Las nubes dibujan incansablemente, como un regalo del cielo, formas imposibles sobre la bóveda de azul celeste que nos corona.
De niño, pasaba horas y horas oteando las diversas formas e imaginando fantásticos dragones, pájaros imposibles o caras reconocibles.
Pero ahora las más de las veces, esa mente fantástica va dando paso a otra más sincrética y práctica y busca indicios de precipitaciones inoportunas o de climatologías teóricamente y absurdamente adversas.
Todo lo dirigimos a un pragmatismo enfermizo que te hace levantarte y consultar tu móvil y a continuación la página de Aemet o de Meteogalicica para saber si va a llover o si va hacer sol.
Y al final te acabas preguntando ¿para qué? ¿Para encerrarte entre cuatro muros de una oficina? Absurdo.
Los que mantenemos un trozo de terruño, aunque no sea para sobrevivir, tenemos cierto interés en la evolución climatológica.
Si, siempre te planteas algo.
Quieres saber si necesitas regar o no. Siempre deseas conocer las condiciones de humedad que te van favorecer o amortiguar algún ataque de no sé qué hongo o insecto, o siempre aguardas que el agua caída sea la justa para que la malas hierbas sean fácilmente controlables.
Los fotógrafos buscamos además otras condiciones que nos favorezcan y nos eliminen los cielos planos, blancos o amorfos y nos arregle una foto un poco gris.
Adoro las nubes, siento su compañía y admiro enormemente su belleza
Sí, y aunque no seas fotógrafo paisajista un cielo te puede amañar una foto.
Cielos tristes y deprimentes.
Por la tarde el cielo se abre a pedazos y deja pasar cachitos preciosos de azul celeste junto a trozos inmensos de algodón blanquísimo y retales negros como el infierno. Momentos de luces espectaculares.
La temperatura es agradable y desde la ventana de mi estudio, ese cielo me está gritando a cuatro voces que coja mi cámara y salga a la calle.
Lo hago y al final comprendo que es él el que manda.
Y le agradezco la sesión tan fructífera realizada en un ambiente tan exigente como tu propia ciudad en donde la rutina te embota constantemente los sentidos y tu capacidad de observación.
El Sol es un magnífico aliado, pero tampoco desprecio una mañana de niebla, donde reina el misterio y la blanquecina manta tapa lo superfluo y destaca difuminadamente la figura que ansias captar. La niebla no es más que la nube que baja a que la toques y la acaricies.
También agradezco la tormenta repentina donde las nubes, tan queridas, se licuan torrencialmente, no sabes si llorando o riendo para fundirse contigo. La gente huye despavorida para resguardarse como puede de su ímpetu y en ese momento se genera un momento de una intensidad indescriptible.
Tampoco le huyo a la lluvia intensa y predecible que te cala como aquella mañana, solos ella, las gaviotas, la Torre de Hércules y yo por los parajes de A Coruña
Yo, que soy fundamentalmente un fotógrafo de exteriores, aunque no paisajista, y me recreo en fotos tomadas en Frómista, la Castilla palentina en las que los plomizos cielos de una potente tormenta transforman completamente los Campos de Castilla
Y reviso tomas de A Ribeira Sacra, donde las nubes algodonosas dan vida a unas vides dormidas por el efecto del invierno
Están también los feriantes de As San Lucas de Mondoñedo negociando bajo un sol filtrado por castillos espectaculares o los Picos de los Pirineos encumbrados por grises y frías bolsas de agua vaporosa.
Es una riqueza fruto de un legado y de una experiencia milenaria que a menudo acompañadas con refranes vaticinadores que se cumplían en la mayoría de las ocasiones.
Sí, tengo que afirmar y confirmar, que soy un hombre que vive mirando a las nubes, bajo las nubes y de las nubes y quizás también en las nubes.