Llevamos pantalones cortos

Publicado el 27 febrero 2025 por Claudia_paperblog

Mientras hago yoga, poso la mirada más tiempo del que acostumbro sobre los objetos del salón. En casa nunca hemos utilizado la palabra salón, solo la palabra comedor porque teníamos la mesa y el sofá al lado, era una habitación única para las funciones de estar en el sofá viendo la tele y de comer y cenar.

Cuando hago una torsión, no puedo quitar los ojos de encima de las argollas que coronan el final de cada cajón del mueble. Son triangulares, parecen de hierro, pero se las ve débiles y pienso en el símbolo masónico. Me imagino historias inverosímiles que hayan podido ocurrir en otros tiempos en esta casa.

Siento paz y, a la vez, muchas ganas de abrir cada cajón de cada armario, de cada mueble, y descubrir objetos extravagantes que me sorprendan.

Otros días, me fijo en que, cuando tengo que detener la vista en un punto a lo lejos, las dimensiones del salón solo me permiten mirar a un metro de mí, mis ojos chocan contra una pared y no contra una ventana transparente que me permitiría alejar la mirada metros y metros hasta una torre, o hasta el mar.

Sin embargo, mis ojos miran el mismo cuadro siempre y eso supongo que también es lo bonito de la rutina, de la constancia, de los aprendizajes del yoga. Veo un cuadro pintado con poca gracia, pero mucha pasión. Me han hablado todos de la chica que antes habitaba este lugar, una chica de cabello pelirrojo teñido, de dientes pequeños, que siempre había querido ser artista y llenaba la casa de lienzos a medio acabar. Me hablan de este cuadro en concreto y me comentan que la versión inicial era muy bonita, muy colorida, pero que en el proceso artístico, la chica había decidido borrar la mitad superior y la dejó medio en blanco.

La soledad me permite en la práctica que a mi mente lleguen memorias aleatorias, de otros tiempos, que me transmiten cientos de sensaciones. Me veo paseando por las calles de Hong Kong, buscando entre los puestos de los mercados una rendija para colarme y entrar a un restaurante donde probar una especie de cuajada de tofu. La experiencia fue curiosa, la textura era viscosa, algo insulso el sabor, pero a la vez me gustaba sentirla en mi paladar. Se cubría con una salsa dulce por encima, no creo que fuera miel, pero no recuerdo qué si no.

Luego me vienen imágenes de Vietnam, de noche, en unas pagodas iluminadas por cientos de linternas de papel de diferentes colores. Paseamos por el lateral, nos sentamos en uno de los puestos que sirven comida. Llevamos pantalones cortos, chanclas, es verano allí.