Los funcionarios han dicho basta, y no les falta razón: (i) en lugar de echar a ese millón de enchufados públicos, amiguetes de uno y otro bando, que para eso no hay oposición, Mariano prefiere bajar el sueldo a todos los funcionarios y seguir expoliando a la clase media; (ii) además, lo hace aprovechando el tirón de la mala imagen social que goza ese colectivo y que difunden los tertulianos intereconómicos, esos que piden adelgazar el Estado y, a la vez, viajan en “business” a costa del contribuyente, esos que colocan al amigo panocho en Europa, (iii) y todo ello aderezado con un aplauso y un ¡que se jodan!, frase e imagen que acompañarán para los restos al Gobierno de Rajoy -así de inútiles son para la comunicación, y así desprecian a la gente esos señoritos-.
Con tal medida, Mariano cree haber encontrado “el equilibrio perfecto” entre dos presiones internas: tener bien sentados a “los suyos” (esos señoritos) y, a la vez, satisfacer la insistente petición de los liberales-a-un-coche-oficial-pegados, que están aprovechando la crisis económica para acabar con “ese demonio que es el funcionariado” (sic) y darle un giro radical al Estado, hasta dejarlo en manos del mercado. (Lo curioso es que estos liberales-liberados lo hacen desde un despacho oficial, un coche oficial,… Esperanza Aguirre que apadrina a Pedro Schwartz; éste que apadrina a García Legaz; éste que nombra como asesor al hijo de Esperanza…).
Desde hace meses he venido afirmando lo siguiente: «El único objetivo de la política de Mariano iba a ser —está siendo— tener bien sentados a todos los suyos y resistir en el poder. En consecuencia, no iba a afrontar los verdaderos problemas que han llevado a España a tal situación, ni iba a acometer las necesarias reformas en Justicia, Economía, Educación, Finanzas y Administraciones.» España es el país que más políticos tiene de toda Europa… 26 canales de TV, 52 aeropuertos, de los que sólo 8 son rentables; 74 Universidades, todas deficitarias; multitud de órganos inútiles como el Consejo Económico y Social, etc., etc., etc. Por tanto, no seré yo el que venga a justificar la política de Rajoy, que vengo criticando desde el primer día de su mandato. Pero tampoco me voy a sumar a la indignación que ahora sienten los empleados de las Administraciones Públicas, porque todos ellos han estado permitiendo —por acción u omisión— la corrupción pública, para asegurarse el pesebre.
Donde no hay harina, todo es mohína
Hace ya quince años, el Académico Alejandro Nieto, afirmaba lo siguiente: «Aunque la corrupción política sea un fenómeno constante, en cada momento se manifiesta con intensidad distinta… Éstos que ahora corren son los de la llamada sistémica o estructural en cuanto que aparece en todas las piezas del sistema público como una regla universal de funcionamiento. Es la corrupción propia de la democracia» (1997). Esta historia, pues, no es nueva y todos los funcionarios de las Administraciones Públicas sabían de la corrupción. Todos sabían que la única política real en las Administraciones Públicas era la política de los favores, y el consiguiente servilismo; todos los profesores universitarios sabían que a la Universidad se entraba con carné en la boca y gracias a un “mi amigo en el departamento”… Por tanto, ¿de qué se escandaliza ahora el soberano? ¿Por qué los funcionarios no salieron a la calle entonces, cuando veían que la corrupción era una forma de vida de toda la Administración Pública?
Los trabajadores de las Administraciones Públicas han sido cómplices, por acción u omisión, de este proceso de generación del Estado y de la sociedad española. El que más y el que menos ha sido testigo de cómo se discriminaba a “los otros”, los bárbaros que no tenían carné; o de cómo “los de arriba” pisaban a su compañero, humillaban a los que no le hacían la reverencia “al jefe” ni entraba en el juego de favores… Y todos han callado miserablemente. Unos decían que no quieren problemas con “los de arriba”; otros, que tienen hijos y no pueden complicarse la vida y amarrar bien el puesto,… ¿Y qué queríais, legar a vuestros hijos este mundo de corrupción y su servilismo miserable? ¿Que no erais conscientes de que esa corrupción estaba royendo los cimientos de la convivencia “de todos y cada uno”? Y ahora que vienen a por vosotros sólo para tocaros el bolsillo, ¿qué queréis, que me rasgue las vestiduras y me eche a la calle?
La ira de los satisfechos
En esto sí que España es Europa: en los sistemas democráticos europeos la corrupción forma parte del sistema, que se permite siempre y cuando la clase media goza de una vida confortable y satisfecha. Ahora bien, la cosa de la democracia se resquebraja cuando le tocan el bolsillo a “los cómodos y satisfechos”. En ese momento, el soberano no tiene el menor escrúpulo a la hora de votar a los líderes que levantan el brazo y prometen seguridad en el pesebre, a costa de la libertad. Y, en ese momento, ¿qué harán los que ahora gritan en las calles?
Vosotros, liberados sindicales, ¿qué habéis hecho por la vida democrática durante los últimos años? Habéis hecho lo mismo que hicieron los que gritaban por las calles en noviembre de 1975: ninguno de ellos adelantó un segundo la caída del Régimen, ninguno de ellos adelantó un segundo la llegada de la democracia. Pero todos ellos se adelantaron para coger la mamandurria.
Atreverse y tener un poco de dignidad torera
El 22 de enero de 2010, dejé escrito lo siguiente, que no ha perdido un ápice de actualidad: «Nuestro mundo —la España real, y no la España de los telediarios ni de los tertulianos— sigue coronado de poderes señoriales que siguen carcomiendo a la persona y, por ende, a la libertad y a la democracia (…) El poder de esta España es reticular, y su símbolo, la tela de la araña. Se organiza a modo de una tupida trama de relaciones, pero con nombres y apellidos. Esos nombres y esas tramas eran objeto de investigación por parte de los medios de comunicación —cuando eran medios de comunicación—, y por ello han estado en el corazón de las sociedades abiertas.
La entera geografía española sigue plagada de las telas de esas arañas, en una maraña que define la entera faz de esta tierra. Encuentre un partido político, un departamento universitario, una comunidad de vecinos o una vulgar cofradía, y allí verá la entraña de la España real: el señorito y su grey de fieles vasallos. Sea el nacionalismo extremista, o el provincianismo de boina y botijo; sea el alcalde y su camarilla, o el cura y sus sermones; sea el tertuliano suplantador de realidad y su servilismo ideológico; sean catedráticos y sus cortijos universitarios. Los procesos sociales en España giran sobre el mismo centro: señores que reclaman sumisión, y los no menos culpables fieles vasallos. …
En virtud de los hilos que han ido tejiendo las arañas caciquiles, y que han consentido servilmente las marionetas adláteres, se ha formado sobre la sociedad española una tupida y densa tela de araña, de modo que aquí todo depende de un amiguete que conoce a otro amiguete, de favores que esperan favores. He ahí el sanctasanctórum de la España real. Eso sí, todos esos lazos serviles están revestidos, recubiertos y barnizados de la mejor apariencia: eso que se llama “estado de derecho”. En realidad, un estado de derecho al favor, al yo te aúpo a ti para que luego me aúpes a mi, enchufa hoy a mi amigo y mañana enchufo a tu hijo.
La estructura interna de esta sociedad está compuesta por un amasijo de individuales “yo no quiero saber nada”, “yo no quiero complicarme la vida”. Cada una de esas individuales cobardías es una pequeña renuncia a ser uno mismo. Cada cobardía es un pequeño filamento de esta maraña social, una fina cuerda, una sutil cadena, un párvulo favor, una puerta que se cierra, una frívola traición, una trivial ilegalidad, pero un filamento que encaja en la estructura de la tela de araña (el mal estructurado). Cada uno de esos actos mezquinos forma la estructura interna (la tela de la araña) de esta sociedad española. Una sociedad que vive del mirar para otro lado. La mezquindad y la cobardía como crisol del becerro que nosotros mismos hemos forjado con cada uno de nuestros actos.»
José Penalva