Lo he pensado muchas veces, Cristián Salineros

Por Pilar
Este verano en la galería 713 (Buenos Aires) han podido disfrutar de la obra del chileno Cristián Salineros, concretamente de su obra 'Lo he pensado muchas veces'.

Un trabajo donde Cristián propone un juego entre la realidad y la ficción, entre el bien y el antihéroe, entre la imaginación y el incómodo límite de la realidad. Es necesario pensar en la desmaterialización de las cosas, y cómo esa desaparición da paso a la realidad para comprender la parodia de las políticas de representación. Por ello, este proyecto tiene su génesis en el imaginario de la ciudad y del espacio de esparcimiento, del juego y del sonido de los niños. Tiene que ver con el tiempo perdido y con el tiempo encontrado.
La obra se compone de un gran volumen que se desarrolla dentro de la sala a partir de la representación de una figura humana que se transforma en objeto lúdico y fantasioso, apelando a la imaginería del Cartoon, y a las realidades paralelas que este produce. Un volumen construido con unas 230 figuras inflables, madera, ropa, aire y sobre todo, fantasía. Este volumen se acompaña de una serie de xilografías gofradas monocromáticas, que desdibujan la fantasía y develan las pequeñas perversidades que sólo son posibles desde la dualidad del arte.
Sobre esta obra, Javier González Pesce, también artista, ha escrito lo siguiente:
La Fantasía haciéndose lugar en el terreno de la realidad
En algún pasado remoto, sobre los fenómenos del mundo real se posaba un correlato fantasioso que codificaba lo misterioso de las cosas y los acontecimientos, dándonos a entender, por ejemplo, que cuando los barcos a distancia desaparecían tras la línea del horizonte, éstos estaban cayéndose del mundo. Éste era un mundo donde la fantasía, la imaginación forzada por las características y señales de los fenómenos, construía teorías delirantes como una ciencia en base al ejercicio de imaginar. El hombre habitaba el mundo adoptando como sistema traductor de la realidad un compendio de ideas delirantes.
El mundo que habitamos hoy, dista mucho de esto. Hace ya varios siglos que encontramos en las ciencias el sistema ideal a través del cual interrogar al mundo. Hoy sostenemos vínculos con un entorno cifrado en una realidad científica y no ya una realidad fantasiosa, exceptuando los campos que –aun- constituyen un punto ciego para la ciencia, como por ejemplo el alma.
La fantasía ha cambiado mucho históricamente, hoy ya no carga con la responsabilidad de tener que traducir los misterios del mundo. Dejó de ser el medio de comprensión de la realidad, para convertirse en un terreno al dominio -muchas veces- de lo lúdico, lo leve, lo ingenuo, más cercana a la risa que de la seriedad. Si bien la ciencia desplaza a la creatividad fantasiosa silenciándola durante largo tiempo, ésta sigue existiendo como una apéndice humana. Fue convocada a existir por una necesidad (así como nuestros órganos), pero nunca hemos padecido una necesidad que la condene a desaparecer. La fantasía emerge a ratos, deformada por su falta de objetivo, ya no para algo pero porque sí. Ya no es convocada ante un enigma, ésta se convoca a si misma, existe sin que nadie se lo proponga. Es, esta cualidad de fantasear, una condición del hombre.
Y entonces, ¿dónde está la fantasía hoy?, ¿dónde habita? Si antes corría paralela al mundo como la explicación de sus fenómenos, cuál es el universo alterno que hoy le corresponde? El mundo del cine y las historietas –entre otros– se han hecho cargo del problema de ocupación de lugar de la fantasía, pero en los `90 películas como Cool World o Roger Rabbit ensayaban respuestas para estas preguntas entendidas de manera literal. El imaginario del dibujante de comic debía existir, el ejercicio creativo entendido como ejercicio creador. Como las burbujas del comic lo grafican, lo imaginado o lo pensado debe alojarse en algún lugar, tener una densidad y una dimensión que lo legitimen como real. Algo así como el cloud computing; un sistema digital de almacenamiento de información en bases de datos, literalmente suspendidas en el espacio así como si fuesen nubes de información digital. ¿Y si la fantasía funcionara de una manera similar, imperceptible por su condición invisible? Pero tal vez hay una condición que la delata. ¿Uno piensa en lo que piensa porque así lo decidió, o ocurre que de pronto se encuentra uno pensando en algo sin entender por que? No será ésta la manera de medir el espacio de la fantasía, a través del pensamiento? Percibir una fantasía imaginativamente es tal vez la manera de hallarla en el espacio. Si las fantasías tienen la capacidad de ser colectivas, tal vez éstas también tengan dimensiones y ocupen espacios, crezcan y se contraigan, algunas pudiesen tener el tamaño de una localidad por ejemplo, en donde las creencias populares sean las mismas. Una idea fantasiosa podría quedarse suspendida en el espacio, huérfana de quién la imaginó, alguien podría atravesarla y entonces también pensarla. Esta figura puede parecer un poco absurda, pero coincide con la imagen que recupera Cristián Salineros para proponernos su muestra “Lo He Pensado Muchas Veces”. Si estos cúmulos de fantasía flotantes se condensasen deviniendo matéricos o al menos visibles, lo que vislumbro como imagen, es algo muy similar a la del racimo de figuras inflables que comparece en esta exposición. Una suerte de nube compuesta de personajes de fantasía, llena de colores y brillos, que se posa ingrávida, fofa en cualquier parque de la ciudad como salida desde una fisura que conecta el mundo de lo real y el de lo fantástico. La epidermis de lo real cediendo ante este quiste delirante que se cuela en nuestra ciudad. Podría uno pensar en muchas instancias en donde la fantasía le reclama a la realidad un espacio en una suerte de amotinamiento, entonces tenemos estas situaciones materiales delirantes, de formas inusuales y colores intensos. Por su parte, la fantasía en la operación que nos propone Salineros se sujeta de una condición material para poder existir.
Una última pregunta; ¿El hombre en la escultura lleva un cúmulo de globos como instrumento de su trabajo, o éstos se lo devoran parcialmente instrumentalizando de su cuerpo las piernas para entonces poder desplazarse? Este verano en la galería 713 (Buenos Aires) han podido disfrutar de la obra del chileno Cristián Salineros, concretamente de su obra 'Lo he pensado muchas veces'.

Un trabajo donde Cristián propone un juego entre la realidad y la ficción, entre el bien y el antihéroe, entre la imaginación y el incómodo límite de la realidad. Es necesario pensar en la desmaterialización de las cosas, y cómo esa desaparición da paso a la realidad para comprender la parodia de las políticas de representación. Por ello, este proyecto tiene su génesis en el imaginario de la ciudad y del espacio de esparcimiento, del juego y del sonido de los niños. Tiene que ver con el tiempo perdido y con el tiempo encontrado.
La obra se compone de un gran volumen que se desarrolla dentro de la sala a partir de la representación de una figura humana que se transforma en objeto lúdico y fantasioso, apelando a la imaginería del Cartoon, y a las realidades paralelas que este produce. Un volumen construido con unas 230 figuras inflables, madera, ropa, aire y sobre todo, fantasía. Este volumen se acompaña de una serie de xilografías gofradas monocromáticas, que desdibujan la fantasía y develan las pequeñas perversidades que sólo son posibles desde la dualidad del arte.
Sobre esta obra, Javier González Pesce, también artista, ha escrito lo siguiente:
La Fantasía haciéndose lugar en el terreno de la realidad
En algún pasado remoto, sobre los fenómenos del mundo real se posaba un correlato fantasioso que codificaba lo misterioso de las cosas y los acontecimientos, dándonos a entender, por ejemplo, que cuando los barcos a distancia desaparecían tras la línea del horizonte, éstos estaban cayéndose del mundo. Éste era un mundo donde la fantasía, la imaginación forzada por las características y señales de los fenómenos, construía teorías delirantes como una ciencia en base al ejercicio de imaginar. El hombre habitaba el mundo adoptando como sistema traductor de la realidad un compendio de ideas delirantes.
El mundo que habitamos hoy, dista mucho de esto. Hace ya varios siglos que encontramos en las ciencias el sistema ideal a través del cual interrogar al mundo. Hoy sostenemos vínculos con un entorno cifrado en una realidad científica y no ya una realidad fantasiosa, exceptuando los campos que –aun- constituyen un punto ciego para la ciencia, como por ejemplo el alma.
La fantasía ha cambiado mucho históricamente, hoy ya no carga con la responsabilidad de tener que traducir los misterios del mundo. Dejó de ser el medio de comprensión de la realidad, para convertirse en un terreno al dominio -muchas veces- de lo lúdico, lo leve, lo ingenuo, más cercana a la risa que de la seriedad. Si bien la ciencia desplaza a la creatividad fantasiosa silenciándola durante largo tiempo, ésta sigue existiendo como una apéndice humana. Fue convocada a existir por una necesidad (así como nuestros órganos), pero nunca hemos padecido una necesidad que la condene a desaparecer. La fantasía emerge a ratos, deformada por su falta de objetivo, ya no para algo pero porque sí. Ya no es convocada ante un enigma, ésta se convoca a si misma, existe sin que nadie se lo proponga. Es, esta cualidad de fantasear, una condición del hombre.
Y entonces, ¿dónde está la fantasía hoy?, ¿dónde habita? Si antes corría paralela al mundo como la explicación de sus fenómenos, cuál es el universo alterno que hoy le corresponde? El mundo del cine y las historietas –entre otros– se han hecho cargo del problema de ocupación de lugar de la fantasía, pero en los `90 películas como Cool World o Roger Rabbit ensayaban respuestas para estas preguntas entendidas de manera literal. El imaginario del dibujante de comic debía existir, el ejercicio creativo entendido como ejercicio creador. Como las burbujas del comic lo grafican, lo imaginado o lo pensado debe alojarse en algún lugar, tener una densidad y una dimensión que lo legitimen como real. Algo así como el cloud computing; un sistema digital de almacenamiento de información en bases de datos, literalmente suspendidas en el espacio así como si fuesen nubes de información digital. ¿Y si la fantasía funcionara de una manera similar, imperceptible por su condición invisible? Pero tal vez hay una condición que la delata. ¿Uno piensa en lo que piensa porque así lo decidió, o ocurre que de pronto se encuentra uno pensando en algo sin entender por que? No será ésta la manera de medir el espacio de la fantasía, a través del pensamiento? Percibir una fantasía imaginativamente es tal vez la manera de hallarla en el espacio. Si las fantasías tienen la capacidad de ser colectivas, tal vez éstas también tengan dimensiones y ocupen espacios, crezcan y se contraigan, algunas pudiesen tener el tamaño de una localidad por ejemplo, en donde las creencias populares sean las mismas. Una idea fantasiosa podría quedarse suspendida en el espacio, huérfana de quién la imaginó, alguien podría atravesarla y entonces también pensarla. Esta figura puede parecer un poco absurda, pero coincide con la imagen que recupera Cristián Salineros para proponernos su muestra “Lo He Pensado Muchas Veces”. Si estos cúmulos de fantasía flotantes se condensasen deviniendo matéricos o al menos visibles, lo que vislumbro como imagen, es algo muy similar a la del racimo de figuras inflables que comparece en esta exposición. Una suerte de nube compuesta de personajes de fantasía, llena de colores y brillos, que se posa ingrávida, fofa en cualquier parque de la ciudad como salida desde una fisura que conecta el mundo de lo real y el de lo fantástico. La epidermis de lo real cediendo ante este quiste delirante que se cuela en nuestra ciudad. Podría uno pensar en muchas instancias en donde la fantasía le reclama a la realidad un espacio en una suerte de amotinamiento, entonces tenemos estas situaciones materiales delirantes, de formas inusuales y colores intensos. Por su parte, la fantasía en la operación que nos propone Salineros se sujeta de una condición material para poder existir.
Una última pregunta; ¿El hombre en la escultura lleva un cúmulo de globos como instrumento de su trabajo, o éstos se lo devoran parcialmente instrumentalizando de su cuerpo las piernas para entonces poder desplazarse? Lo he pensado muchas veces, Cristián Salineros