En los cuatro años que llevamos juntos…me ha dejado siete veces. A veces dudo de que realmente me quiera, pero entonces ¿por qué siempre vuelve? Estoy tan cansada…ayer rompió de nuevo conmigo y aunque le sigo amando muchísimo, ya no estoy segura de si quiero que regrese… Las relaciones de idas y venidas son unas viejas conocidas dentro del nutrido abanico de posibilidades disfuncionales que ofrece la dependencia. Funcionan, en casi todos los casos, de una manera muy similar. Dos personas se conocen, se enamoran: la relación empieza a avanzar y de repente, a uno de los dos, se le cruzan los cables y rompe, por lo general de manera algo brusca y bastante inesperada. Cuando ya estamos haciéndonos a la idea de que nos han hecho un Houdini en toda regla, a los días, a la semana o al mes, el perdido o la perdida reaparecen de súbito, con grandilocuentes palabras de amor. Nos quedamos a cuadros. La pregunta del millón es: si nos ama tantísimo ¿por qué nos ha dejado? Pero el caso es que estamos enamorados y/o seguimos creyendo que esa persona podría ser el amor de nuestras vidas, así que ignoramos esa ninguneadísima voz interior que nos indica que hay un fallo (y de los gordos) en Matrix, y nuestra mente empieza a fabricar una tupida y maravillosa red de excusas, a veces incluso, sin que ni siquiera se hayan molestado en dárnoslas. No, es que tiene muchos traumas… No, es que el pobre se agobia… No, es que lo pasó muy mal en su última relación… No, es que no está acostumbrada a tener una relación de pareja… No, es que su padre le pegaba de pequeño… La pregunta del millón se da la vuelta y se convierte en la pregunta del todo a cien: si no me amase ¿por qué iba a regresar? En definitiva: que vuelves, dispuesto o dispuesta a entregar todo tu amor a ese ser inseguro que necesita huir para afianzarse en lo que siente por ti (¿perdón?). Pero todos merecemos una segunda oportunidad ¿no? Siguiente round. A la cuarta, quinta o décima oportunidad, tu autoestima ya no es que esté baja, que sería algo bueno, ya que significaría que aún queda algo de ella. No, tu autoestima, no está baja. Se ha volatilizado por completo. Tu cabeza ha logrado normalizar a duras penas estos comportamientos, pero tu cuerpo, no está nada de acuerdo. La ansiedad se convierte en tu nueva mejor amiga del alma. Con un poco de suerte, puede que sólo sea ansiedad. Lo más curioso de todo es que mientras sufres, tu salud se resiente y te juegas una depresión, tu mayor preocupación seguirá siendo resolverle los traumas de la infancia a tu mareante pareja. El caso es que ya no estás con una pareja, estás con una bomba de tiempo que no sabes cuándo o cómo va a explotarte de nuevo ante las narices y vives, temiendo y deseando al unísono, que regrese de nuevo y el ciclo recomience hasta la próxima detonación. ¿Qué te mantiene enganchado a esta situación insostenible? La pareja yo-yó nunca evoluciona porque las constantes rupturas ponen el contador a cero, recreando en cierto modo las sensaciones adrenalíticas de los primeros meses del enamoramiento, en la que el otro a menudo se percibe como un reto a conquistar. No se llega a una rutina, no vemos al otro de una manera realista en ningún momento. El enamoramiento no se desgasta. Sólo se desgasta la autoestima, el amor propio y la salud. Es lo más parecido que existe al amor intenso y eternamente satisfactorio de las películas románticas, con la salvedad de que en las películas románticas ninguno de los protagonistas acaba en la consulta de un psiquiatra suplicándole ansiolíticos. ¿Qué hay detrás de una persona que necesita escapar de su relación? Por lo general, quien vive esta dicotomía entre alejamientos y acercamientos, puede querer a su pareja, pero no puede amarla de forma sana, estable y consistente y carece de la disposición necesaria para aprender a hacerle. Sus sentimientos dentro de la relación son, en su mayor parte, de vacío y apatía. Lo que hace que regresen cuando se marchan, es que cuando están solos, se sienten todavía peor. Quien necesita ir y venir, no encaja con parejas con la autoestima sana y un modelo afectivo seguro y equilibrado, sino con perfiles complementarios que se enganchan rápidamente a esa montaña rusa y que anteponen la relación a la salud o a la dignidad personal, viviendo para una supuesta transformación futura, mientras el presente se les escapa día a día en un sordo e invisible sufrimiento. No obstante, con cada ruptura, esta transformación milagrosa está cada día más lejos. Las víctimas de la pareja yo-yó, se enfrentan al doloroso desmoronamiento de una relación cada vez más dañada y resquebrajada. Las idas y venidas empiezan a perder su carácter pasional y poco a poco se descubre que incluso una relación tóxica puede devenir en una relación tóxica decepcionante, aburrida y rutinaria. Para recuperar su montaña rusa de intensidad y enamoramiento, los conflictos se tornarán más frecuentes, las idas y venidas se intensificarán y las reconciliaciones cada vez serán más breves. Empezamos a vislumbrar a la persona que hay entre los jirones de esas expectativas rotas, y nos damos cuenta que ni siquiera es una persona que nos guste demasiado. La mayor ironía de la relaciones yo-yó es que si la persona inestable se estabilizase, tal y como soñamos, nos aburriríamos. Seríamos nosotros quienes empezaríamos a ahogarnos en la apatía y el vacío que hasta entonces han estado camuflados por la intensidad del culebrón. ¿Puedo intentar salvar mi relación? Las pocas posibilidades que existen de intentar cambiar estas dinámicas tan dañinas, es no entrar en ellas. Si una persona necesita fugarse de tanto en tanto de su relación contigo, tiene un problema que hace imposible que crezca esa pareja. Aunque lo que te pida el cuerpo sea volver corriendo y disfrutar de la reconciliación, tómate un plazo para decidir y pedir cambios antes de apostar de nuevo por otro regreso de pronóstico reservado. La próxima vez que tu compañero yo-yó vuelve a dejarte, pregúntate si quieres a tu lado a una persona con la que no vas a poder contar en los malos momentos (si se escabulle ahora cuando no hay grandes problemas, ¿qué pasará cuando tengáis hijos, fallezca un familiar, haya enfermedades…?) y con el que no vas a poder ir más allá del estadio inicial de la relación. Sé consciente de que cada vez que esta persona te abandona, te está dando, sin percatarse, el poder de decidir si quieres o no quieres seguir y de pedir ciertas condiciones. No te ciegues en la desesperación y acuérdate de que ese espacio y tiempo que se te impone, también puedes utilizarlo en tu beneficio.
En los cuatro años que llevamos juntos…me ha dejado siete veces. A veces dudo de que realmente me quiera, pero entonces ¿por qué siempre vuelve? Estoy tan cansada…ayer rompió de nuevo conmigo y aunque le sigo amando muchísimo, ya no estoy segura de si quiero que regrese… Las relaciones de idas y venidas son unas viejas conocidas dentro del nutrido abanico de posibilidades disfuncionales que ofrece la dependencia. Funcionan, en casi todos los casos, de una manera muy similar. Dos personas se conocen, se enamoran: la relación empieza a avanzar y de repente, a uno de los dos, se le cruzan los cables y rompe, por lo general de manera algo brusca y bastante inesperada. Cuando ya estamos haciéndonos a la idea de que nos han hecho un Houdini en toda regla, a los días, a la semana o al mes, el perdido o la perdida reaparecen de súbito, con grandilocuentes palabras de amor. Nos quedamos a cuadros. La pregunta del millón es: si nos ama tantísimo ¿por qué nos ha dejado? Pero el caso es que estamos enamorados y/o seguimos creyendo que esa persona podría ser el amor de nuestras vidas, así que ignoramos esa ninguneadísima voz interior que nos indica que hay un fallo (y de los gordos) en Matrix, y nuestra mente empieza a fabricar una tupida y maravillosa red de excusas, a veces incluso, sin que ni siquiera se hayan molestado en dárnoslas. No, es que tiene muchos traumas… No, es que el pobre se agobia… No, es que lo pasó muy mal en su última relación… No, es que no está acostumbrada a tener una relación de pareja… No, es que su padre le pegaba de pequeño… La pregunta del millón se da la vuelta y se convierte en la pregunta del todo a cien: si no me amase ¿por qué iba a regresar? En definitiva: que vuelves, dispuesto o dispuesta a entregar todo tu amor a ese ser inseguro que necesita huir para afianzarse en lo que siente por ti (¿perdón?). Pero todos merecemos una segunda oportunidad ¿no? Siguiente round. A la cuarta, quinta o décima oportunidad, tu autoestima ya no es que esté baja, que sería algo bueno, ya que significaría que aún queda algo de ella. No, tu autoestima, no está baja. Se ha volatilizado por completo. Tu cabeza ha logrado normalizar a duras penas estos comportamientos, pero tu cuerpo, no está nada de acuerdo. La ansiedad se convierte en tu nueva mejor amiga del alma. Con un poco de suerte, puede que sólo sea ansiedad. Lo más curioso de todo es que mientras sufres, tu salud se resiente y te juegas una depresión, tu mayor preocupación seguirá siendo resolverle los traumas de la infancia a tu mareante pareja. El caso es que ya no estás con una pareja, estás con una bomba de tiempo que no sabes cuándo o cómo va a explotarte de nuevo ante las narices y vives, temiendo y deseando al unísono, que regrese de nuevo y el ciclo recomience hasta la próxima detonación. ¿Qué te mantiene enganchado a esta situación insostenible? La pareja yo-yó nunca evoluciona porque las constantes rupturas ponen el contador a cero, recreando en cierto modo las sensaciones adrenalíticas de los primeros meses del enamoramiento, en la que el otro a menudo se percibe como un reto a conquistar. No se llega a una rutina, no vemos al otro de una manera realista en ningún momento. El enamoramiento no se desgasta. Sólo se desgasta la autoestima, el amor propio y la salud. Es lo más parecido que existe al amor intenso y eternamente satisfactorio de las películas románticas, con la salvedad de que en las películas románticas ninguno de los protagonistas acaba en la consulta de un psiquiatra suplicándole ansiolíticos. ¿Qué hay detrás de una persona que necesita escapar de su relación? Por lo general, quien vive esta dicotomía entre alejamientos y acercamientos, puede querer a su pareja, pero no puede amarla de forma sana, estable y consistente y carece de la disposición necesaria para aprender a hacerle. Sus sentimientos dentro de la relación son, en su mayor parte, de vacío y apatía. Lo que hace que regresen cuando se marchan, es que cuando están solos, se sienten todavía peor. Quien necesita ir y venir, no encaja con parejas con la autoestima sana y un modelo afectivo seguro y equilibrado, sino con perfiles complementarios que se enganchan rápidamente a esa montaña rusa y que anteponen la relación a la salud o a la dignidad personal, viviendo para una supuesta transformación futura, mientras el presente se les escapa día a día en un sordo e invisible sufrimiento. No obstante, con cada ruptura, esta transformación milagrosa está cada día más lejos. Las víctimas de la pareja yo-yó, se enfrentan al doloroso desmoronamiento de una relación cada vez más dañada y resquebrajada. Las idas y venidas empiezan a perder su carácter pasional y poco a poco se descubre que incluso una relación tóxica puede devenir en una relación tóxica decepcionante, aburrida y rutinaria. Para recuperar su montaña rusa de intensidad y enamoramiento, los conflictos se tornarán más frecuentes, las idas y venidas se intensificarán y las reconciliaciones cada vez serán más breves. Empezamos a vislumbrar a la persona que hay entre los jirones de esas expectativas rotas, y nos damos cuenta que ni siquiera es una persona que nos guste demasiado. La mayor ironía de la relaciones yo-yó es que si la persona inestable se estabilizase, tal y como soñamos, nos aburriríamos. Seríamos nosotros quienes empezaríamos a ahogarnos en la apatía y el vacío que hasta entonces han estado camuflados por la intensidad del culebrón. ¿Puedo intentar salvar mi relación? Las pocas posibilidades que existen de intentar cambiar estas dinámicas tan dañinas, es no entrar en ellas. Si una persona necesita fugarse de tanto en tanto de su relación contigo, tiene un problema que hace imposible que crezca esa pareja. Aunque lo que te pida el cuerpo sea volver corriendo y disfrutar de la reconciliación, tómate un plazo para decidir y pedir cambios antes de apostar de nuevo por otro regreso de pronóstico reservado. La próxima vez que tu compañero yo-yó vuelve a dejarte, pregúntate si quieres a tu lado a una persona con la que no vas a poder contar en los malos momentos (si se escabulle ahora cuando no hay grandes problemas, ¿qué pasará cuando tengáis hijos, fallezca un familiar, haya enfermedades…?) y con el que no vas a poder ir más allá del estadio inicial de la relación. Sé consciente de que cada vez que esta persona te abandona, te está dando, sin percatarse, el poder de decidir si quieres o no quieres seguir y de pedir ciertas condiciones. No te ciegues en la desesperación y acuérdate de que ese espacio y tiempo que se te impone, también puedes utilizarlo en tu beneficio.