Lo más negro de la Peste

Por Jas


En estos días, durante mi corta estancia en Florencia, quise salirme de los recorridos típicos e ir más allá de su Ponte Vecchio, de la Piazza da Signoría o de Los Uffizi... Me invadía el interés de conocer el Hospital Santa María Nuova, más al saber que se encontraba a pocos metros de los centros de interés que acabo de mencionar. 

Santa María Nuova fue fundado a finales del siglo XIII por Folco Portinari, el padre de Beatriz Portinari, la dama florentina idealizada por Dante Alighieri en sus obras literarias... En este hospital se referencian y documentan los primeros casos de la Peste Negra que asedió y diezmó a Europa, a mediados del siglo XIV. En 1347 la enfermedad llega a Europa, vía Crimea y Génova, proveniente de Asia

El cronista de la ciudad, Giovanni Villani, diría que en el año de Cristo de 1347, como parece que ocurre siempre después de una época de carestía y de hambre, comenzó a darse en Florencia y en el condado, enfermedad, luego mortalidad de gente, especialmente mujeres y niños, en general gente pobre...
En sus distintas variedades -bubónica, pulmonar o septicémica-, la Peste Negra constituyó un terrible azote que, ocasionando unos veinte millones de muertes, acabaría con un tercio de la población europea, aunque en algunos lugares como Florencia el número de afectados alcanzó a las cuatro quintas partes de sus moradores.... No obstante se trata de aproximaciones y habrá de servir para ilustrar la dificultad que supone conocer los datos reales de afectación y de muerte el saber que el mismo Giovanni Villani, que citábamos antes, murió a los sesenta y ocho años, en medio de una frase inacabada y mientras escribía: "... En el curso de esta peste fallecieron..."
Boccaccio, en la introducción de El Decameron hace una dramática descripción del mal, diciendo que no obraba como en Oriente, donde el verter sangre por la nariz era signo seguro de muerte, sino que aquí, al empezar la enfermedad les salían las hembras los varones en las ingles en los sobacos unas hinchazones que alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo. La gente común llamaba estos bultos bubas. Y en poco tiempo estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo. Luego, los síntomas de la enfermedad se trocaban en manchas negras lívidas en brazos, muslos demás partes del cuerpo, bien grandes diseminadas, bien apretadas pequeñas. Así, la buba primitiva se convertía en signo inequívoco de futura muerte, tanto como estas manchas.
La profesión que contó con el mayor número de bajas fue posiblemente la de médico, al llevar implícita la necesidad de acercarse y trabajar con los enfermos, y habida cuenta de que ninguna de las medidas preventivas, como tampoco las curativas, fueron realmente eficaces... O quizá puede que lo fuese alguna, como la que Guy de Chauliac, médico de Clemente VI, impuso al Papa de Avignon, aislándole en sus apartamentos y prohibiéndole terminantemente recibir visitas, mientras se mantenía sentado en el medio de dos grandes fuegos, durante el tórrido verano provenzal... El aislamiento y el calor infernal que reinaba en las habitaciones papales contribuyeron sin duda a espantar a las pulgas, principal vector de transmisión... 
O aquella otra que adoptó el Arzobispo de Milán, Giovanni Visconti, quien ordenó que las tres primeras casas en las que golpeó la peste fueran tapiadas con sus ocupantes dentro, quedando sanos, enfermos y muertos encerrados en una misma tumba común... No se sabe si por la prontitud y lo drástico de la medida, el caso es que Milán sorteó a la plaga con muy pocas muertes...
Al dramatismo del número de muertes ha de añadirse una nota de tristeza por la insolidaridad propia de las circunstancias y del momento: los notarios no querían visitar a los enfermos para testamentar, tampoco los curas para absolver, o los médicos... Agnolo di Tura, un cronista de Siena, recoge magistralmente este miedo que se apoderó de todos, anulando cualquier otro instinto; «El padre abandona al hijo» -nos cuenta-, «la mujer al marido, un hermano a otro, porque esta plaga parecía comunicarse con el aliento y  la vista. Y asi morían. Y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos ni por amistad, ni por dinero ... Y yo, Agnolo di Tura, llamado el Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos, como tuvieron que hacer muchos otros al igual que yo».
La insolidaridad llegó a institucionalizarse al tomarse medidas para paliar -si es que era posible- la desmoralización de la gente, de manera que muchas ciudades prohibieron que tocasen las campanas en señal de duelo o que se pregonasen los fallecimientos como hasta entonces fue costumbre... La ciudad de Siena incluso impuso multas a quien llevase luto...