La idea del ojo que todo lo ve es poderosa, muy poderosa. Con ella no nos referimos a ninguna sociedad secreta y centenaria, sino a esa suerte de Gran Hermano que vigila con cámaras, sensores y micrófonos cada movimiento, gesto, susurro y estornudo.
■ “El ojo que todo lo ve” en el cine
El pensamiento de una sociedad absolutamente controlada por otros viene de largo y no sólo se encuentra presente en nuestra forma de contar predilecta, la literatura. Dejando al margen la telerrealidad, esos programas televisivos de calidad dudosa como Supervivientes, Gran Hermano, etc., también otras artes se han hecho eco de esta corriente, tan peculiar como extendida y explotada en la actualidad. Hablamos, por ejemplo, del cine, que en ocasiones se ha visto invadido por historias de ambiente opresor, futuro desalentador e individuos rendidos ante un poder que coarta su libertad y los domina gracias a una tecnología avanzada y muchas veces futurista.
El espectáculo de la vida de Truman es un gran ejemplo de ese Gran Hermano del que hablamos: alguien permanece vigilado las veinticuatro horas del día por miles de cámaras que cumplen una función muy clara, entretener a unos a costa de otros. ¿El objetivo final? Dinero, poder y control, los tres pilares fundamentales que sostienen toda sociedad desequilibrada. Tal vez la idea del ojo que todo lo ve partiera de una hipótesis experimental interesante, de un estudio antropológico sin igual; sin embargo, todos los humanos terminan cayendo en lo mismo y pecando de codicia y ambición.
■ Hay que vender el producto a toda costa
La telerrealidad es espectáculo, morbo, diversión y entretenimiento para el cliente. ¿Qué ocurre entonces cuando el producto aburre? Una opción es cortar por lo sano y eliminarlo de la parrilla; la otra, recrudecerlo hasta que sea suficiente y remonte, sin importar los medios o la bestialidad final: después de todo, el producto ofertado no es más que ganado, fáciles corderos, y está visto que con él se puede hacer de todo, sin reparar en nada y mucho menos en una ética moral inexistente.
Todos estos ejemplos resultan inquietantes, sobre todo porque la línea que separa la ficción de nuestra realidad cada vez se torna más fina y transparente; no hay más que encender la caja tonta para caerse del guindo y pensar en las posibilidades de nuestro mundo, cada vez más avanzado, globalizado e interconectado.
■ El Gran Hermano en la literatura “agenerada”
A pesar de que el mundo del celuloide cuenta con ejemplos tan interesantes, no podemos perder de vista nuestro norte, la literatura, y en concreto la juvenil.
Está claro que la idea de la que llevamos buenos párrafos hablando vende, y mucho, además. Tanto, que se ha exprimido hasta su última gota; aunque cuando parece que por fin ya no hay más de donde beber, el género se renueva de alguna manera inexplicable y vuelve a sorprendernos. ¿Cosa del marketing y un público bien amaestrado? Lo que está claro es que si el producto continúa funcionando en nuestra televisión, la literatura, que no es tonta, también ha pretendido aprovecharse de ello, en muchas ocasiones con gran éxito.
Comenzamos nuestro viaje en el año 1949, cuando George Orwell vio publicada una de sus obras más aclamadas, 1984, que a nuestro favor podríamos tildar de “agenerada”. La referencia al Gran Hermano en la novela es directa y completamente explícita, y se cuenta que fue en ella donde nació el estadio de control al que nos referimos en el reportaje. En el texto del autor, esa forma de poder se extiende, se ramifica y se cuela por cualquier resquicio, penetrando con intensidad en la vida de todos los ciudadanos y cambiando según le convenga el curso de la Historia del Hombre. El sistema, omnipotente, corrupto y totalitario, ha eliminado de cuajo la libertad personal, la intimidad y los sentimientos humanos; nada le gustaría más que aplastar el libre albedrío y para ello no se conforma con nada. Tampoco repara en sacrificios, y es que ese jefe todopoderoso hace las veces de policía, dios, juez y verdugo. A pesar de que Orwell no esgrimió con su pluma una historia del todo original, ya que se basó en el imaginario de varios colegas del gremio, nadie puede negar que con esta novela conmocionó al mundo lector, porque hablaba de una situación terrible, saturada, asfixiante y, lo que es peor, posible.
Cómo no, 1984 fue llevada al cine en varias ocasiones, al igual que otras obras que se daban la mano con ella; a saber, el relato de Philip K. Dick, El informe de la minoría (1956), y El Señor de los Anillos (1954), del reverenciado J. R. R. Tolkien. El texto de Dick, que años después se adaptaría a la gran pantalla como Minority Report, no habla de un Gran Hermano al uso, pero sí de una forma invasiva de control absoluto por parte de una autoridad que ha decidido tomarse la ley y las libertades de los ciudadanos por su mano. De hecho, el universo representado por el escritor se asemeja bastante a lo que contaba Isaac Asimov en su sociedad robótica, porque ambos hablaban del azar, las reglas, lo predecible y lo que no lo era, y de alguna forma incurrían en paradojas similares. En cuanto a las letras de Tolkien, esa trilogía que ha creado escuela, debemos mencionar al malo malísimo, Sauron: él, El Aborrecido, El Señor de los Anillos, El Poder Oscuro, El Nigromante, El Ojo Rojo, El Ojo Sin Párpados. Esta vez no hablamos de un puñado de tristes que se dedicaban a mandar sobre el resto, sino de uno solo, jefe de grandes y oscuros ejércitos, de un personaje que todo lo sabía y todo lo controlaba, y que en algún momento de la historia pasó a convertirse, literalmente, en el ojo que todo lo ve. Por suerte, como en toda leyenda de final bondadoso, Sauron encontró su fin.
■ Los Juegos del Hambre es el nuevo negro
En el mundo de la moda el negro ha sido siempre un color poderoso. Es elegante, combina con todo y ya puede caérsenos un batido de grosellas encima, pues apenas se notará la mancha. El negro domina, es el jefe de los colores, y cuando algún otro sobresale por encima de los demás, se suele decir que es “el nuevo negro”. De acuerdo con esto, una de las cabezas de la literatura juvenil de ahora es la trilogía de la norteamericana Suzanne Collins, Los Juegos del Hambre (2008-10), tal vez el mejor ejemplo de telerrealidad de las últimas décadas (después de 1984, claro).
La brutalidad de este Gran Hermano reside no sólo en el ritmo galopante de la novela, ese lenguaje sin tapujos o la crudeza extrema de la historia, sino en su trasfondo. Asistir a cómo mueren y se asesinan los tributos, compartir sus
Lo que más miedo debe darnos no es que la ficción de Collins no sea irrealizable, sino el hecho de que, llegado el caso, ante un producto similar a Los Juegos del Hambre podamos actuar del mismo modo que los habitantes del Capitolio. El suyo es un distrito perfecto, moderno, con todas las facilidades y comodidades; viven bien, visten bien, asisten a fiestas fastuosas y jamás pasan hambre. Se han vuelto personas superficiales, su existencia es demasiado fácil e intrascendente, y se han acostumbrado a ver por televisión la desgracia de un puñado de jóvenes. ¿Acaso no nos hemos acostumbrado nosotros al dolor de otros que todos los días se nos cuenta en el telediario?
■ Más drama al pastel crudo, gracias
Con esta distopía Suzanne Collins ha dado inicio a una nueva etapa de la literatura juvenil. Hasta hace poco los vampiros hormonados y amorosos eran los reyes del mambo, y ahora, sin tiempo para una transición, son sagas como las de Collins las que mueven masas.
Atrapada en directo (2003), de Gudule, es otra novela juvenil que continúa la línea en la que nos movemos: cuenta la historia de una chica de dieciséis años que recibe una propuesta muy curiosa de una cadena de televisión, convertirse en la protagonista de su propio programa, muy al estilo del ya mencionado El Show de Truman. Lógicamente, ni todo será lo que parece, ni lo que parece resultará tan bonito, inocente y apasionante. Por su parte, Incarceron, de Catherine Fisher y recientemente publicado en España, podría ser otro ejemplo de telerrealidad literaturizada: la cárcel en la que malvive el protagonista se transforma en la reina y señora, el ojo que todo lo ve y controla.