El 27 de octubre de 1993, en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, sede Bogotá, se inauguró el Encuentro Nacional de Artes. Ahí, el rector de la universidad, Antanas Mockus, intentó decir algunas palabras pero fue interrumpido: primero le botaron un zapato, el rector lo cogió y lo puso al micrófono (tal vez el zapato tenía algo más que decir). El rector trató de continuar pero fue abucheado por una inmensa minoría sembrada estratégicamente en el auditorio con una terca misión: no dejar oír. El rector no solo era hábil con la palabra, también conocía el arte de la actuación y en otras ocasiones había reforzado lo dicho con gestos simbólicos, algo que no es nuevo para los actores que se mueven en el terreno de la exposición pública. Un ejemplo infame lo cuenta Bertold Brecht en su breve texto “Un actor consumado” donde muestra cómo Adolf Hitler, después de tomar cursos con un actor especializado en personajes históricos y gesticulantes, “aprendía a usar las manos en los discursos y en las apariciones en público, a simular aplomo, a gesticular con grandilocuencia. También a caminar: había que extender la pierna con los dedos en punta y mantener la rodilla rígida; si además se sumía la barbilla, el paso resultaba majestuoso”.
Pero en el Encuentro Nacional de Artes, el rector, al no poder usar la voz, se limitó a un gesto corporal que tal vez Hitler, o cualquiera que se tome así mismo muy en serio (o cuide el puesto), no se habría atrevido a hacer; fue una acción que hizo del rector un personaje conocido a nivel nacional: le dio la espalda al público y se bajó los pantalones. Ante la polémica que se desató, el rector señaló que el encuentro era de artistas y su gesto no tenía porque escandalizar a los que asistían a un evento de tal naturaleza.
Y sí, el culo del santo hizo el milagro: primero el rector fue crucificado, el periodismo, encabezado por Roberto Posada (Jartañan), y la academia, encabeza por el Rector de la Universidad de los Andes, le exigieron al Presidente de la República (Gaviria) que destituyera al rector (Mockus renunció luego de 17 años de vinculación a la academia); incluso, el director del Departamento Administrativo de Seguridad (Maza Márquez) insinuó la posibilidad de someter al académico a un análisis siquiátrico… pero Mockus siguió hablando y a punta de agudeza y tesón se convirtió en una figura pública que logró introducir algo de imaginación en el lenguaje de la política y más tarde tuvo los pantalones para ser dos veces alcalde de Bogotá.
El teatro de la política está plagado de estrellas, incluso hay unas que carecen del brillo que otorgan los medios de comunicación y no participan del teatro institucional, son estrellas exclusivas de la “televisión de los pobres”, de la calle. Sobre ellos parece tratar la exposición “Somos Estrellas” de Fernando Pertúz en la Galería Santa Fe del Planetario de Bogotá. Aquí podemos ver cómo si un político (Mockus) introduce en el lenguaje de la política gestos del arte como la imaginación y la espontaneidad, un artista (Pertuz) introduce en el ámbito del arte estrategias propias del lenguaje de la política: el proselitismo, la demagogia.
Hay ocho proyecciones en video, cada una dedicada a un tipo de clamor: desde el que hace un enmascarado en trusa y tanga narizona llamado “Super DMG”, hasta la comparsa familiar de unos desplazados que mendigan con mecánica tristeza a punta de sabrosos vallenatos; desde la señora que construyó un hogar portátil de plástico para exponer la expropiación que le hizo el Banco AV-Villas, hasta un grupo de marchantes coloreados con el arco iris de la sexualidad; desde el clásico hombre orquesta hasta el “hombre protesta” que llama a un juicio universal contra Bush; desde un negro vestido de general blanco que comanda a una negritud, hasta una tropa que ilustra la limpieza social con escobas, detergentes, vestidos de meseros, empleadas de servicio y obispos.
Sin embargo, lo que da fuerza a la composición es el sonido, un ruido que imposibilita oír lo que cada actor tiene que decir. El audio de todos los clamores está puesto al mismo tiempo, se funde y genera una barahúnda sonora que inunda la galería, sabotea lo legible y hace espacio para que sobresalga lo fundamental: los gestos, el teatro visible de cada actor. El espectador no podrá basar su juicio en la lástima, el rencor, el paternalismo o la afinidad ideológica que despiertan los actores con su gritos melódicos, pendencieros, lastimeros o justicieros, tendrá que tomar distancia y centrar su mirada en la actuación, en la capacidad histriónica de cada artista para dar forma gestual a lo real, una ópera polifónica donde cada cual clama por sus tres peniques de atención y aprovecha su efímero estrellato.
No importa si se trata de matachines del color local, de analfabetas políticos, de estafadores travestidos de héroes, de vallenatos desplazados o de vividores de la protesta, la instalación de video de “Somos estrellas” agarra pueblo y lo destila. El resultado es una celebración plástica donde el teatro es lo que importa, el rol que cada uno decide representar ante la indiferencia del mundo. Por momentos el flujo de videos se interrumpe, el ruido cesa y se oye un jadeo, una respiración mecánica; la imagen se convierte en estrellas que titilan y despiden una luz que, como la de toda estrella en el cielo, pone nuestros valores en perspectiva, una pausa que ilumina la nulidad del arte, la política y todo el resto de nuestros apremiantes clamores. Tras el respiro de desasosiego, escepticismo y humildad, los actores vuelven a su trabajo, el ruido sigue; el teatro de la política es adictivo, la comedia humana no tiene fin.
En la exposición hay otros dos elementos: un video conectado a una página de Internet donde se autopromociona la obra como un “Performance Interactivo y Colectivo” en la que el público puede votar por las estrellas del “reality” y, sobre la pared opuesta a las proyecciones, infinidad de rayones hechos por los asistentes a la exposición parecen responder a preguntas de interés social. Estas dos piezas de “Somos estrellas” inclinan la exposición a la demagogia participativa: un derrotero propio de una camada de artistas que se autoproclaman como “Activistas - Hactivistas - Performistas - Artistas Relacionales o Artistas Críticos”, cuyo “arte político” tiene poco de efectivo. Son “artistas políticos” para el mundo del arte, incluido el académico, pero son tan precarios e insustanciales los alcances que publicitan que bajo las reglas prácticas de la política su limitada acción cabría bajo una sola categoría: “arte naif”. Si se trata de hacer activismo desde un medio masivo como Internet, basta comparar la página de Pertúz, http://www.somosestrellas.org/somosestrellas-herramientas-de-USO-DERECHOS-HUMANOS-arte-critico-arte-de-relaciones.htm, con la página de http://www.verdadabierta.com/web3/, para ver que sus buenas intenciones no son más que balbuceos propios de una persona edulcorada por el mesianismo político (y artístico).
“Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro” dice la La Lupe en su canción, pero las mentiras del arte son bellas, los videos y los actores de la instalación de Pertúz lo son. Nada raro que a pesar su descache político, el artista reciba el Premio del Luis Caballero, su pieza teatral de video, sonido e instalación lo pone a sonar. Muchas veces los propios artistas desconocen sus verdaderos frentes de batalla, el lugar donde se pone en juego su talento. Suele ocurrir que la auténtica fuerza de una obra desborda el dominio del autor porque cuando una composición acierta las intenciones ideológicas del creador resultan irrelevantes, “Somos estrellas” es ejemplo de esto.