El taller de escritura se desarrolla de una forma lenta y titubeante al principio, en ese espacio de búsqueda o tanteo de aquello que se nos plantea, pero que no llega a definirse hasta que el guion detiene su mirada en Antoine, sus baños, sus momentos de soledad, sus videojuegos y en esa intimidad que gobiernan sus silencios; silencios expectantes más que proactivos, lo que le permiten dar un punto de vista a la historia que se desarrolla en el taller de escritura, diferente y, sin duda, de mayor valor literario que las del resto de sus compañeros, atemorizados todavía porque la ficción le gane la partida a la realidad. En ese juego, poco profundizado en el film, es donde éste cojea, como si Cantetno se atreviese a darle el verdadero valor a la imaginación que no se ve sepultada por la vida cotidiana. No obstante, el valor intrínseco de El taller de escritura está ahí, porque nos hace plantearnos esa visión alejada que tenemos sobre la juventud, muchas veces perdida en las telarañas de la ciber existencia y que, en esta ocasión, de la mano de Laurent Cantet se abre camino por sí misma, aunque sea a través de la confusión que crea la colisión entre realidad y ficción.
Ángel Silvelo Gabriel.