Lanzamiento en el aire. El gusto de la adrenalina es innato desde la edad más temprana. Así que los pequeños disfrutan con locura cuando el padre (somos los que solemos hacerlo) los lanza por el aire. Normalmente, la madre asiste con espanto a este ritual. Tiene razón, existen demasiados manazas en el mundo. Una copa o un plato pueden caerse al suelo, no es irreversible. En cambio la caída del bebé es un mamporro de serias consecuencias.
Caída de la cama. Los bebés transmiten la imagen de ser un objeto inmóvil. Error!! Cada día que pasa los pequeños van adquiriendo mayor capacidad de movimiento. Esto es algo que comprueban súbitamente los padres (y las madres) cuando oyen un golpe seco que preludia un llanto desconsolado. Efectivamente, tu hijo acaba de caerse de la cama. A partir de ese momento mete al bebé bien en el centro de la cama cada vez que quieras cambiarle o vestirle. Y pon los dos ojos en él, no le pierdas de vista ni un instante.
Carrito fuera de control. El carrito puede ser un auténtico peligro. Los paseos se alargan y los padres llegan a olvidar que los carritos tienen ruedas y cogen velocidades de vértigo. Es soltar el manillar y ver como el bebé se aleja por la pendiente como un rayo. Eso es una típica escena cuando entra el móvil en acción. Tenemos tanta dependencia a estos aparatos que no dudamos en atenderlos al instante dejando un lado todo lo que hacemos. Por ejemplo, recibimos un wassup, en el 85% de las ocasiones una chorrada, y parece que el mundo se acaba. Valora mejor al pequeñajo que tienes al lado, no le pierdas de vista y toma medida cuando pares el carrito. Pon el freno y usa la correa de seguridad para anudar a tu muñeca que tiene algunos modelos. De todas formas sí el Angel de la Guarda existe está claro que hace horas extras en nuestra primera infancia y llega agotado a nuestra madurez para echarnos un capote. Como la realidad supera a la ficción podemos pensar que la escena del carrito de bebé en Los intocables no resulta exagerado.
Decíamos que a los pequeños les encanta la adrenalina. Aquí vemos al pequeñajo en medio del caos con una sonrisa plena. El carrito inicia su caída libre, pam, pam, pam, según desciende peldaño a peldaño. La madre grita desgarrada por el temor tal como se lee en sus labios: “My baby”. Y Kevin Costner a lo suyo, concentrado en el tiroteo. Todos con los nervios a flor de piel y el bebé risueño como si nada. Si tu hijo sale indemne después de rodar ladera abajo puedes aferrarte a su sonrisa (“pero si no tiene nada, ¡mira qué bien se lo ha pasado!”), pero no te lo recomiendo porque serás tú el que salga mal parado.
La caca no es comestible. Solemos pensar con razón que la adolescencia es un periodo peligroso por su tendencia a experimentar con sustancias nada recomendables. Los bebés no les van a la zaga. Ellos son exploradores natos y todo lo quiere descubrir, su curiosidad es inagotable. La boca es su principal procesador porque descifran la textura de cada objeto. Todo a la boca....y sí, tendrán ganas de probar hasta la caca de perro que se encuentren en el parque. Su espíritu de experimentación lo llevan también a los enchufes (¿qué verán en ese par de agujeros?), o en las canicas, que se tragan cual gominolas.
Sin miedo. Los bebés no tienen conciencia del miedo, lo cuál les hace ser temerarios por naturaleza. No perciben el peligro. Todavía les queda por aprender los misterios de la gravedad y de la dureza del suelo. Aunque te parezca chocante, se lanzan al vacío con una alegría sorprendente. Y da igual que se peguen un buen golpe porque en cuestión de minutos lo olvidan y vuelven a repetir la jugada. Por eso, sujétalos cada vez que estén en un alto. Esta temeridad también se repite con los perros o con los coches. Atención: Un balón, una carretera y un vehículos son los ingredientes para una desgracia casi segura.
Bueno, estos son los peligros más evidentes que yo veo en el día a día del bebé. ¿Se te ocurren otros?