De vez en cuando en el Congreso, en las Cortes españolas se presentan personajes a quienes no parece corresponder el lugar. Algún salvaje con subfusiles i pistolas, por ejemplo. O algún jefe de estado impresentable en la tribuna de invitados.
Pero que haya entrado un niño en una sesión nos congratula en tanto que recaba atención para el numerosísimo colectivo de ciudadanos con menos edad de la considerada hábil para ejercer el derecho al voto, y cuyos intereses rara vez son defendidos en las tribunas. Los menores de 18 años en España son algo más de 7 millones quienes, a pesar de los compromisos internacionales adquiridos por el estado, no siempre ven sus derechos respetados, ni su necesidades contempladas, ni su futuro asegurado. Y ello a pesar de que ellos son el futuro.
Nos gustaría ver que la palabra niño ocupa con mayor asiduidad espacios en los discursos. Que se dedican mayores y mejores esfuerzos a la promocion de su salud, de su educación y de su bienestar. Y si para ello fuese conveniente que cada diputado que tenga hijos lo lleva a las sesiones, pues sea. Seguro que algo bueno sacaríamos. Aunque sólo fuese que los diputados se abstuviesen de decir según que cosas en presencia de menores…
X. Allué (Editor)