Las mujeres creamos sofisticados mecanismos de sabotaje. Le damos forma a complejas teorías para justificar nuestras necesidades. Tenemos miles de matices emocionales y cargamos con las trampas del género: ideas pre-concebidas sobre nuestra apariencia, los vínculos, la maternidad y nuestro aporte de valor al mundo que nos rodea. Roza lo inevitable caer en las falsaciones de la cultura. Nos complejizamos hasta el absurdo intentado cumplir con cada uno de los roles que nos competen. Comprometemos nuestro bienestar y aún así, nunca logramos la orgullosa satisfacción de la "tarea bien hecha" que me admira en los hombres: seres capaces de congraciarse con el infinito porque asaron a punto los órganos de un animal a la parrilla. No te asustes del ímpetu. No me levanté combativa. Es que estuve entre mujeres. Mujeres de distintas edades y procedencias sociales. Mujeres de la familia de no-marido y de mi familia. Desde las tías que bailaron con los Iracundos a las primas menores que hablan de "toques", lanzan colecciones de bikinis o crean softwares. Mucha mujer.
La desmesurada escucha y observa. De escuchar y observar el mundo se nutre mi blog. Este post, por ejemplo, nació como una colaboración con las chicas de En Pocas Palabras (desde ya, te invito a leer su blog porque seguramente te interesa...). El tema de nuestros post paralelos es la organización de tu espacio de trabajo para una rutina productiva pero, los encuentros femeninos del fin de semana tuvieron ese no sé qué de gineceo y me inspiraron a escribir desde otro lugar. El discurso femenino puede ser tan rico y complejo como caótico y emocional. Nos entendemos entre líneas y las vivencias comunes nos hermanan aunque no tengamos ni medio alelo en común. Esa hermandad femenina que corre transversal a edades, nacionalidades y condiciones es la que da forma al cuestionamiento que quiero compartir contigo. Para que te preguntes por qué las mujeres caemos dócilmente en las trampas de la productividad.
Las trampas de la productividad.
Mi sobrina Paulina tiene dos años. Es hermosa y pícara. Sigue con la mirada a su abuela limpiando la cocina. Se le acerca y la quiere ayudar a secar los platos. Mi madre hace un rato que pasó los 60 y en su propio cumpleaños no se sienta a tomar chocolate porque necesita que todo esté en orden. Mi prima mayor cuenta las diferencias irreconciliables que la separaban de su ex-suegra "mega-súper-emprendedora", mientras la menor está enamorada que da miedo al punto que poco le importa si ese hombre tiene madre o no (aunque debería por lo menos considerarlo...). Yo converso y me río pero también voy por la casa limpiando las huellas que dejan mis hombres en las paredes. Sí, lo sé: el toc. Pero ¿dónde se ha visto un hombre se apoye en la pared y deje la marca de todos sus dedos? Me gustaría decirte que estoy hablando del hombre que gesté pero estoy hablando del hombre que elegí para gestar.
Es una reunión familiar: todas hablamos a la vez. Todas "hacemos" más de una cosa a la vez y lo expresamos en voz alta: nos preocupa el "hacer". Ojo, tampoco creas que soy una total desvelada de la productividad: puedo ser ociosamente improductiva sin que se me corra el rímel. Permanezco inmutable escribiendo un post mientras no-marido prepara el almuerzo siempre y cuando la preparación no comprometa la integridad de la casa. Y tan contenta. Pero a mí, como a vos, me pre-ocupaba "hacer algo de provecho con mi tiempo". Producir te da sensación de control. Cuando sufrís por procrastinatuda, lo que te acompleja no es "hacer" sino todo lo que pensás que "debías haber hecho" . Aunque en la mayoría de los casos es un "debía" más imaginario que real.
Las blogueras somos las primeras en auto-castigamos por la postergación: sufrimos por no poder publicar todos los post que querríamos, con la calidad que desearíamos y la frecuencia que mantenga fresco nuestro contenido para Google. Por no ser originales, divertidas y adorables en cada una de las entradas que dejamos caer en el interfaz de Blogger. Antes de publicar lavamos ropa, preparamos cenas, bañamos hijos y atendimos las responsabilidades laborales más urgentes porque, seamos honestas, son pocas las que viven de lucir divas en un blog.
¿Vos creés que procrastinás? Hasta que se invente un "elongador temporal", veinticuatro horas son veinticuatro horas mi santa.. ¿a qué le llamas procrastinar? Si querés disfrutar de tu blog no caigas en las trampas de la productividad. No te ayudan. No suman. Cómo que no sabés cuáles son...las conocés íntimamente. Y si no, te las presento por su nombre:
1- Tengo que poder.
Tenés un trabajo, atendés la casa y escribís un blog. En los ratos libres, salís con tus amigas o te depilás -las dos piernas en una misma sesión es la gloria. No sé qué forma asume para vos el mantra productivo, pero se traduce en un "tengo que poder" seguido por una larga lista de verbos yuxtapuestos conjugados en primera persona. Hace un rato que no me agarran en ésa. Asumí sin trauma que no tengo por qué "poder". La creatividad no es un "tengo" es un "necesito y quiero". Forzarte en una agenda inflexible de deberes para el blog es una de las formas en las que expresás tu preocupación por producir.
Desintoxicá escritorio y agenda. Limpiá todo lo que está demás dentro y alrededor de tu calendario. Dejá solo lo esencial. Lo que se ajusta razonablemente a tu ritmo de vida. Si podés publicar dos veces por semana, genial. Si no podés, no cae Varsovia. Tener metas realistas no significa que postergues, significa que reconocés un orden de prioridades. Tu desconsuelo no debería ser tal: elegiste lo importante. Si lo que quedó atrás en esa elección fue escribir un post o actualizar tu twitter, mala suerte. Otro día será. Guardá el flagelo. Reconocé que escribir un blog es estimulante y enriquecedor pero que la vida tiene imperativos y "poder con todo" es una utopía o una ficción que te venden los coach de la productividad. Nadie puede con todo: las personas eligen qué y cómo hacer las cosas. En esa decisión, algunas tareas caen por su propio peso y otras se imponen. Si escribir te pesa no deberías hacerlo. Al menos no en el momento en el cual lo sentís como un agobio. Un post escrito por obligación es un post estéril.
2- Llenarte de lo intrascendente.
Este es el momento dedicado a las verdaderas procrastinatudas. El principio de plenitud de lo intrascendente es la otra cara de la moneda del "tengo que poder". Porque tampoco voy a ser la relativista extrema. Creo que los ritmos femeninos no tienen por qué ser los de la "productividad" tal como es entendida en el mercado laboral masculinizado pero sé de primera mano que, a veces, encontramos en la postergación la excusa para sentirnos culpables. No es que te sentís culpable porque postergás. Es que postergás para justificar la emoción que te desvaloriza. Es una de las trampas más arteras: si "no sos capaz" entonces ya podés exorcizar el miedo en una cadena de pensamientos negativos que consumen tiempo y energía. Tiempo y energía que podrías ocupar, por ejemplo, escribiendo un post. Aunque dicho de esta forma se lee como uno de los principios de "Procrastinación para dummies", lo cierto es que una y otra vez caemos en la proliferación de lo innecesario para sentirnos útiles. Y de la misma forma, una y otra vez fallamos en el cumplimiento de esa locura para castigarnos llamándonos con palabras que suenan raro.
Lo sabés tanto como yo: cuando querés sentarte a escribir un post llega a tu cabeza un alud de tareas pendientes de la más diversa índole. Desde cortarle las uñas al hamster a podar los malvones, es probable que encuentres cien acciones diferentes que podrías estar haciendo en ese preciso momento. Pensalo: proliferás en lo insustancial. Probablemente te pasaba lo mismo cuando te disponías a estudiar para un examen importante y entre la enunciación de la voluntad de estudiar y el acto real podían pasar más de dos horas porque en el camino del living al escritorio encontraste "tantas cosas por hacer" que esos metros se transformaron en millas acumuladas, Llenarnos de intrascendentes es la forma en la que nos sentimos falsamente productivas. No me pude sentar a escribir porque...si lo que sigue no se complementa con uno de los derivados semánticos de las palabras salud, dinero y amor...no veo qué otra cosa pudo detenerte. Si te detiene algo de esto, no estás procrastinando, estás decidiendo sanamente, tu orden de prioridades.
3- Es perfecto o no es.
Mi preferida de todos los tiempos. Es tan "yo" como ser desmesurada. Sin embargo, cuando querés escribir un blog, en algún punto deberías asumir que en la búsqueda de la perfección te vas a quedar con el "no es". Una de las trampas en las cuales las mujeres no dejamos de caer es la auto-exigencia extrema. O mejor dicho, el sabotaje que se disfraza de detallismo y conspira contra toda acción. Si querés escribir hay una sola cosa que tenés que hacer: sentarte a escribir. Claro, no va a ser perfecto. La primera versión incluso va a tener errores, tipeos insólitos y mucha tela para cortar. Sin embargo, si esperás el momento adecuado y la concentración de Borges... Mala señal, eso significa que hace dos meses que no actualizás el blog. Así que, o te conseguís tu propia Kodama o de lo contrario, asumís que un post de valor para tus lectores no es necesariamente una pieza maestra sino una herramienta de comunicación. Muchas veces publiqué una entrada que tiene errores que más adelante corrijo o está ilustrada con una de esas fotos ni cercanamente parecidas a mis aspiraciones. ¿Sentiste que te falté el respeto? ¿Me dejaste de leer por eso? Al menos vos, no. Bueno, yo tampoco te dejaría de leer porque no seas perfecta todo el tiempo. No te leo por perfecta te leo por tu identidad. Para escribir un blog lo que realmente importa no es la excelencia absoluta y sostenida sino la personalidad. Tu espacio dedicado a la creación puede permitirse el detalle poco convencional y el capricho. No seas la bloguera perfecta, sé.
Conclusiones para organizarte.
Ahora que desmesuraste con mis trampas de la productividad, comprenderás porque adoro a las blogueras hedonistas. Escribir un blog requiere de organización, perseverancia y disciplina, es innegable. Pero también de que permanezcas atenta al mundo que te rodea, te inspires en Pintrest (como te sugiere Albertina), escuches esa música que te gusta y a las mujeres de tu entorno. De escuchar mujeres y sus pre-ocupaciones contadas entre risas nació el artículo que estás leyendo. Según no-marido, que me escuchó aconsejando primas jóvenes, la mediana edad me trae revenida en la psico-gurú de lo femenino... en fin. Será la mediana edad. Si querés una visión fresca de cómo organizar tu rutina y tu escritorio, podés pasar por el blog de las pocas palabras, porque seguramente no son tan pocas y te ayudan desde otra perspectiva: cómo crear la atmósfera que necesitás para escribir.