los vientos, las lluvias,

los derrumbes.

La segunda parte del libro (que, insisto, no presenta divisiones internas) desarrolla a partir del poema titulado El sueño de las certezas la figura de la amada. Pero esta figura no se presenta siguiendo la tradición. Más que su belleza se destaca la mayor de sus propiedades: la luz, que contrasta con la oscuridad en la que vive el yo.

De la luz a tu luz, y ser lo oscuro.

En otro lugar mostrará la transformación que produce el amor en él, y que va de la oscuridad a la luz:

Si ya llegó la noche y mi ceguera,

¿adónde estoy ahora que el amor

parece, qué sentido,

que me alumbra?

La característica fundamental de esta mujer es la de ayudar al yo a superar su desorientación, su atormentado interior:

A mi lado descansa, oh tempestad,

la mujer que me ayuda y que sonríe

en mis acantilados, los del viento,

y hoy todo se serena al concederme

con su sola presencia y su figura...

Por eso, su sola presencia da sentido a su vida:

Ahora que en mí habitas sí que existo.

Ahora que me besas en la noche

de nuevo sé quién soy,

donde mi vida

celebra el alto incendio en su arder.

Y conduce al yo a la felicidad:

Es este no saber lo que me aúpa

a la felicidad si estás conmigo (...).

Lo que sí sé

no es nada. Tu alegría

abraza mi ignorancia, voy completo

Quizá por esto, los últimos poemas ya no hablan de la presencia de la amada junto al yo (como dos unidades independientes), sino que tiende a utilizar el nosotros, como plasmación de la unión de los amantes.

Hemos llegado lejos, a lo nuestro.

Vamos juntos los dos... (Paseo por la sed)

El granado florece en nuestros ojo.s

Creemos en la vida... (Tarde de primavera)

Nuestro pasos suenan en el polvo (El viaje verdadero)

Te miro, nos miramos. Sonreímos

al sabernos aquí y a lo que venga... (La entrega)

Quizá por esto, en otro poema concluye:

Estamos para ser unión y lejanía.

Tal es el efecto que produce en él la amada, que, en su estado de felicidad derivado de la unión de ambos, se produce una serena aceptación de la muerte porque está con ella:

La tarde es importante, estoy contigo

hablando en el jardín de las edades (...).

Aquí somos los dos,

donde estuvimos.

Ya ves con cuánto amor voy a la muerte.

Hay una imagen que se repite a lo largo del poemario: la del yo caminando solo o con la amada en la noche o en el amanecer:

La niebla se disipa y luce el sol.

Qué lejos nuestro andar,

y nunca haber llegado. (Una mirada sobre el mundo)

Es el amanecer. Estoy contigo

ahora.

Hemos salido fuera a respirar

la brisa que acaricia los jazmines

y el aroma doliente de la vida. (Un aroma doliente)

Después de atravesar los pedregales,

¿adónde hemos llegado,

amor, adónde? (Itinerario y preguntas)

A menudo, este paseo empieza en la noche y se dirige hacia la luz de la mañana que le conduce hacia la amada:

Caminamos más lejos, a los nuestro,

y hoy vamos de la mano

para permanecer

conformes con la sed y las heridas

y en esta luz que apenas despunta

yo acaricio en tu rostro...

Se plantea aquí la mayor coincidencia con la poesía de San Juan de la Cruz: mientras en la obra del místico, la Esposa busca en su deambular al Esposo, para lograr encontrarse con él y transformarse en la unión amorosa, el yo protagonista de Iniesta camina incesantemente, a menudo guiado por la luz ("sin otra luz y guía /salimos de la casa", reproduce Iniesta casi textualmente la Noche oscura) para encontrar la transformación (la sabiduría) con la amada y comprender, en su unión, la verdadera plenitud de la vida. Como la Esposa de san Juan, entra en las "cuevas de leones" y bebe de "la interior bodega del amado" quien le "enseñó ciencia muy sabrosa":

Después de atravesar los pedregales,

¿adónde hemos llegado,

amor, adónde? (...)

Y en qué cuevas entramos sin saber

ya nada ni quererlo

a oscuras del sentido

con una llama más sabrosa, mi ignorancia,

donde fue nuestro el vino y la saliva

y las sombras del mundo en la pared?

De este modo, la poesía de Iniesta trasciende la realidad, pero también trasciende la relación amorosa, y se convierte en la búsqueda constante de un nuevo sentido de la realidad, entendida como una forma de indagación, de conocimiento, de iluminar el verdadero sentido de la vida. Quizá por eso, uno de los poemas que cierra el libro es su Ars poética, en el que define su poesía:

Cantar no es otra cosa,

y tú lo sabes,

que un intento posible de alcanzar

en la noche la luz que está a lo lejos.

Poesía como conocimiento y expresión de plenitud.

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