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En el último mes he atendido a dos adolescentes de 16 y 14 años por crisis de ansiedad de repetición en relación a pensamientos sobre la muerte. El tratamiento consistió en escucharles atentamente, al primero durante 45 minutos, al segundo media hora. Esto para un médico de familia de Madrid que dispone de 6 minutos de media por paciente no es sencillo. Casi todos los días tenemos que hacer delicados equilibrios para tratar de hacer las cosas bien y no arreglar los problemas a golpe de receta.
El miedo a la muerte es universal, cada persona lo siente de una forma particular y personal. Los adolescentes se enfrentan a él por primera vez, dado que el niño por definición no se suele plantear la muerte personal.
Me llama la atención la coincidencia temporal. ¿Influirá el aumento de miedo social debido a la coyuntura de crisis que padecemos?, ¿habrá algún factor ambiental que esté potenciando estos miedos?
No puedo contestar, pero tampoco dejar de hacerme preguntas. De alguna forma la sociedad que estamos dejando a nuestros hijos e hijas da un poco de miedo. Va siendo tiempo de cambiar el punto de vista y plantear cambios. Va siendo tiempo de apagar la televisión y dejar de escuchar mensajes victimistas y negativos. La vida es mucho más que la prima de riesgo y la macroeconomía.
Enseñar a los jovenes a vivir implica ayudarles a incluir la muerte como necesaria compañera de viaje. Las sociedades que esconden enfermedad y muerte no favorecen la comprensión de estas realidades. Y lo que no se comprende o escondemos debajo de la mesa... termina proyectando sombras tenebrosas.