Los demonios de hoy

Por Ane
 
Según Dolores Aleixandre, estos son los nombres de algunos de los “demonios” con que tenemos que luchar hoy:
el “demonio de la necedad desinformada y conformista" que nos hace creer que la situación del mundo no tiene remedio ("son las leyes de una economía de mercado...", "es el precio a pagar por el avance tecnológico...") y que lo más sensato que podemos hacer es acomodarnos a lo que hay.
el "demonio neoliberal y consumista" que nos arrastra hacia un engañoso modo de ser "como todo el mundo", nos crea necesidades crecientes de confort y consigue que nos parezca lo normal el situarnos en un cómodo centro, alejados de cualquier riesgo y camuflando como "prudencia" la resistencia a todo lo que amenace desinstalarnos. A fuerza de vivir así, la "chispa de locura" que movilizó nuestras vidas más allá (gyate, gyate), se apaga, nuestra mirada se enturbia y los lugares de abajo que tenemos que frecuentar, terminan por sernos invisibles.
el "demonio individualista" que nos ciega al sufrimiento de los demás, nos seduce con la facilidad de una vida trivial y distraída en la que no nos alcanza el dolor de los otros.
el "demonio secularista" que nos hace vivir solamente desde imperativos éticos, "seculariza" nuestro corazón y nos incapacita para expresar la experiencia espiritual. De ahí nace ese "despalabramiento" para lo sublime, ese pavor ante el misterio y el símbolo, esas liturgias fosilizadas y ese "activismo apostólico" donde no hay tiempo ni espacio para una oración jugosa, silenciosa, "ociosa" y constante.
el "demonio espiritualista" que nos impulsa a seguir levantando santuarios y a escapar hacia los montes de nuevas sacralizaciones y restauracionismos con rasgos de new age vaporoso, sin relación con lo tangible de la vida real y cotidiana.
el "demonio idolátrico" que nos hace dar culto a los medios y a los instrumentos, a las instituciones, los ritos y las leyes, haciendo cada vez más difícil el toque directo y simple con lo que ES.
el "demonio de los mil quehaceres" que esconde dentro el viejo dinamismo de buscar la justificación por las obras, nos configura como dadores más que como receptores y convierte los fracasos o la vejez en verdaderos traumas, porque en esos momentos el trabajo pierde su pretensión de absoluto.