La lectura de Las viejas sendas, comienza de forma tal que nuestra expectativa se reduce, mucho más cuando se consideran los dos primeros volúmenes de esta trilogía, pero a medida que se avanza en la lectura, se descubre la profundidad en el mensaje del autor y esto consigue que no se desee dejar sus páginas hasta culminarlo.
Para ello es necesario llevar a cabo una acción principal: caminar. El autor guía al lector mediante su viaje a través de distintas rutas. Al momento de leer con detenimiento cada página de este libros, seremos capaces de sentirnos sacudidos por la naturaleza que Macfarlane describe en su obra.
Un detalle a destacar de la última entrega de la trilogía, es el protagonismo que le otorga el autor a las personas. En los distintos escenarios y localidades, aparecen personajes de todo tipo. Lugareños, fantasmas de personas ya fallecidas, seres humanos felices, personas de recursos limitados que necesitan de la tierra para su subsistencia. A su vez, resalta la manera en que Robert Macfarlane hace correr al tiempo, no siempre de forma lineal, sino retrocediéndolo, fragmentándolo y reagrupándolo.
Las viejas sendas es la tercera parte de una <imprecisa trilogía sobre el paisaje y el corazón humanos>, en palabras de su autor, Robert Macfarlane. Los dos primeros títulos de la supuesta trilogía, Mountains of the Mind (2003) y The Wild Places (2007), le valieron el reconocimiento como uno de los escritores ingleses emergentes, pero Las viejas sendas es la obra que le ha granjeado la alabanza unánime de la crítica y el éxito masivo, siendo elegido como uno de los libros del año por autores tan diversos como John Banville, Philip Pullman, William Dalrymple, John Gray, David Nicholls, Penelope Lively o Andrew Motion.
Esencialmente dedicado al acto de caminar, el libro nos recuerda la especial relación que, a través de ese movimiento, establecemos con el paisaje, y con todos los que nos han precedido en dejar sus huellas sobre los campos, o las estelas de sus embarcaciones en los océanos. Nos invita a reflexionar no sólo sobre la forma en que nos desplazamos, sino sobre nuestro modo de mirar, de sentir y de relacionarnos con el medio, el arte y la naturaleza. Macfarlane dedicó tres años a recorrer rutas ancestrales por todo el mundo, a lo largo de cañadas, veredas, vías de peregrinación, antiguas rutas marinas y sendas que datan de época prehistórica, por Inglaterra, Escocia, Palestina, el Himalaya y España. El poeta inglés Edward Thomas es la figura espiritual que le sirve de
guía en dichas travesías, y el libro que tiene en sus manos el resultado de su poética y personalísima investigación, que insufla de vida un género literario en su totalidad.