En 1959, la revista Casabella publicaba un número monográfico sobre el arquitecto austriaco Adolf Loos. En ese número se presentaba su obra de arquitectura a partir de un extenso artículo de investigación de Aldo Rossi, en aquella época redactor en aquella publicación italiana.Decía Rossi allí que la arquitectura siempre ha sido expresión, incluso a través de sus contradicciones, de la clase dirigente de su tiempo, puesto que debido a sus determinantes económico políticos no es imaginable hacer arquitectura de oposición.”Lo curioso del caso es que la actitud intelectual de Loos fue casi siempre de oposición arquitectónica-a través de sus continuos comentarios críticos- a las variadas escuelas y grupos predominantes establecidos en su entorno. Primero contra el conservadurismo estético de la Viena de finales del siglo XIX y su apoyo incondicional al historicismo que ha quedado ejemplificado en la numerosa colección de edificios del Ring y luego, contra la primera generación renovadora de la arquitectura austriaca, articulada alrededor del movimiento de la Wiener Secezion de Otto Wagner y sus acólitos. La formalidad del edificio para la sede de la Secesión, de Joseph María Olbrich en la Karlplatz vienesa, condensaría la contradicción reflejada por Loos entre la búsqueda de una alternativa estética para la arquitectura neohistoricista en el énfasis decorativo y la necesidad de una nueva forma de expresión acorde con los tiempos que se avecinaban.Según relata el escritor y crítico George Steiner en un extraordinario artículo de 1979 para la revista New Yorker, titulado Wien, Wien, nur du allein (Viena, Viena, solamente tú) debería haber un libro extraordinario que no se ha escrito todavía en el que se mostrara que la esencia de la cultura que se ha desarrollado contemporáneamente tuvo su origen en la pléyade de discrepantes que se acumuló en los círculos intelectuales de la ciudad de Viena a comienzos del siglo XX. Tanto la filosofía más reciente como la novelística, la música, la pintura, la sociología, la economía, etc., etc. serían deudoras del pensamiento de los numerosos personajes que se encontraron indefectiblemente en esa ciudad, esos años. Un trío de amigos -que anticiparía y catalizaría numerosas manifestaciones artísticas- destaca sobre esa hormada de pensadores: Karl Kraus, Arnold Schönberg y Adolf Loos.La práctica satírica que Karl Kraus ejerció sobre sus coetáneos, sobre aquella sociedad próxima, ejemplificaría también el método de duda radical sobre todo lo que nos viene dado desde una fe ciega en la autoridad y la racionalidad establecida. Schönberg y sus discípulos, Alban Berg y Anton Webern explorarían en la parquedad de sus propuestas, los límites musicales de un tiempo que se acababa. Y, finalmente, Adolf Loos abriría la puerta a la concepción de una nueva arquitectura sin atributos, descarnada y liberada de aquella concepción vienesa de decorado que tanto odió.
Sin embargo y por ello para Loos, la arquitectura únicamente puede alcanzar el estadio artístico en solo dos situaciones, las que se refieren al monumento y al sepulcro.Es por eso que, en su sepulcro, Loos renuncia a cualquier adorno, propugna el máximo despojamiento lingüístico como forma de apertura a un nuevo universo del espacio artístico, aquel posible porque es único. La excepcionalidad de este hecho espacial, que se expresa en su caso en un cubo de granito de un metro por un metro por un metro, es el lugar en el que espera en el límite alcanzar el futuro, con la renuncia total a la expresión y la escucha de aquello que está fuera de nuestro alcance. Parecería por ello que la respuesta estética contemporánea a la imposibilidad artística de la arquitectura debería estar en la abdicación de todo deseo expresivo. Este podría ser el legado más destacado que este Antiwiener nos ha dejado apuntado desde hace ya más de un siglo.