Cuando una persona está esperando un trasplante, se imagina lo feliz que será y lo que cambiará su vida con ese nuevo órgano. Cambiará para bien, podrá comer normalmente, soltar las amarras de esos tubos que limpian su sangre y que la mantienen atada, se encontrará mejor y con más fuerzas.
Una vez trasplantado, en los primeros días, semanas e incluso meses, los sentimientos se entremezclan, sobre todo al poco tiempo de la intervención. La alegría es inmensa, a pesar del dolor que causa la operación, pero también empiezan a asomar el miedo, la angustia, las dudas y las preguntas.
El miedo: al rechazo, a contraer cualquier infección a causa de la inmunosupresión, miedo a realizar casi cualquier tarea que implique algún esfuerzo... "por si se sale el riñón del sitio". Sí, esto último parece una tontería pero más de uno lo ha pensado en los primeros días.
La angustia: ante cualquier pequeño síntoma, a no saber llevar de manera adecuada el estricto tratamiento inmunosupresor, al caos que se genera en la cabeza con tanta nueva información para cuidar el injerto.
Las dudas y preguntas: qué hacer si hay diarrea, si hay fiebre, si se puede comer de esto o de aquello, si la zona donde se encuentra el riñón molesta, si se olvida una pastilla, si se puede hacer ejercicio... y así miles de dudas y preguntas que nos planteamos cuando estamos recién trasplantados, y que nos agobian a pesar de no haber motivo para ello.
Os puedo asegurar que todo esto es completamente normal. A todos nos ha pasado al principio.
Mi consejo es que mientras estéis todavía ingresados, preguntéis todo a vuestros nefrólogos o personal sanitario, que pidáis consejo cuando tengáis alguna duda y que os expliquen todo cuanto vaya sucediendo. Si es necesario apuntaros las preguntas para cuando llegue el momento de la visita médica. Es mejor ser un poco pesados y salir del hospital con toda la información y con la seguridad de haber entendido todo.
El día que os dan el alta es un día bastante caótico, pues a la emoción de la vuelta a casa, se une la asimilación de toda la información relacionada con el tratamiento a tomar, nuevas pruebas, nuevas citas para visitas, consejos... Hay que procurar estar atentos a todo cuanto diga el médico que nos realiza el alta. Si es preciso anotaremos cuánto nos digan, y si hay otra persona atendiendo a todo lo que diga el médico, mucho mejor; cuatro oídos escuchan mejor que dos.
Una vez en casa, empezaremos con nuestra vida rutinaria poco a poco. Los primeros días serán extraños, procuraremos aprendernos bien el tratamiento que debemos tomar, y aunque hay que estar atentos a cualquier síntoma raro o anómalo, molestia o dolor, tampoco es cuestión de volvernos hipocondríacos y obsesivos.
En caso de algún síntoma como: fiebre, dolor en la zona del riñón, efecto no deseado de un medicamento, malestar general... llamaremos al hospital y haremos lo que nos digan. De todos modos al principio las visitas serán muy continuadas para asegurar el buen funcionamiento renal.
Pero lo más importante que hay que hacer es: disfrutar de ese nuevo cambio que nos ha sucedido, cuidarnos y cuidar nuestro riñón.