Edición: Salamandra, marzo de 2011, 14€
Si en la primera parte de esta saga, Los lobos de Willoughby Chase, acompañamos a las primas Bonnie y Sylvia en su lucha por recuperar los bienes familiares de las garras de la señorita Slighcarp, ahora conocemos la historia de uno de los personajes que las ayudó:
No acostumbro a contar demasiado de los argumentos porque considero que nuestra labor consiste en ofrecer el aperitivo para que el lector se anime a comprar el libro, y en esta ocasión me resulta más fácil no hacerlo: estamos ante una de esas novelas que resultan ser exactamente lo que esperamos, una delicia para los que todavía disfrutamos de esas grandes aventuras para niños y jóvenes que parecían no tener fecha de caducidad. Sólo hay que echar un vistazo a los catálogos actuales para comprender que sí, que ahora lo que gusta va por otros derroteros, y por ello aplaudo, una vez más, el ojo acertado de la editorial Salamandra, una de las pocas en nuestro país que, superada la prueba de fuego que le supuso el fin de Harry Potter, ha sabido mantener el espíritu de su línea de publicaciones por encima de los nuevos intereses generales, algo que también se puede apreciar como un error, pero que desde luego desprende carácter y confianza. En esta ocasión apuesta por una saga de libros escritos por Joan Aiken (1924-2004) a partir de los años sesenta que ya son considerados clásicos en Inglaterra: las Crónicas de los Lobos, serie compuesta por doce entretenidas aventuras que tienen como nexo principal una imaginaria Inglaterra infestada de lobos y gobernada por un rey estuardo. Es decir, pueden leerse de forma independiente, aunque la autora se encarga de enlazar algún que otro detalle y personaje entre libro y libro. Prueba de ello es el protagonista que nos ocupa, Simon, quien ya hizo su primera aparición en Los lobos de Willoughby Chase. Pero más allá de estos detalles curiosos, nos encontramos ante una pluma encantadora y muy visual en sus descripciones, de las de siempre, tan mágica y creativa como la historia que nos cuenta, con una ambientación fabulosa (de aires dickensianos, dicen) y unos personajes de lo más entrañables. Simon, su gato, su amiga Sophie, el listillo de Justin, el duque de Battersea, los conspiradores… Yo me quedo con la pequeña Dido, chantajista y enternecedora, y con la buena tarde que ella y el resto de personajes me hicieron pasar (el humor inglés me pierde). Reconozco que con este tipo de obras me cuesta señalar los puntos negativos, incluso durante la lectura, pero sí me atrevo a decir que el desenlace promete muchos ojos en blanco, porque la excusa de la época y el tipo de literatura para jóvenes que se llevaba entonces no convence al adolescente de hoy.