La apuesta era doblemente arriesgada. Sólo una empresa que se siente muy segura de qué hace, cómo y por qué lo hace, se atreve a algo así. Lindt, sin duda, es de éstas. En primer lugar, organizan una presentación de sus productos en un lugar (el Palace), con un restaurante y un chef (Romain Fornell y su renovado y exclusivo Caelis) que se podían haber "comido", sin más, cuanto bombón les pusieran por delante. Ese Hotel, aunque haya cambiado de nombre, es mucho hotel en la ciudad de Barcelona. Y Romain Fornell y su nuevo restaurante están, también, a un nivel alto alto. En segundo lugar, no se les ocurre otra cosa que invitar a un bloguero independiente que no se debe a otra cosa que a su nariz, a su paladar y a describir las cosas tal cual las vive.
Confieso que entre tanto medio importante y reconocido, con gente con mucha experiencia en esto que llaman "eventos" (no me gusta nada la palabra), me sentí más bien raro (un poco a lo Tim Burton con sus marcianos). Pero gracias a la amabilidad de mis anfitriones y a la empresa de un amigo (que era quien organizaba todo: ¡buen "rebaño" tiene!), la cosa se superó con nota y acabamos brindando repetidas veces, ya no sé si por la Reina, por los que cumplían o habían cumplido años (excelso BIC cristal incluído, que anda ahora mismo celebrando su 60 cumpleaños!) o por la calidad de la cena y de los chocolates que tomamos. Por la parte del chocolate, a mí me tenían ya convencido de antemano: llevo comiendo Lindt hace muchos años y si bien prefiero las tabletas a los bombones (me gustan más los chocolates amargos y puros que las combinaciones con leche), reconozco que los que tomé estaban muy ricos. Por lo demás, sería ridículo pensar que Lindt va a vender más porque este blog hable así o asá de ellos.
Así es que me voy a concentrar en lo que me pareció más relevante de la noche: la presentación de Romain Fornell, de su comida y de su bodega y su relación creativa con Lindor. Hubo detalles que me gustaron mucho. Su vichyssoise servida en cubo de hielo y caviar es algo muy logrado y que impacta. La sopa tiene una textura etérea, muy delicada y más cercana a la espuma que al líquido. Me gustó de veras. El rodaballo asado con rebozuelos, vinagreta tibia con berberechos y navajas y emulsión de champagne, estuvo a gran altura, sobre todo en la combinación entre marisco y setas. Y el cochinillo ibérico destacó, de nuevo, por el contraste de sabores, entre una cocción contundente y una tatín de manzana (con un sorbete de la misma manzana). No estuvieron a la altura, en mi humilde opinión, los vinos. Con los primeros, un Amarre Cepas Viejas de Vidal Soblechero 2009 (DO Rueda), estuvo flojo en boca y con una nariz de levadura seleccionada poco atractiva. Quedó a bastantes leguas de un buen ensamblaje con la vichyssoise y no digo ya nada de un foie gras al que tuvo que lidiar. Con el rodaballo, salió un Terrasses 2007 de Álvaro Palacios (DOQ Priorat), que empezó muy atractivo, con una nariz de impacto y la garnacha sobresaliendo del conjunto. Pero de golpe trocó en petit suïsse de arándanos y en 15 minutos, el vino había muerto en copa. Me temo que le falta todavía bastante en botella porque la maloláctica se lo acaba comiendo todo.
Lo mejor llegó con los postres. Romain Fornell había ideado una metamorfosis del bombón más emblemático de Lindt, el Lindor: un "Bombón Lindor según su inspiración" consiste en una delicada mousse de crema inglesa, chocolate Lindor y crema montada sobre una base crujiente de galleta (harina, fécula de patata, almendras, mantequilla y huevo). La gracia de la interpretación de este famoso bombón (además del impacto visual, que no es poco: mirad la foto inferior), está en que el crujiente se escondía en los laterales y en la base, no en la envoltura. Me costó entender el asunto pero al final lo vi claro (e se non è vero è ben trovato!): se trataba de un trampantojo, de un guiño. En Lindor (¡qué bien lo explicó su jefa de marketing!) a las dos texturas se llega rompiendo en la boca esa deliciosa costra para llegar a la explosión de sabor del chocolate interior. En el bombón de Romain (que no sé si tendrá continuidad en la carta o fue flor de una noche casi de otoño), uno piensa que la cosa sucederá igual, pero acaba pasando al revés. A las dos texturas se llega primero por la blanda de la mousse de chocolate y es la galleta base la que aporta el crujiente. Con los postres llegó un Pommery Brut Royal que como alguno de mis amigos sabe bien, es un champán limpio y fresco, de burbuja delicada pero más bien neutro y poco emocionante. Como aperitivo, solo, en la merienda, delicioso. Con esa bomba de chocolate, estuvo discreto aunque sus pequeñas notas de autolisis acompañaron bien a la galleta.
Fue una buena experiencia, ésa del Lindt en el Palace, pero cuando sonaron las campanadas de medianoche, me esfumé casi con sigilo. Confirmo que no me he convertido ni en ratón ni en calabaza. Al Caelis del Palace volveré un día para concentrarme en sus recetas y en sus vinos. Quiero entender mejor qué quieren hacer los dos Romain (el sumiller también se llama Romain, creo...) porque esa noche no dejaron de estar condicionados (sobre todo el sumiller, que tiene una dilatada experiencia y saber) por el entorno de un cliente que marca un precio final. A Lindt vuelvo casi cada día, ¡sobre todo si la jornada ha sido dura!
Las dos fotos del post son de Teo Tarras, un artistazo de la luz, a quien agradezco mucho su generosidad y su talento, así como a todas las personas que hicieron mi noche más agradable, sobre todo a Kike, a sus compañeras de empresa y a las personas con las que compartí mesa.