Era cuestión de tiempo. Lo que hace unos años comentábamos en la barra de un bar que podría suceder y sonreíamos de sólo imaginarlo, ha ocurrido.
Hoy no me quiero entretener en giros copernicanos pensando qué hace Ayuso de tour por EEUU, ni el ex-president en Cerdeña, queriendo reconquistar la isla italiana para la causa independentista y convertirla en su particular Elba napoleónica. No, no voy a dar vueltas a una de esas norias, que ahora se han convertido en símbolos de las ciudades para el entretenimiento de la plebe, porque no tengo ni idea de los entresijos palaciegos de políticos, consortes reales, bufones del reino y sirvientes a sus causas más particulares.
Esta semana, C.D.M (oculto tras sus iniciales la identificación de una ciudadana) ha recibido una notificación de la administración tributaria autonómica. Hasta aquí, podríamos decir que todo normal. Pero el desconcierto transformado en zozobra se produce cuando, tras efectuar la correspondiente apertura de la comunicación recibida a través de la vía postal, descubre un requerimiento para que aporte en el plazo de DIEZ días hábiles, la información relativa a las liberalidades, regalos, sobres y donaciones que percibió con motivo de su matrimonio religioso celebrado tres años atrás.
La sorpresa convierte la cara de C.D.M. en un poema. Un poema de verso libre con rima consonante, asonante y disonante. La mirada de C.D.M no tiene desperdicio. Hace un repaso a su lista de bodas: sobres con dinero y sin dinero —suena como aquella ranchera de José Alfredo Jiménez—; la vajilla de 48 piezas para cuando la familia crezca; la cubertería de plata de ley; las sábanas de algodón de primera calidad con estampados floreados comprados en la Tienda de El Torito; el reportaje fotográfico que sus suegros decidieron regalarle para el día del enlace, porque aquella muchacha convertida en nuera se llevaba al niño pequeño de su casa.
Mientras C.D.M. realiza un exhaustivo repaso de regalos, dádivas y liberalidades, en la radio suena, como una banda sonora, una tropa de tertulianos discutiendo sobre el liberalismo, las libertades y hasta del libertinaje. Y se cuela entre ellos, las palabras de un escritor hablando del bien en el momento preciso del ejercicio al voto (posiblemente saque una nota aclaratoria indicando que hemos interpretado mal sus palabras) y se produce cuando al mismo tiempo se recuerda a Clara Campoamor y el derecho al sufragio de la mujer.
No sé hasta dónde llegaremos, pero C.D.M me pregunta si aquel impuesto ha prescrito, porque a ella le ha pillado con el amor caducado, ya desde hace un año, su matrimonio ha pasado por el juzgado y está visto para sentencia.
De la prescripción y la caducidad, ya tendremos en algún momento la posibilidad de hablar.