Se pasó rápido, por consejo de algunos Académicos, a un Les Terrasses Velles Vinyes 2010, de la DOQ Priorat (14,5%, con garnacha, cariñena, cabernet sauvignon y syrah), que estuvo mejor (con el tiempo, sus aromas de pedernal y tierra fueron notables) pero se mostró cerrado y en poca consonancia con lo que suele dar esa añada tan fresca en el Priorat: vinos abiertos y accesibles con cierta rapidez, vinos más frescos y golosos, menos profundos de lo habitual. Este se quedó en tierra de nadie y más bien plano. Hay que darle mucho más tiempo. Terminamos la comida con una torrija con cacao y helado de trufa.Ya sabéis de mi debilidad por el dulce...aunque a esta torrija quizás le sobraba un punto de canela, confieso que me encantó el hecho de que no fuera, en realidad, "una torrija", sino una especie de mil hojas de torrija, casi al modo (por lo compacto) de un pudín con un helado que, de nuevo, dejó admirados a los comensales por su textura, su temperatura y la finura del sabor de la trufa. Si algo me molesta, lo confieso, de un menú de trufa es que su uso sea desmedido. No se trata de cantidad, sino de sabia mesura, de proporción y de calidad, y aunque la trufa no era de su proveedor habitual (este invierno está siendo muy complicado para las trufas), ésta estuvo a la altura de lo que el cocinero pretendía con ella y, por lo que pude ver, convenció a los comensales. En cualquier caso, jamás abusó el chef de su poder y sus aromas. Este Académico que hoy, por primera vez les escribe, salió a la calle muy satisfecho con la comida y con el lugar elegido; muy agradecido por el gran trabajo que había hecho el brigadier, el Académico Àlex Jaumandreu; orgulloso del honor que se le había concedido y viendo más estrellas en su cabeza que el Rey Sabio en su Ochava de esfera.
Se pasó rápido, por consejo de algunos Académicos, a un Les Terrasses Velles Vinyes 2010, de la DOQ Priorat (14,5%, con garnacha, cariñena, cabernet sauvignon y syrah), que estuvo mejor (con el tiempo, sus aromas de pedernal y tierra fueron notables) pero se mostró cerrado y en poca consonancia con lo que suele dar esa añada tan fresca en el Priorat: vinos abiertos y accesibles con cierta rapidez, vinos más frescos y golosos, menos profundos de lo habitual. Este se quedó en tierra de nadie y más bien plano. Hay que darle mucho más tiempo. Terminamos la comida con una torrija con cacao y helado de trufa.Ya sabéis de mi debilidad por el dulce...aunque a esta torrija quizás le sobraba un punto de canela, confieso que me encantó el hecho de que no fuera, en realidad, "una torrija", sino una especie de mil hojas de torrija, casi al modo (por lo compacto) de un pudín con un helado que, de nuevo, dejó admirados a los comensales por su textura, su temperatura y la finura del sabor de la trufa. Si algo me molesta, lo confieso, de un menú de trufa es que su uso sea desmedido. No se trata de cantidad, sino de sabia mesura, de proporción y de calidad, y aunque la trufa no era de su proveedor habitual (este invierno está siendo muy complicado para las trufas), ésta estuvo a la altura de lo que el cocinero pretendía con ella y, por lo que pude ver, convenció a los comensales. En cualquier caso, jamás abusó el chef de su poder y sus aromas. Este Académico que hoy, por primera vez les escribe, salió a la calle muy satisfecho con la comida y con el lugar elegido; muy agradecido por el gran trabajo que había hecho el brigadier, el Académico Àlex Jaumandreu; orgulloso del honor que se le había concedido y viendo más estrellas en su cabeza que el Rey Sabio en su Ochava de esfera.