Los hijos de la furia y de la noche: nostalgia y homenaje del Far West literario

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

En El viaje del escritor, su autor Christopher Vogler define los argumentos de la ficción como herederos de una serie de estructuras narrativas y de arquetipos que tienen su origen en la mitología.

Sus protagonistas acabarán discurriendo por caminos que les irán moldeando hasta llegar al final de su trayecto vital, convertidos en héroes.

Así, una saga como la de Star Wars no existiría sin los westerns; a su vez, Los siete magníficos no llegaría a ser sin Los siete samuráis de Kurosawa, y éste no habría podido rodar Ran sin El rey Lear de Shakespeare; por último, los dramas del dramaturgo inglés no serían posibles sin las tragedias griegas. El héroe (y a la vez anti-héroe) del mítico film Centauros del desierto no podría entenderse sin el Ulises de la Odisea que vuelve a Ítaca, aunque el nuevo Ulises sea un personaje sombrío e incómodo que no consiga despertar la empatía de quienes deben recibirle a su regreso.

Sin duda, el western ha contribuido a elaborar algunos de los personajes más épicos de la historia del cine debido a sus características. El imaginario de su mundo es bien alargado, suponiendo ni más ni menos el escenario mítico americano, quizá el continente que más contribuyó a conformar ese "material con el que se fabrican los sueños" que es el cine. El propio John Ford es uno de los ejemplos más claros de ello, pues acabaría acatando la identidad de sus propios personajes, no solo con su hosca actitud sino con su propio vestuario y su frase más legendaria: "My name is John Ford. I make Westerns". Relataba Steven Spielberg -en el documental Dirigida por John Ford realizado por Peter Bogdanovich- que, al visitar a Ford como joven aspirante a cineasta, le recibió en sus despacho bajo esa apariencia de cowboy y le puso a prueba sobre sus conocimientos de arte preguntándole sobre los cuadros que decoraban la estancia, todos ellos con paisajes del Oeste, diciéndole finalmente: "Cuando puedas alcanzar la conclusión de por qué poner el horizonte en la parte de abajo o en la parte de arriba es mucho mejor que poner el horizonte en la mitad del cuadro, entonces algún día podrás ser un buen cineasta".

La fábrica de sueños hollywoodiense tuvo desde sus inicios al lejano oeste como uno de sus géneros, si bien su nacimiento y adultez le llegó de la mano con el citado Ford, su madurez con otros grandes realizadores como Howard Hawks, Anthony Mann o incluso Fritz Lang, experimentando su ocaso dorado con esa visión verdaderamente realista de aquellos tiempos, llena de arena, polvo, violencia y suciedad, de la mano de Sam Peckimpah o Sergio Leone.

Fue precisamente el tan denostado "spaghetti western" (su propia denominación ya da una idea despectiva de él) el que propiciaría grandes obras maestras como las realizadas por el referido italiano, como su trilogía del dólar.

Almería se convirtió en escenario de múltiples rodajes, donde un buen puñado de actores y actrices, cineastas y técnicos rodaron sin descanso -y en condiciones más que mejorables- auténticas obras de artesanía que actualmente dignifican el trabajo que hay detrás de lo que conocemos como "séptimo arte". Cabría mencionar también otros géneros todavía injustamente infravalorados sin cuyos mimbres resulta imposible comprender la realidad actual cinematográfica: Peplum, Giallo o Fantaterror son solo algunos de estos magníficos géneros aún por redescubrir, y de los que se nutrieron cineastas actuales situados en la meca fílmica, como Quentin Tarantino.

De ello sabe mucho y muy bien Carlos Aguilar, un auténtico erudito de esta parte de la historia de nuestra cultura a reivindicar. Bastaría una única obra suya para situarle por su relevancia como uno de los críticos e historiadores fundamentales del mundo fílmico: su Guía del cine, progresivamente revisada y ampliada, que atesora todos los títulos cinematográficos existentes y los define y analiza.

Su pasión por los géneros citados se ha traducido en un constante contacto y trato con los lugares, personas y cosas que lo representan: su amistad con cineastas como Jesús Franco, Eugenio Martín, Jorge Grau o Joaquín Romero Marchent, o con actores como Eli Walach o Ernest Borgnine; las visitas a Almería y a su gran decorado cinematográfico en el Desierto de Tabernas; y, lo más importante, el reflejo de este "beber de cine" en distintas obras de ensayo y ficción, como sus estudios de las citadas figuras de Jesús Franco, Eugenio Martín o de los actores Julián Mateos, John Phillip Law o Ricardo Palacios, así como sus interesantes novelas Nueve colores sangra la luna (en torno al último rodaje de un cineasta mítico del Fantaterror y el ambiente de misterio generado durante este proceso), o Coproducción (que narra el los esfuerzos de un cineasta por rodar un western en la actualidad inspirado en el spaghetti western Antes llega la muerte (1964), del citado Romero Marchent.

Por otro lado, esta relación de cariño con el cine del "lejano oeste" se ha traducido en dos novelas ambientadas en esta época: Un hombre, cinco balas y Los hijos de la furia y de la noche, de reciente publicación. Además, contaron con dos prologuistas de excepción: Eugenio Martín y Enrique Urbizu (este último, aunque no ha rodado ningún western como tal, si ha dirigido notables filmes cuya personalidad nos lleva ineludiblemente a dicho género). Estas obras no sólo poseen la originalidad de utilizar como ambientación esta época (algo inusual en la literatura actual) sino que además resultan un auténtico homenaje al cine de aquel tiempo.

Literatura y cine del oeste han estado íntimamente unidos desde sus inicios, hasta el punto de que las novelas generadas en torno a este género poseen una visualidad y ritmo plenamente cinematográficos.

En España, fue sorprendente el "boom" de consumo de ambos tipos de productos, no sólo por la aceptación del género del western europeo (o eurowestern) -donde cineastas y actores extranjeros como Sergio Leone, Sergio Sollima o Tonino Valerii, Clint Eastwood, Eli Wallach, Bud Spencer, Terenci Hill, Klaus Kinski, Franco Nero o Lee Van Cleef se codearon con cineastas y actores españoles como José Luis Borau, León Klimovsky Fernando Sancho, José Suárez o Fernando Rey-, sino por las famosas novelas de Marcial Lafuente Estefanía o José Mallorquí (creador del famoso "Coyote"), así como de otros que escribían con pseudónimo americanizante ( Javier Tomeo -"Keller"-, o Eduardo de Guzmán -"Edward Goodman").

Las dos novelas del oeste escritas hasta el momento por Aguilar se inscriben bajo la interesante denominación de "novelas ilustradas", pues se encuentran repletas de fotografías con las que ambientar el relato.

En Los hijos de la furia y de la noche, podemos acompañar en sus páginas a sus dos protagonistas, Coburn y Julián, que son equiparados en su descripción física (y en sus nombres, que los delatan) nada más y nada menos que con James Coburn y Julián Mateos. La idea de emplear las efigies de estos astros de la pantalla y situarlos en relación a una "novela ilustrada" puede remitirnos fácilmente a la literatura denominada como "fotonovela", tan popular durante la segunda mitad del s. XX. De ella Aguilar es también un gran conocedor y es inevitable encontrar un guiño de ella en el diseño del volúmen publicado por Quatermass Ediciones. Creada por Javier G. Romero, su editorial resulta doblemente atractiva no sólo por la elección de sus autores publicados sino por la apariencia visual tan atractiva de sus libros y revistas.

En el caso de Los hijos de la furia y de la noche, la colaboración entre autor y editor es bien visible y notable en el producto final, resultando un auténtico homenaje a la literatura y al cine inspirado en el Far West.

Una nostalgia que no la desliga de la cultura presente, caracterizada precisamente por la heterogeneidad de sus productos. La postmodernidad trajo consigo una "cultura-mosaico", caracterizada por su apariencia fragmentada en referencias, plagada de distintos guiños a la cultura precedente. Aunque resulte algo presente en toda la historia (pues a la creación de cada época le ha resultado imposible desligarse de las influencias estéticas anteriores), actualmente este puzle de interferencias resulta claramente evidente por su clara visualidad.

Como bien explica Urbizu en el prólogo de esta última novela de Aguilar, su narrativa posee una fluidez extraordinaria; ello no quita para que su autor maneje un lenguaje cuidado y respetuoso con el género elegido. La descripción de escenarios, personajes y situaciones sorprende debido a su carácter sugestivo.

No resulta difícil para el lector evocar las imágenes de cada situación descrita. Quien se adentra en sus páginas puede recorrer a lomos de su propio caballo aquellos desiertos, barrancos, poblados descritos, e incluso adentrarse en los interiores propuestos: sentarse en un saloon, degustar típicos platos mejicanos en una cantina o sentir la tensión de muchos de sus diálogos, en los que en cualquier momento puede desencadenarse una violencia desaforada (como en Django desencadenado o Los odiosos ocho, homenajes tarantinescos al spaguetti western y al compositor Ennio Morrione). Un tiempo desaparecido que el autor parece haber vivido en su dominio de la caracterización precisa (argot, vestimenta, interiores y exteriores), que adereza con otros componentes propios de la postmodernidad referida.

En este sentido, consigue encajar con maestría piezas de otros ámbitos que bien podemos asociar con las narraciones de misterio propias del género "fantaterroriano" (incluyendo referencias mediante fotogramas extraídos de este género, pero sobre todo en la ambientación de un escenario como el de la "Mansión del Infierno", de sus personajes y lo que allí acaba sucediendo).

Por todo ello, para quienes admiramos el cine europeo único de la segunda mitad del s. XX y la cultura generada en torno a él en España (incluyendo la literaria), este libro resulta un auténtico regalo para los sentidos y una pieza más en la reivindicación de un mundo que, aunque perdido, debe ser reivindicado como merece.

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Carlos Aguilar nace en Madrid en 1958, hijo del médico escritor Miguel de Aguilar Merlo.

Desde la adolescencia es un gran cinéfilo y lector omnívoro, y mientras cursa sus primeros estudios escribe de modo autodidacta tanto relatos como textos sobre cine, que lógicamente no llegan a publicarse. En 1976 inicia sus estudios de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid, y en 1978 empieza a publicar dentro del mundo de los fanzines, tanto en España como en Francia. Así, en 1980 edita el primer fanzine español de cine fantástico, Morpho , del cual aparecen cuatro números.

La repercusión obtenida por Morpho motiva que en 1982, mientras estudia Cine en el madrileño Taller de Artes Imaginarias, reciba dos ofertas profesionales, una de Barcelona para escribir en ciertas revistas, y otra en Madrid para colaborar en el Festival de Cine Imaginario. Se inicia así su carrera, que desde entonces hasta hoy ininterrumpidamente se despliega en múltiples facetas: crítico y reportero de cine; colaborador de entidades como Filmoteca Española, AISGE y Federación Nacional de Cine Clubs; conferenciante universitario y director de cine foros; ayudante de dirección y jefe de prensa en varias películas; miembro del comité ejecutivo de festivales (Madrid, Cádiz, Tenerife, Trieste), etc.

Está casado con la escritora canadiense Anita Haas y vive en Madrid.

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