Los dos angelitos

Publicado el 12 noviembre 2020 por Claudia_paperblog

Llego a casa, pero no es mi casa, no tengo casa ahora. Menos mal que cuando llegué a casa seguía siendo mi casa. Esta es una casa prestada que me mira con pena, donde soy, pero no del todo. Hace dos lunes me despedí de mi hermana llorando, diciéndole que llevaba mucho tiempo sin ser yo. Tengo ganas de volver a ser yo y creo que por momentos lo consigo, pero solo es una ilusión, un espejismo creado cuando me rodeo de la gente que me quiere. ¿Era más yo contigo? O quizá era quien me creía que era.

Los dos angelitos hoy no duermen en el sofá. O sí, pero yo no los veo. El piso de abajo olía a membrillo. El ambientador del baño me huele a ti. Siento que tengo el virus. El chico dice que no quiere trabajar más, que se hará ermitaño. Faltan menos de doce horas para volver a empezar. Dicen que Nevers es más triste.

Me lavo los dientes bajo una luz fluorescente que me obliga a contemplar mi cara y observo cómo una vena se empieza a hinchar en mi nariz. Esa vena nunca había existido. Los ojos rojos de estar todo el día en el ordenador. Ahora parte de mi cara es roja también porque me he rascado fuerte para quitarme la vena, se puede palpar su grosor. Luego venas lilas bajo los ojos, eccema lateral.

Sin embargo, me veo guapa. Es raro de explicar, Juan. Decir tu nombre hace que no desaparezcas del todo, revives un segundo antes de morir de nuevo cuando mi lengua choca contra el paladar. Me veo guapa y triste, el semblante apagado pero la piel morena, «aceitunada» diría mi autora favorita de la adolescencia, los labios sin pintar pero de un rojo intenso, como si alguien los acabara de morder, como si de un momento a otro fueran a sangrar, como si hubieran recibido muchos besos cálidos.

Y el novio de una de ellas se queda a dormir en casa esta noche y recuerdo todas esas noches en que yo llegaba a tu piso, y nos encerrábamos en la habitación. No les oigo follar, él parecía cansado durante la cena, pero sí he visto sus miradas cómplices. Ahora entiendo por qué Dori no siempre nos hablaba, no se sentía cómoda cuando estábamos juntos. Y puedo ponerme en la piel de Carolina y Jhenny, que, aunque eran aburridas, debían ser buena gente, mas no quiero verme reflejada nunca en ellas, no lo soportaría.

Recuerdo cuando decíamos que Dori estaba sola porque se pasaba los sábados en el salón mirando el móvil. Yo no soy así, lo sé, pero seguramente algún día me pasará. Levantaré la vista de la pantalla, me asomaré a la ventana y en mi reflejo veré sus enormes ojos pardos, desafiantes, mirándome con sorna. Y el vecino, que siempre que salgo a la terraza se me queda mirando, también se reirá de mí en una mueca desagradable.