Si bien su presencia en el escenario no se produce hasta el último tercio de la obra, Hércules el protagonista de la misma. Las referencias a él son constantes por parte de su esposa Deyanira, que espera anhelante su regreso. Un primer mensajero le lleva noticias positivas: Hércules está bien y llegará pronto. Pero el segundo mensajero le informa de que el héroe trae con él una nueva amante. Son los celos los que hacen actuar a Deyanira. No se puede considerar culpable a este personaje cuando vierte un filtro en un manto destinado a Hércules. Ella cree que es una poción de amor pero el centauro Neso, para vengarse de Hércules le había engañado y en realidad contiene un poderoso veneno. De nuevo la tragedia, el destino implacable que elige a un instrumento inocente para ejecutar sus planes.
Si algo destaca en esta obra son los lamentos del protagonista cuando está sufriendo la más cruel de las muertes. El héroe que logró las más famosas hazañas del mundo griego es derrotado por un simple manto, por una astucia contra la que nada puede su portentosa fuerza física. Los padecimientos de Hércules le humanizan, y más cuando mantiene una última conversación con su hijo Hilo, en la que le encarga que queme su cuerpo, además de cederle a su nueva amante, como si de una propiedad hereditaria se tratara. La muerte de Hércules es absurda, indigna de su fama. Quizá para compensar, a su muerte los dioses le concedieron quedarse sólo con su naturaleza divina y desechar la humana. Un nuevo dios en el Olimpo.