Pues no sabía que a un cerezo se le podía herir.
Ana Blandiana.
Ligera como agua
desciende
por el tronco
transparente
apremiante derramarse
desde la blanca carne
expuesta como la herida que es
la primera gota
sobre la corteza marcó el sendero
que las demás siguen
hasta la tierra
formando un surco
como el surco del llanto en la mejilla
como el fulgor de una sangre sin fulgor
cuya palidez
fuese el cifrado que preserva
el dolor en su secreto
savia
intimidad expuesta
del ser que sufre
generosa transparencia
que exonera
a quien no ha querido saber
que a un nogal se le puede herir
tal vez le gustaría escuchar
una disculpa
del que poda
del que amputa.
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Publicado originalmente en la revista Monolito.