Recuerdo que de pequeña los libros que me mandaban en el colegio me asqueaban. Pensaba que leer era una obligación, y hasta que no empecé a verlo como un entretenimiento, como un placer, no empecé a disfrutar de verdad. Pasaron años de lecturas infantiles que apenas recuerdo porque no las leí con la actitud suficiente. Algo me suena de Fray Perico y su borrico, La burja Món, La Sirena en la lata de Sardinas y algún otro que pasó sin pena ni gloria por estos ojos que hoy piden, cuando leen, historias originales.
Siempre me ha gustado más escribir que leer, así que reconozco abiertamente y sin vergüenza que mi afición por los libros empezó de manera bastante tardía, y aunque cuando todavía era una niña me entretenían mucho los libros de la colección Chicas de Montena, no terminaba de crearme un hábito de lectura. Suerte que rectifiqué y con el tiempo hice un hueco a los libros en mi mesita de noche, en mi bolso durante mis viajes en metro o en la playa los tranquilos días de vacaciones. Y todo gracias a una trilogía que llegó a mí casi por casualidad: Memorias de Idhún, de Laura Gallego García. Recuerdo que después de haber leído el primer tomo (el libro más extenso que había catado hasta la fecha), me pregunté eso de ¿a qué has estado dedicando tu tiempo que no has leído más? Y ahí están La Resistencia, Tríada y Panteón en mi estantería, recordándome que un día me apasioné con las aventuras de Jack, Christian y Victoria, y que desde entonces no he podido parar de alimentar mi mente con aventuras e historias juveniles. Tras estos tres favoritos, me animé con Eragon, de Christopher Paolini (aunque no he continuado el resto de la saga), y seguí con Harry Potter, serie que empecé a leer bastante más tarde que otros amigos y conocidos, pero que igualmente disfruté desde la primera a la última palabra. El mundo inventado por J. K. Rowling me ha parecido fascinante tanto como lectora como escritora.
También tarde con respecto al boom inicial, he probado la trilogía Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins, que arrasó con todo lo que había leído hasta el momento y la idea que yo tenía de lo que era una distopía. Sin duda, los tres libros se encuentran dentro de mis lecturas juveniles favoritas, entre los que también destacan Retrum, de Francesc Miralles, y Bel, amor más allá de la muerte, de Care Santos, junto a Carolina Lozano y su Cazadora de Profecías. Por su parte, Poliedrum, de Rafael Ábalos, un merecido premio As de Picas, me gustó por su frescura y originalidad.
También en mi lista de predilectos figuran algunos clásicos. Algunos fueron esos libros que me mandaron leer por obligación y que no supe disfrutar hasta más adelante, como El señor de las moscas, de William Golding, un libro que me atrajo por el reflejo tan pesimista del autor acerca de la naturaleza humana y que sin duda derrocha originalidad y un estilo frío pero muy, muy elegante. Otras novelas como La historia interminable y Momo, ambas de Michael Ende, me marcaron tanto que todavía hoy deseo encontrar una obra que me haga disfrutar y soñar despierta tanto como esas dos. Los niños del agua, de Charles Kingsley, y Peter Pan, de J. M. Barrie, también están en los primeros puestos de la lista de clásicos favoritos.
Estoy segura de que habiendo empezado tan tarde a disfrutar de la lectura he gastado años sin disfrutar de aventuras y viajes que me habrían aportado muchísimo, pero siempre guardaré en el recuerdo títulos como estos de los que he hablado, que me han servido para darme cuenta de que vale la pena recuperar el tiempo perdido.