La capilla de Saint-Chistophe se encuentra en la cima de la colina de l'Hermitage (escribo con H- porque desde 1138 y hasta el siglo XIX así se escribía; a partir de ahí, se impone el etimológico "ermitage", sin h-). Una ermita, claro, es aquel lugar en que vive, reza y pasa sus horas un ermitaño, consagrado a Dios, a limpiar sus pecados y los de los demás (¡ésa es condición indispensable!). Así, cuenta la tradición, sucedió con el caballero Gaspard de Stérimberg: herido tras la cruzada de 1224 contra los Albigenses, probablemente arrepentido por la conducta que los cristianos ortodoxos tuvieron con los herejes de su misma sangre (todavía resuena en los campos de batalla la famosa frase de Arnaldo de Amalrich: "¡matadles a todos que Dios ya reconocerá a los suyos!"), fundó en 1235 esa ermita y se retiró con el permiso de su Reina, Blanca de Castilla.
No contento con la redención de sus pecados, debió girar su vista alrededor y se dió cuenta de que Fenicios, Griegos y Romanos habían pasado ya por esa zona, Ródano arriba (en el departamento del Drôme) y habían dejado sus restos de vitis vinifera. Bendito sea el caballero y sus descendientes que pensaron que tan importante como comer era beber con dignidad, porque en ese siglo XIII renació la tradición de la cepa en la zona, que se fortaleció en pleno siglo XVIII, con una breve estancia (y palabras elogiosas) de Luis XIII de Francia y Navarra. Hasta hoy. Lo que algunos consideran el secreto mejor guardado entre los vinos blancos de Francia (los tintos son otra historia en Hermitage), no es más que un secreto a voces: han sido, desde el siglo XIX, los vinos blancos mejor pagados y, por lo tanto, valorados y aquellos que todos quieren tener en su mesa. Han sido (no sé ya si lo son, lo confieso) grandes vinos de guarda (según añadas, de 25 años para arriba) y eso les ha elevado al Olimpo de los escasos vinos inmortales, con algunos pocos otros ejemplares (hablo de blancos secos, no espumosos, sin crianza oxidativa demasiado intencionada) procedentes de España (con viura mayoritaria), de Alemania (riesling), de Francia (con chenin blanc) y de Italia (verdicchio, sí, y fiano).
El 25 de mayo pasado, el periodista Juan Manuel Bellver introdujo a unos pocos privilegiados en el escasísimo mundo de las bodegas y botellas de Hermitage (AOC) blanco. Contó, para la selección, caza y adquisición de las raras botellas, con la inestimable ayuda de los amigos de Monvínic y de su codirectora, Isabelle Brunet, in primis, que lleva Hermitage y todo lo que sea centro y sur de Francia en las venas y en el corazón. Para mí fue una ocasión de privilegio, por el lugar, por la compañía, por algunos de los vinos encontrados y probados (jamás habían pasado por mi paladar) y por todo lo que aprendí. Bellver insistía e insistía (tras breve descripción de Isabelle del tipo de público voraz que tenía ente si) en que él no era enólogo ni técnico y que según qué preguntas no podría contestarlas. Ni falta que le hacía. Armó lo que algún teórico podría llamar una "cata emocional", a base de su amplísima experiencia en la zona, a base de lo mucho que ha comido y bebido en ella y a base de lo mucho que ha escuchado y conoce de la música francesa. Sí, sí, música. Porque cada vino iba introducido por una canción que Juanma maridaba con él. Experiencia sensacional fue ésa, sin duda, que supera y amplia cualquier pregunta sobre el ph o la acidez total que se hubiera querido hacer...
La marsanne y la roussane, siempre en proporciones desiguales a favor de la marsanne, son las protagonistas. Una pequeña colina de no más de 2,5 km de este a oeste y 1 km de norte a sur (135 ha) las alimenta.También las protege, en buenas pendientes con inclinación sur, del frío y duro mistral del norte. No se puede hablar de una composición del suelo. La appellation es pequeña pero la complejidad, sobre todo, a diferentes alturas de la colina, es grande: las partes más altas (Hermitage, Maison-Blanche, la Croix) son de suelo de löss, arenas y arcillas mezcladas con residuos graníticos; mientras que lo que son propiamente los "coteaux" (Meal, Beaumes...) contienen desde cascajo compactado por la calcificación a terrazas de piedra calcárea (la parte central, la más importante) y suelos compactos, de piedra y arenas, calcáreos pero permeables. La parte baja de la colina (Greffieux, la parte baja de Bessards) es de suelos también calcáreos, más de limos y arcillas por las frecuentes crecidas del río. Altitudes variadas, suelos diversos, buena insolación, mucha tierra calcárea, pendientes, humedad cercana = grandes vinos, y de guarda. Eso es Hermitage.
No haré una descripción detallada de toda la cata . No creo que tenga mucho sentido. Saqué mis buenas conclusiones, he estado pensando en ellas no pocos días y, al hilo de una de las canciones que nos puso Juanma (¡por favor, quiero la lista!), titulo este post y os las ofrezco: "Les jeunes filles d'au-jour-d'hui", se titulaba la canción (creo recordar...). No sé qué futuro tendrán las añadas y vinificaciones que probamos, digamos desde el 2001 para acá (Chapoutier, Ermitage Le Meal; L'Orée 2001; Tardieu-Laurent Hermitage 2004; Jaboulet Hermitage Chevalier de Stérimberg 2006; Guigal Hermitage Ex-voto 2001; Chave Hermitage 2004), pero les encontré un interés limitado. Si me fijo en el precio de las botellas, el interés es ya limitadísimo. Su futuro, su capacidad de envejecimiento, me despierta dudas, sobre todo si las comparo (y lo hice, a fe), con las añadas más antiguas. Éstas me convencieron muchísimo más, me cautivaron por completo algunas de ellas, las que ofrecían una mayor proporción entre marsanne y roussanne sobre todo. No sé por qué, pero así fue.
Jean-Louis Grippat Hermitage 1986 fue uno de los casos. Empezamos mal, con un TCA de libro, pero la segunda botella aguantó las dos horas y media de cata. No estaba en su mejor día, pero la viveza y la presencia de ese vino fueron brutales. Lo comparé largamente con el Guigal Hermitage Ex-Voto 2001 (Grippat se jubiló en 2001 y vendió sus viñedos a Guigal) y aluciné de cómo pueden cambiar las cosas en unos pocos meses. Le vamos a dar un voto de confianza pero la oxidación de Guigal era muy notable, dominaba todo y quedaba muy atrás de las percepciones que ofreció Grippat. Guigal es un mito en la zona, por supuesto, por todo lo que ha hecho por ella (por Saint-Joseph, por la Côte-Rotie), pero creo que con este 2001 no empezó bien en Hermitage. "Les jeunes filles" de hoy en día se vieron superadas por "les jeunes filles" de antaño...Lo mismo sucedió, aunque con diferencias mucho mayores, con el cambio de dueño en Paul Jaboulet Ainé & Fils, con su Hermitage Chevalier de Stérimberg 1990, y en Jaboulet Hermitage Chevalier de Stérimberg 2006, ahora en manos de una joven llamada Caroline Frey (2006 es su segunda añada). El vino de los anteriores propietarios, de 1990, fue uno de los mejores de la noche. Por supuesto, le favoreció que fuera el único embotellado en mágnum, pero fue uno de lo grandes. Mostró lo mejor de Hermitage blanco: una sequedad y un perfil de puro acero, una mineralidad y un punto de oxidación de extrema elegancia, un frescor de primera magnitud (ese ligero balsámico de la aguja de pino) y un deje de fruta de secano (membrillo seco todavía en la rama), que te deja anonadado. Esta botella se puede encontrar por encima de los 220 euros. Compartirla entre 10 (es una mágnum), a 22 euros, puede ser una de vuestras grandes experiencias vínicas. Si la encontráis, claro. Comprar un Jaboulet del 2006, en cambio, sobre los 70 euros, puede ser una de vuestras grandes frustraciones. Un cero casi absoluto en mis notas.
De nuevo, las jóvenes de antaño seguían espléndidas en su madurez, mientras que las de hoy pasaban bastante desapercibidas. Me llegué a preguntar si tendría que ver con mi edad...Del resto, quiero destacar a Michel Chapoutier, el único biodinámico integral de la zona (desde el 2000), un tipo especial que hace vinos únicos para momentos únicos. Si coges ese momento...bufff... De lo probado esa noche, llegó a un buen nivel su Ermitage L'Ermite 2001 (de los jóvenes, el que más me gustó), este sí, sólo con marsanne, un vino duro, sin concesiones, brillante, con resina de pino, sequedad, un poco de bollería fina y almendras amargas. Acabó con aromas entre el tilo y la acacia, gran acidez en boca, algo de vicks vaporub y cierto amargor final. Si tuviera dinero, de esta Ermite 2001 compraría algunas botellas y las olvidaría en el fondo de la bodega por unos años...pero está sobre los 200 euros... Lo que probamos de Chave me gustó poco o nada, lo de Tardieu-Laurent, Guigal y Jaboulet queda ya dicho, y del resto de Chapoutier, gran discreción también. Última conclusión: no basta con tener un gran nombre y mejores cepas y viñedos para hacer un gran vino en Hermitage. De hecho, ni en Hermitage ni en ninguna parte...
La foto "Jeunes filles d'Etiez, années 1930" procede de Pascal Tornay.