Me encontraba el domingo pasado en misa, y durante el evangelio, una frase dicha por el sacerdote se me quedó grabada en la mente, y me motivó a escribir este artículo.Dijo, "Es más dañino lo que sale del cuerpo que lo que entra en el". No son sus palabras textuales, pero es la idea central. También agregó que lo que sale de nosotros es el reflejo de lo que realmente somos.Esas palabras fueron un tremendo detonante en mi cabeza, porque me puse a pensar en cada cosa inapropiada que decimos, cada chisme, rumor, crítica destructiva o cualquier palabra negativa, que no beneficia a nadie. Tenemos que cuidarnos de no caer en ese tipo de conductas, porque al hacerlo, esto indica que lo que llevamos dentro no es muy bonito que digamos y deja mucho que desear.Podemos usar los jabones más caros, arreglarnos en los salones de belleza más exclusivos, pero todo eso es simple apariencia. Si por dentro llevamos envidia, rencor, celos, o cualquier otro tipo de sentimiento negativo, de nada sirve embellecernos físicamente, porque al final, lo que reflejaremos será nuestra pobreza de espíritu, mediocridade, complejos de inferioridad y muchas otras cosas que ningún centro de belleza y estética puede arreglar.Procuremos primero ser bellos por dentro, haciendo siempre el bien a quien nos rodea, comunicando las cosas sin herir ni atropellar a los demás, pero sobre todo con fundamentos claros, que no estén basados en el famoso "me dijeron" o "escuché por ahí". Así nos sentiremos orgullosos de nuestro reflejo, y no hablo precisamente del reflejo físico que vemos en el espejo, sino de lo que reflejan nuestra alma y corazón, que al final del día son las que perduran para siempre.