A la hora de seleccionar mis libros preferidos, me veo en la obligación de hacer una separación en dos grandes bloques: por un lado, aquellas historias que me cautivaron en algún momento de mi adolescencia, y por otro las que hicieron lo propio cuando unos años más tarde volví a engancharme al género juvenil. Las experiencias vividas, las preferencias y el criterio lector son distintos en cada época, de modo que no sería justo poner las novelas al mismo nivel. En esta entrega de Los favoritos me limitaré a hablaros de mis elegidos cuando tenía entre once y quince años.
Siempre he tenido muy claro lo que me gusta y lo que no. En aquella época, al igual que durante mi infancia, prácticamente no salía de los libros catalogados como realistas: me gustaba encontrar una protagonista femenina con la que identificarme y unos temas que sonaran cercanos y familiares. Leí muchos, muchísimos libros que cumplían esos requisitos, pero solamente unos pocos tienen el honor de permanecer en mi memoria pasados los años. El personaje de Carlota de la escritora Gemma Lienas es uno de ellos. Las novelas protagonizadas por esta chica inteligente y curiosa marcaron mi adolescencia, tanto en sus versiones convencionales (Callejón sin salida, Así es la vida, Carlota y ¡Eres galáctica, Carlota!) como en los diarios sobre un tema específico. Todos ellos son libros bien hechos y adecuados para los jóvenes, pero sin tratarlos como a tontos. Literatura realista “de la buena”. En esta línea destaco también la deliciosa novela Raquel (Isabel-Clara Simó), sobre las vicisitudes de una joven que debe lidiar con diversos problemas de la vida, desde apoyar a una amiga enferma hasta ponerse a dieta con el control de un especialista. Una mención aparte merece El infierno de Marta (Pasqual Alapont), otra obra realista con una temática no tan cotidiana como la de los anteriores (afortunadamente). Habla de los malos tratos y es uno de los pocos libros que ha conseguido emocionarme. Hoy en día he leído más sobre el tema, pero recuerdo con cariño esta novela porque sabe retratar muy bien el conflicto, de una manera que resulta comprensible para los lectores jóvenes.
Cambiando de tercio, mi afición por la literatura histórica se ha consolidado con el tiempo, pero puedo presumir de haber tenido una buena referencia a la corta edad de doce años: Cuando Hitler robó el conejo rosa (Judith Kerr), una visión del nazismo que tiene la gran virtud de transmitir su mensaje a través de una historia tan trepidante que el lector no es capaz soltar. Se trata de una de esas maravillas que merecen convertirse en obras de referencia de la literatura juvenil. Hablando de clásicos, en este artículo sobre mis favoritos no puedo olvidarme de las entrañables Mujercitas (Louisa May Alcott): Meg, Jo, Beth y Amy, cada una con su particular personalidad pero todas ellas especiales en sí mismas. Una lectura para grandes y pequeños que vale la pena releer con el paso del tiempo para recordar las bondadosas ideas que nos transmiten estas cuatro hermanas.
Más extravagante, aunque también muy especial, es la Matilda del genio Roald Dahl, aquella niña con poderes telequinéticos que nos sumergió en una hilarante historia que cuenta con una digna adaptación a la gran pantalla. Finalmente, no puedo terminar este artículo sin una mención a las series de internados de Enid Blyton, Santa Clara y Torres de Malory, o, como yo las llamo, Aquellos internados que nos hicieron soñar. La frase habla por sí sola y únicamente me queda añadir que espero que ninguno de estos libros se olvide con el tiempo (y si por desgracia eso ocurriera, me sentiré afortunada al saber que tuve la oportunidad de disfrutarlos).