Una obra del gran pintor Tiziano sería ya requerida por el entonces aún Príncipe de Asturias, el joven Felipe de Habsburgo, en el año 1550. La creación la comenzaría el pintor, al parecer, casi más de treinta años antes. Es este uno de los casos en la historia del Arte más curiosos de creación. ¿Quién la mandaría hacer? ¿Fue una idea solo del pintor? ¿Influyó alguién más? Es un misterio. Es decir, la obra existía ya cuando Felipe II la solicitó. Tan misterio será que la reseña que describe la obra en la web del Museo del Louvre, donde está hoy depositada, indica que fue realizada para Felipe de España en 1551. Es posible que el pintor la terminara por entonces, pero, según algunos historiadores -Panofsky, por ejemplo- la comenzaría ya en 1515, nada menos, dedicando luego más de treinta años a terminarla poco a poco, borrando cosas y añadiendo otras. Toda una curiosidad creativa que se agregará, aún más, a las peculiaridades ya tan geniales de este gran pintor veneciano. Pero, es que la obra de Tiziano es toda una representación artística del misterio más iconográfico. Se titula en el Museo del Louvre como Júpiter y Antíope, tambien conocida como la Venus del Pardo. Una más sutil confusión, además.
Primero porque existe ya el error, desde el siglo XVIII, de llamar Antíope a Venus y viceversa en algunos casos. Son ambos personajes mitológicos distintos, aunque sean mujeres bellísimas y muy desnudas las dos. Pero empezemos por el principio, antes de este siglo, cuando llegó a Madrid ya en 1552. La obra se titulaba muy bien por entonces como Venus, la Venus del Pardo, denominada así porque fue a este Real Palacio madrileño -El Pardo, una residencia palaciega y cinegética del reino desde el año 1400- donde se llevó la obra. Entonces, en 1552, se depositaría en El Pardo junto a muchas otras que también se guardaban allí. La iconografía mitológica, sin embargo, distinguirá a Venus de Antíope. Esta última era una muy hermosa princesa mitológica de Tebas, una mujer que Zeus quiso ya poseer. Para ello se transformó en un Sátiro según la leyenda. Y ahí radicará el error, ya que los sátiros también perseguirán la visión esplendorosa de Venus, la diosa de la Belleza. Y los pintores crearían ya lienzos de ambas, confundiendo a veces las dos. En el caso de esta obra de Tiziano, como muy bien se archivase ya el cuadro en las Colecciones reales españolas, se terminaría llamando La Venus del Pardo.
Sin embargo, el pintor veneciano no quiso ya sólo pintar a una Venus en su cuadro. Hay muchos otros personajes aquí, otras diferentes figuras que no tienen nada ahora que ver con ella. Ella estará aquí dormida, como Venus era siempre ya representada. ¿Por qué? Porque la Belleza es así, distante, dormida, displicente, ajena e imparcial. Estará también Eros, el pequeño dios alado con sus flechas, un símbolo de que la Belleza siempre alumbrará al Amor a perseguir ya ahora raudo el sentido de la vida. Y estará luego el Sátiro, el único personaje mitológico que se atreverá a mirar a la diosa así, de este descarado modo. El único que, gracias a su deseo, obviara el desdén mitológico de ella. Pero el creador pintó ya una escena más grandiosa, con cazadores, pastores y otros personajes mitológicos. ¿Por qué? Tiziano fue uno de los primeros creadores, junto con Giorgione, que iniciaran ya la representación de símbolos o interpretaciones misteriosas para compendiar en una sola imagen todo el sentido de la vida. No se limitaría a describir una leyenda más basada en una narración mitológica conocida. Iría el pintor más allá. Y aquí quiso describir el mundo del Hombre, la propia vida del ser humano en el mundo y para qué vivimos, es decir, ¿por qué los intereses de los seres serán ya tan distintos?
Y entonces surgirá la interpretación de aquel historiador, y que nos dice que el mundo se dividirá en tres actitudes ante la vida: la vida activa, la vida sensitiva y la vida contemplativa. Es decir, en un caso los seres que dedicarán más su existencia a la actuación dinámica, a realizar cosas, a producirlas, y así ahora sus necesidades, su mente y su cuerpo estarán ya determinados por la acción positiva. En otro caso, los seres que dedicarán más su vida a los sentidos, a la satisfacción de éstos o a lo voluptuoso, a la búsqueda ya de la mayor sensación que su placer físico pueda conseguir. Por último, los seres que primarán la contemplación, la mayor abstracción que ellos consigan ya con la visión o con la sensación intelectual de las cosas. Es evidente que la vida es una unión no equilibrada de las tres. Pero, en cada caso, siempre primará ya una de ellas sobre las otras dos.
Y el pintor lo describirá aquí con las representaciones de las diferentes figuras que plasmará en el lienzo. Por un lado el caso claro de la vida más sensitiva, esa que veremos aquí en la representación de una Venus dormida y del Sátiro que la descubre ahora para verla. ¿Sólo para verla? No, y por esto Eros aparecerá ya decidido con su flecha. Por otro lado las figuras de los cazadores a la izquierda del todo y en el extremo más lejano de la derecha, en ambos casos activos ya con los perros para abatir las piezas de su caza. Y finalmente la pareja que, sentada, observará ya las cosas que suceden a su alrededor, que contemplarán ahora la vida con paciencia. Él -de espaldas- como Dioniso, el dios mitológico de lo inefable, lo misterioso, lo curioso; ella de frente a él, como una meditabunda diosa ahora de la floración o de la vida.
El cuadro padeció una de las vidas más agitadas que un lienzo haya podido tener. Antes que nada sufrió un dramático incendio cuando el Palacio del Pardo ardiese en marzo del año 1604. Entonces se perdieron todas las obras que allí estaban, excepto ésta. El rey por entonces, Felipe III, asombrado pronunciaría al saberlo: Si se salvó este cuadro, lo demás no importa. El lienzo de Tiziano se mantendría en la Colección real de la corona española hasta que Felipe IV se lo regalase al rey inglés Carlos I en 1623. Luego, cuando este rey fuese ahorcado por Cromwell en 1649, el cuadro lo compraría el cardenal francés Mazarino y lo llevaría a París, a su palacio. Más tarde, a su muerte, sus herederos lo obsequiarían al rey francés Luis XIV, para terminar en el Museo del Louvre más de un siglo después. Es por lo que, además, ha sufrido restauraciones poco apropiadas a lo largo de los siglos, algo que no ha hecho sino deteriorarlo aún más. Actualmente está en proceso de preparación para ser expuesto con su original esplendor a partir del año 2015 en las salas del Louvre. Una maravilla del Arte que, junto a su renovada textura y color, podrá ahora admirarse de nuevo aquel largo deseo del pintor, ese anhelo poderoso por representar ya con él parte del misterioso y diverso sentido de la vida.
Los pintores duplicaron en sus obras las inspiraciones que otros creadores tuvieron antes que ellos. El gran impresionista Manet (1832-1883) nació en una familia de grandes funcionarios del Estado francés. Como jefe de un departamento del ministerio de Justicia, el padre de Manet podía ofrecerle a su familia una próspera vida relajada. Así que la experiencia inicial con el Arte del joven Manet fue tangencial, tan solo recibiría algunas lecciones de dibujo, como tantos otros jóvenes franceses en su educación normal. Pero, a cambio, sí visitaría el Louvre mucho junto a un amigo artista, el pintor Antonin Proust. Sin embargo, para nada por entonces su destino vital estaría ya dirigido hacia el Arte. El Estado era el empleador de su padre, y el joven Manet solo aceptó llevar el más aventurero, el naval. Decidido también a trabajar para el Estado, aunque hubiese preferido pintar, accedió a ser oficial naval antes que otra cosa. Debía realizar ahora el duro examen de ingreso en la Escuela Naval. En 1848 se presentó sin éxito. Las exigencias de la Escuela Naval eran tales que solo se podría volver a presentar al examen luego de haber estado seis meses embarcado en un buque francés. Embarcaría a finales de ese año como cadete en el Havre et Guadeloupe. Al regresar a París, se presentó de nuevo y de nuevo fracasó. Ante ese fatídico golpe del destino, el padre consintió que estudiase Pintura, ahora ya bajo rígidas y estrictas condiciones académicas.
En sus años de estudio, Manet pasaría muchas horas en el Louvre, copiando ahora obras de grandes pintores venecianos, como Tintoretto o Tiziano. Así fue como crearía en 1857 su obra -mal titulada- Júpiter y Antíope, una reminiscencia modernizada de la versión manierista de Tiziano. Pero que, sobre todo, nos ayudará a apreciar los colores que ya debían relucir, más o menos, en el original renacentista. La figura de Venus está aquí dormida, como la retratarían ya todos los pintores que conocieran la versión más clásica de la diosa. Años antes que Tiziano, el pintor Giorgione crearía su Venus dormida, una Venus aquí sin nada más que ella sola ante un lejano paisaje. En 1510 fallecería Giorgione, y la historia contará que el propio Tiziano finalizaría la, al parecer, inacabada obra. Es una de las primeras Venus más extraordinarias del Arte. La contemplamos ya en su plena Belleza, ¿puede pintarse una Venus mejor?, teniendo en cuenta además el tan temprano momento, 1510. El Renacimiento más bello, el más definitivo, el que más influyó... en una Venus.
Siglos después un pintor muy joven, desconocido, y tan misterioso como Tiziano, pintaría con sólo veinte años su Venus..., pero en este caso despierta. Pero, claro, para ello no la titularía Venus, la denominaría Joven desnuda sobre una piel de leopardo. El malogrado creador francés Félix Trutat (1824-1848) fallecería de un accidente de equitación cuatro años después de realizarla. Como Manet, también se influenciaría de los pintores venecianos y copiaría obras del Louvre. Es uno de los casos en la historia del Arte de una promesa malograda antes de que su genio artístico llegara a culminar del todo en su vida. Pero, al menos, nos dejó algunas obras, muy pocas, entre ellas ésta. Aquí, en su desnudo de 1844, veremos ya la grandeza de él como creador. Pasaría la censura de la Academia gracias a su calidad artística. Si no hubiese sido así, la obra no la hubiesen dejado exponer. El autor trataría de hacer mover ahora los ojos del espectador entre el arrebatador desnudo y la hermosa piel de leopardo que cubre. Pero, además, el pintor quiso situar una cabeza representada entre las sombras presenciando ahora tal Belleza. Es la cabeza solitaria y fantasmal de un hombre que aquí se vislumbrará difícilmente a la derecha del lienzo. Es, en esta obra académica, el mejor sutil homenaje ahora que se pudiera hacer ya a la propia contemplación en una obra de Arte.
(Obra de Edouard Manet, Júpiter y Antíope, 1857, Colección Particular, Francia; Óleo Júpiter y Antíope-La Venus del Pardo, 1551, Tiziano, Museo del Louvre; Lienzo del pintor veneciano Giorgione, Venus dormida, 1510, Galería de maestros antiguos, Dresde, Alemania; Óleo Joven desnuda sobre una piel de leopardo, 1844, del pintor francés Félix Trutat, París, Francia.)