Lecciones de Hiroshima

Por Gonzalo

Hans Bethe dijo que el Proyecto Manhattan “lo cambió todo; hizo que los científicos se metieran en política”. La necesidad de que los científicos comprendan lo que sucede a su alrededor también se aplica a la inversa, por supuesto, a los políticos y a los profanos en la materia con respecto a la ciencia.

Rudolf  Peierls dijo en 1986: “Me temo que, hace cuarenta años, subestimamos la capacidad de los que estaban en el poder para comprender las implicaciones de lo que habíamos creado”.

De hecho, la interacción a través de estas líneas divisorias comenzó antes del proyecto de Los Álamos, en la época en que Leo Szilard expresó por primera vez su preocupación a cerca de la bomba nuclear.

Tales intercambios exigían de los científicos toda una serie de habilidades nuevas. Antes, se un buen científico requería inteligencia y buenos conocimientos de un campo determinado. No era preciso, sin embargo, ser un buen comunicador ni saber relacionarse con otros, ni tener conciencia política, ni mostrar capacidad de juicio en cualquier área ajena a la ciencia, e incluso entonces sólo se exigía dominar un tema especializado.

La energía atómica fue quizás el primero entre diversos temas que existen hoy, como la genética y la nanotecnología, que exige a los científicos que comuniquen sus conclusiones de forma eficaz y que decidan después si deben expresar una opinión al respecto, presentar otras opciones o decir simplemente: “Aquí están, esto es lo que significan, otras tendrán que decidir qué uso se les puede dar”.

La opinión de Robert Oppenheimer era muy simple. Un científico no podía detener un descubrimiento como la bomba: “Si eres científico crees que es bueno descubrir cómo funciona el mundo;  que es bueno descubrir cuál es la realidad; que es bueno dar a todos los hombres el mayor poder posible para controlar el mundo y ocuparse de él  según sus ideas y valores”.

Sin embargo, la personalidad de los individuos determinan la actitud que toman ante tales retos. Sus capacidades más allá de la ciencia determinarán el éxito de sus argumentos. Niels Bohr fue un gran científico y un ser humano cálido y compasivo a quien le era fácil granjearse el afecto y el respeto, tanto científico como general, de sus colegas.

Sin embargo, cuando intentó salirse de su campo e introducirse en la esfera política para defender el control internacional de la bomba, Bohr fracasó porque no pudo comunicarse de forma adecuada.

En el campo de la física, sus problemas de expresión, tanto sobre papel como de palabra, eran bien conocidos y tolerados con afecto. Robert Oppenheimer dijo en cierta ocasión que era “fácil que incluso los más inteligentes no supieran de qué hablaba Bohr”.

Una mayor capacidad para comunicarse (y quizá  para escuchar) podría haber proporcionado a Bohr más influencia política. Sin duda le habría aportado una visión más clara sobre algunos de los principales acontecimientos en los que participó, como la reunión de Copenhague.

Asismismo, si Szilard hubiera sido menos excéntrico o egocéntrico puede que hubiera conseguido más aliados y convencido a más gente. Si Heisenberg hubiera mostrado más empatía y menos engreimiento es posible que hubiera visto las cosas de distinta manera.

Marie Curie insistía en que “en la ciencia debemos interesarnos en las cosas, y no en las personas”. William Penney, quien no conservó sus papeles, fue más lejos: “La gente no es importante; la historia trata demasiado a menudo sobre la gente”.

Ambos estaban equivocados. La historia, incluso la historia de la ciencia, trata esencialmente sobre las personas: cómo pensaban, cómo pusieron en práctica sus ideas y cómo se relacionaban con su entorno inmediato, así como con la sociedad y con el orden mundial.

Todos los que participaron en esta historia, sin tener en cuenta su raza, sexo, credo, edad o  capacidad intelectual, poseían la capacidad de actuar de forma individual. Al pensar en la historia, pero por encima de todo al pensar en el futuro, no deberíamos despersonalizar las situaciones, sino recordar nuestra responsabilidad individual y las consecuencias para los demás.

Merece la pena destacar el ruego de una superviviente de Hiroshima: “Cuando era más joven solían llamarnos vírgenes de la bomba atómica, más recientemente nos llamaron hibakusha [supervivientes de la bomba atómica] [...] No me gusta que nos vean de esta forma. Me gustaría que me vieran simplemente como a un ser humano.

Fuente:  ANTES DE HIROSHIMA   De Marie Curie a la bomba atómica  (Diana Preston)